viernes, 15 de mayo de 2015

COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista


 ¡Ser Maestro: Gran Honor!... ¡Sí, señor!... Una de las profesiones menos comprendidas, más agredidas, peor pagadas pero sin duda de las que más se valoran por encima de otros respetables oficios o profesiones es la de ser Maestra/Maestro: Profesora/Profesor, porque simple y sencillamente son ellas y ellos quienes enseñan a los niños las primeras letras, actividad que es base fundamental para que el ser humano conozca el mundo en que vive y aprenda a enfrentar la vida. Para que alumnas y alumnos, un día no lejano, después de aprender las primeras letras en el aula, lleguen a convertirse en profesionistas y destaquen, y sean orgullo de sus padres, de su familia, de sus maestros, de la sociedad y de su patria.

Por eso y mucho más, el oficio o la profesión del educador es y tiene que ser respetable, porque el maestro con su ejemplo nos enseña por dónde y cómo caminar en la vida. No importa que uno aprenda las primeras letras en la escuela de una comunidad rural bajo una ramada y en el pueblo más lejano y con cero de comodidades como la falta de pupitres y pizarrones. Pero si hay un maestro o una maestra, él o ella verán cómo arreglárselas para que sus alumnos conozcan letras y números y aprendan a utilizar libros y cuadernos.
La siguiente anécdota, que en parte no recordaba y en parte desconocía, hace unas horas me la platicó una muy apreciada y valiosa maestra. 
Dice que hace años la encontré cuando salía del  palacio de gobierno de Chilpancingo y le pregunté, ¿qué anda haciendo, maestra? Respondió que había ido a entrevistarse con un funcionario a ver si ya le tenía una respuesta favorable porque uno de sus alumnos, por sus altas calificaciones, había ganado el derecho de ir a la ciudad de México a saludar, junto con otros niños que lo hacen cada fin de año, al presidente de la república. En lugar de ella enviaron a una dama, amiguita de un muy alto funcionario, lo que le pareció una injusticia y ella reclamaba el derecho a ir. Pero le dijeron que ya no se podían hacer cambios, y todo estaba programado.
Me dice que entonces le pedí datos y que le dije que al día siguiente, a las ocho de la mañana le iban a estar llamando por teléfono.  Y muy sorprendida se quedó cuando a las ocho de la mañana le estaban llamando de la Secretaría de Educación Pública para que se presentara a esas oficinas donde se le dio una explicación muy amplia y acomedida del porqué no había sido llevada con los alumnos al Palacio Nacional. Dice que le pidieron disculpas y que le dijeron que para el año siguiente ella iría al frente de los alumnos a saludar al presidente y que se mostraron tan apenados los funcionarios que hasta le ofrecieron y le dieron doble plaza de maestra… Y todo eso te lo debo a ti, pero tú no lo sabías, ¿verdad?, me dijo.
No, maestra no lo sabía, le respondí. Luego me dijo que aquella mañana le empezaron a hablar por teléfono sus compañeras y compañeros maestros y le dijeron que ya habían leído la nota en el periódico, firmada por mí, y que entonces entendió que las disculpas que le ofrecieron en el gobierno y la doble plaza y la promesa de que al año siguiente iría con los niños a la presidencia de la república (cosa que así sucedió) fue debido a la nota que publiqué en mi modestísima columna Cosmos. 
La maestra, por cierto, tiene varios años que se jubiló y sus hijos son dos brillantes profesionistas de quienes se siente orgullosa y a ellos les ha dicho que si logró su doble plaza fue gracias a su amigo el periodista.
Son cosas de la vida que uno ya no recuerda pero que al comentármelo con tanto cariño le dije: Bueno, maestra, gracias por el recuerdo, lo que indica que mi paso por la vida no ha sido en vano.
Hoy, pues, como todos sabemos, es el día de Maestro.
Con el permiso de ustedes, no quiero dejar de comentar otra anécdota que para mí vale oro.
Una mañana de domingo, bajando por la calle 16 de septiembre, por donde estaba la zapatería Canadá, próxima a la botica “La Central”, de la familia Villalva, venía del mercado en mangas de camisa, cargando la canasta de astillas de su mujer y llena de mercancía, el muy querido profesor Aarón M. Flores, acompañando precisamente a su esposa. Él era director de la Escuela “Primer Congreso de Anáhuac” y en mi opinión, uno de los más ilustres y sabios maestros guerrerenses de todos los tiempos. Había sido mi director.
Bajo el Laurel de la India, en la esquina sur de la ahora catedral de la Asunción, estaba un señor vendiendo cuadros de paisajes. Vi a mi maestro que iba a pasar por ahí y le compré apresuradamente una pintura. Un cuadro con unos barcos anclados en un muelle y que me recuerda una canción preciosa de “Lobo y Melón” (“Niebla del Riachuelo“). 
“Maestro –le dije- usted nos da todo y nosotros sus alumnos nunca le damos nada. Permítame obsequiarle este modesto cuadro, se lo doy con todo mi agradecimiento”.
Aquel hombre moreno, fornido, recio, de pelo ensortijado, de gruesos lentes y de voz de trueno, dejó escapar una de sus características sonrisas. Bajó la canasta al piso y me dio un abrazo acompañado de una frase que ha vivido siempre en el corazón: “¡Gracias, muchacho!”... y se fue emocionado caminando con su esposa rumbo a su casa.
Al paso de algunos años, se supo que el maestro Aarón estaba muy enfermo y lo fuimos a entrevistar a su domicilio. Estaba recostado en una cama modesta. Cuando me vio, me dijo: “¡Mira!”. Sobre su ropero estaba el cuadro que hacía varios años le había obsequiado. Eso me emocionó mucho y es la enseñanza que me dejó mi maestro Aarón M. Flores.
Hoy 15 de mayo, muchas felicidades para todas y todos los maestros por su día. En casa hubo varios maestros: Mi tía Carmen, mi primo Antonio Navarrete y mi madre a quien acompañé en algunos de los pueblos donde iba a impartir clases. Conocí en ellos la vida sufrida de los maestros. Conocí en mis maestros su gran amor por la educación y cómo dejan los mejores años de su vida en el aula. Nos dejan su gran amor y su sabiduría. Mis hijos, son maestros y ya una de mis nietas está por terminar su carrera magisterial. Para todos, mi homenaje y mi gratitud. Un fuerte abrazo.

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