viernes, 3 de octubre de 2014

COLUMNAS

Cosmos

Héctor Contreras Organista


Chucho Aponte
Este jueves 2 de octubre de 2014 en la madrugada murió el muy apreciado amigo don Jesús Aponte Vega, mejor conocido entre nosotros, sus cercanos, como “Chucho el sastre”, oficio que según supimos aprendió al lado de una gran sastre chilpancingueño, don Nachito Vázquez.
Jesús fue hijo de don José Aponte y de doña Ana María Vega Pastor, del corazón del barrio de San Francisco. Sus hermanos: María Martha, Juan, Felícitas, María Asunción y Lupita, para todos ellos nuestro más sentido pésame y de igual manera, con el mismo sentimiento para Eduardo, Lidia y Víctor Manuel, sus muy queridos hijos cuya mamá, doña Martha Gómez Maya lamentablemente falleció el 18 de junio de 2009.

¿Qué decir de un hombre tan amigo y de un amigo tan hombre?
Que fue eso: un amigo impar entre quienes compartimos largas horas de la vida, infinidad de días sin sol y sin tinieblas en el subterráneo de ese Cosmos donde no hay norte ni sur ni este ni oeste y con él, sus camaradas, sus compañeros de andanzas y de viaje hablamos de todo, porque todo lo sabíamos y lo que no, lo adivinábamos, pero nunca callamos, siempre hubo una sonrisa, una carcajada o muchas, porque con él aprendimos a reír cuando se debe llorar y lloramos cuando no queríamos hacerlo.
¿Quién nos entendía en esas madrugadas cuando el cuerpo tembloroso anhelaba el alivio y no lo había porque todo estaba cerrado y además, ¿con qué comprar la medicina?
Cuando llegábamos al hogar de doña Conchita, respetable y hermosa señora a la que él con su voz ronca y con cariño, le decía: ¡Concepción, por favor sírvenos una botellita!, y la señora, con su sonrisa de siempre, colocando el carbón en la hornilla para calentar el café, abría un espacio en su cocina para atendernos: 
A Jesús y a mí nos decía con ternura maternal: “¡Ay, cabrones: Ya vienen por su artículo de primera necesidad!”, y, generosa, nos acercaba una botellita de refresco (fanta o coca) pero llena de mezcal (que en esos años costaba diez pesos) y unos pedazos de jícama o unas rebanadas de toronja o naranja agria, de esa corriente, y unas semillitas de calabaza, doradas y crujientes.
-¡Salud, mi comandante!
Y Jesús respondía: ¡Por ellas, aunque no paguen!
-¡Salud!
Ahí conocí y nos hicimos grandes amigos con El Chamula; con el profe Eucario Castro de quien Jesús era su secretario privado y le iba a cobrar los cheques de jubilado cada mes al banco; con el pintor y dibujante don Fermín Aranda, de la calle de Hidalgo, quien todas las mañanas llegaba con una sandía bajo el brazo a la casa de doña Conchita donde nos reuníamos, y la pelaba con una navaja de muelle. Todos le decían que no lo hiciera porque era contra la salud. Jamás don Fermín el del sombrerito panameño entendió, hasta que el Chahualco corrió la voz: lo encontraron muerto, en su casa. Jesús decía: Quedó paleta. Convimos también con el hijo de don Polo Alarcón, con el inolvidable Filogonio; con Nacho y Zamorita, los zapateros y otros reconocidos albañiles, peones y macuarros de varios barrios.
Más tarde con Jesús nos íbamos caminando al cuartel general de los Chupamaros: La Peluquería de los Rivera. Mientras don Filogonio, el dueño, trabajaba en una escuela, sus hijos Tomás y Ricardo juntaban entre los asiduos concurrentes la botana: cebollas, lechugas, toronjas, aguacates, limones, lo que se podía de entre las vendedoras de verduras que venían de Tixtla y tendían sus puestos en la calle Justo y Rayón y era obligada “la entrada” a la peluquería para convivir con ellos. Si no llevabas alguna botellita con tequila o mezcal o cervezas o botana, tenías que entrarle con diez pesos, pero nadie entraba sin aportación.
Y, cosa extraña, en los grupos de AA que en 1975 apenas estaban naciendo en Chilpancingo, todos entraban y nadie pagaba. “No cobramos”, rezaba un letrerito.
Jesús tenía una cara como de señor enojón y usaba una chamarra de cuero; a veces iba con una Cotorina a cuadros. Con sumadora en mano nos sería imposible decir cuántos años sobrevivimos en ese extraño mundo al que los grandes literatos denominan con elogioso y rimbombante nombre: “El Mundo de los Teporochos”, y conste que se han escrito sobre ellos obras de arte. 
A raíz del alcoholismo vimos, Jesús y el que escribe morir a muchos muy queridos compañeros del glorioso “Botellón de Inflantería”, del cual, como quede debidamente explicado y entendido que Jesús Chucho Aponte fue el general, el Tomandante Mayor y nosotros, algo así como sus súbditos.
En 1979 dejamos de ejercer oficio similar al de los artesanos del cristal Murano en Venecia: Dejamos de inflar vidrio, pero el comandante es el comandante. Jesús siguió en eso: Inflando vidrio, hasta que un día supimos que la respetable esposa suya, madre de sus hijitos y de quien vivía separado, murió.
Tal vez por eso Jesús se fue de Chilpancingo: “La Ciudad de la Eterna Borrachera”. Como se dice en el novedoso argort igualteco: Desapareció. Y volvimos a saber de él muchos años después, cuando ya militaba en los grupos de AA, en Cuautla, Morelos, donde se había juntado a vivir con una señora de la cual, también años más tarde, se supo que separó, porque él volvió a las andadas.
Y es que, viera usted que es casi imposible, cuando se es alcohólico y se quiere dejar de beber, no se puede. Tiene que ser, definitivamente, una acción de Dios la que sobrevenga y pueda cancelar la obsesión de beber. Y conste que la palabra obsesión, según el diccionario quiere decir: Posesión demoniaca.
Chucho, mi querido y muy apreciado amigo Chucho el Sastre, volvió a beber. Regresó a su pueblo en mayo de 2010 y aquí se quedó bajo el cobijo amoroso y protección fraternal de su hermana María Asunción (enfermera jubilada).  Un mediodía lo saludé en el centro de la ciudad; vi su estado físico deteriorado pero no me movió, no me conmovió, no me alarmé ni me exalté porque lo entendí perfectamente. Fue suficiente con leer su mirada para saber que quería seguir bebiendo. ¿Qué le podía decir? Entre gitanos, nadie se lee las cartas.
Nos dimos un abrazo de esos, de grandes amigos y fue la última vez que nos vimos. Hace algunas semanas un sobrino suyo me dijo que estaba en la casa familiar en muy lamentable estado de salud y lo fui a visitar. Su familia es muy atenta y hospitalaria. Su gentil hermana Asunción, la que vio por él hasta el último instante, me recibió, me invitó a pasar a la casa. En la sala platicamos y me ofreció detalles de mi querido hermano Jesús.
Ya no lo pude volver a ver. No se podía, estaba dormido y casi así se la pasaba, recibiendo su cuerpo medicamentos que ya no lo pudieron aliviar. Hoy más que nunca lo entiendo y casi podría hablar por él para dar las gracias a Dios por la  vida que le dio.
No, no era la adecuada, pero fue la que escogimos en un momento dado. Unos, por la gracia de Dios pudimos salir del extraño mundo de los teporochos y lo podemos platicar. Los más, queridos amigos como Jesús Aponte, se han ido.
A lo mejor allá, cuando nos volvamos a reunir seguiríamos platicando con él y con todos con quienes formamos el glorioso Escuadrón de la Muerte, en casa de doña Conchita (¡Concepción!, le decía Jesús) y en la ya desaparecida peluquería de Los Rivera. 
Descansa en paz, mí querido amigo Jesús Aponte Vega: Chucho el Sastre.

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