lunes, 27 de abril de 2015

ARTICULO

Un domingo distinto


Edilberto Nava García
Para mi familia fue sorpresa muy a pesar de tan corta distancia que separa nuestros domicilios. Doña Jacinta Mendoza Nava fue sepultada ayer por la tarde. Mis hermanas acompañadas de sus hijos habían estado en casa por la tarde de anteayer y se despidieron al filo de las diez de la noche. Mi esposa y yo salimos a despedirlos y no vimos nada  fuera de lo normal en derredor nuestro.
El domingo al filo de las nueve de la mañana, yendo hacia el centro del pueblo, nos encontramos con algunas personas allegadas a la iglesia católica y una señora un tanto rezagada fue quien nos dijo que se dirigían hacia el domicilio donde había difunta; que habían doblado en el campanario a las siete de la madrugada. 

La señora corrió para alcanzar al grupo. Nosotros, sorprendidos, continuamos. No es bueno basar nuestros pensamientos en suposiciones, pensé, ya que de momento supusimos que doña Jacinta había fallecido en la madrugada y que se velaría ayer domingo por la noche.
A las diez de la mañana llegó la banda “Torres” dispuesta a tocar los sones fúnebres tan únicos, por excepcionales que sólo en Apango se tocan desde hace más de un siglo, cuya autoría se atribuye a don  Rafael Zacarías, músico que escribió en pentagrama y que lamentablemente su hijo, Hermelindo Zacarías transmitió de oídas a otros músicos, ya que en una de las quemazones  sufridas en el pueblo, aquellas piezas escritas por don Rafael fueron consumidas por el fuego. Pues bien, ayer, la banda “Torres” permaneció largo rato tocando sin prisa esas melodías que ablandan al más insensible corazón y hacen rodar las rejegas y reacias lágrimas que las más de las veces se niegan asomar.
Hace algunos años el Pacmyc apoyó a la banda “Torres” en la grabación de esas excepcionales piezas fúnebres.
Don Margarito Torres Miranda, director de la citada banda, tuvo a bien donarme uno de esos discos. En casa, pensé para mis adentros: al rato iremos, porque seguramente ha de velarse. 
Cerca de las cinco de la tarde arribó el mariachi al citado domicilio. Doña Jacinta era la mamá de Alberto García Mendoza y lo cito, por ser el más conocido de esa familia. 
De pronto, escuché tocar al mariachi más cerca. Atareado en quehaceres menores, me asomé a la calle y me sorprende el hecho de que era ya el sepelio; el cortejo fúnebre se encaminaba hacia el templo parroquial. Presuroso, les digo a dos de mis hijos, apúrense, allá los alcanzamos, porque seguramente le harán misa.
Y en eso andábamos, cuando alguien nos avisa: Ya van hacia el panteón; no hubo misa. Bueno, ¿que no falleció en la madrugada? La voz informa: “No, hoy a las siete dieron doble, pero a lo mejor falleció anoche, sólo que de un tiempo para acá si alguien fallece después de las ocho de la noche, ya no repican doble a esa hora, sino hasta el otro día”. 
Me digo para mis adentros, soy apangueño y eso no lo sabía. Ni modo, de un tiempo para acá también la iglesia se ha dado nuevas reglas, ha cambiado, se ha modernizado. 
Entiendo que pese a los adelantos habidos en la comunicación, voy a la zaga.
Lo último que supe de la Apostólica Romana, es que en cuaresma, todos los sacerdotes o curas están facultados para dar la absolución a quienes han pecado por la comisión o intervención en los abortos. Y de esto último no sé si alegrarme o resignarme, porque absolver es perdonar, es remitir los pecados, es quitar culpas, es redimir y liberar del pecado cometido.

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