lunes, 19 de octubre de 2015

COLUMNA

Las ofrendas de los muertos

Apolinar Castrejón Marino
En la estación de autobuses llegó una señora un poco entrada en años, a esperar  el vehículo que la llevaría a su viaje. Faltaba más de una hora para su partida, así que se dirigió al kiosco, donde compró una revista, un paquete de galletitas, y una bebida gaseosa.
Regresó a sentarse en las bancas del andén, y se puso a hojear la revista. Un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un periódico. Ni siquiera la había saludado, pero por el rabillo del ojo, la mujer vio cómo el muchacho, sin decir una palabra, tomó de la banca, el paquete de galletas, lo abrió y se puso a comer una galletita despreocupadamente. 

La mujer se puso muy indignada, y pensó que no quería ser grosera, pero tampoco estaba dispuesta a tolerar que le quitaran lo que había comprado para ella; así que, exagerando el gesto, tomó el paquete y sacó también una galletita, y empezó a comérsela mirando al joven fijamente a los ojos. 
Como respuesta, el joven le sonrió y tomó otra galletita. A la señora se le puso la cara roja de coraje, tomó otra galletita y, se la comió sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho. Él parecía muy divertido, y la señora cada vez más irritada. Cada quien a su turno tomaba otra galleta, hasta que en el paquete quedaba sólo la una. 
La mujer pensó “No podrá ser tan cínico", pero se quedó como congelada cuando el muchacho, tomó la última galletita y, con mucha suavidad, la cortó a la mitad, y con una sonrisa muy amable le ofreció una mitad. 
- ¡Gracias! dijo la mujer tomando con rudeza la media galletita. 
- De nada. Contestó el joven sonriendo gentilmente, mientras comía su mitad de galleta. 
En ese momento llegó el autobús de la señora, y furiosa, se levantó con sus cosas y subió. Ya instalada en su lugar, vio por la ventanilla al muchacho, todavía sentado en el banco del andén y le dirigió una última mirada de odio. Aún sentía la boca reseca de coraje. Abrió su bolso para sacar la lata de gaseosa, y se sorprendió grandemente al encontrar, intacto, su paquete de galletitas.
Este simpático cuentecito es de uno de nuestros autores preferidos, Jorge Bucay, y viene a cuento porque en días próximos estaremos realizando las “ofrendas”, los altares y las ceremonias para festejar una año más a nuestros muertos. 
Según el calendario cívico, es una fecha de asueto, para que la gente descanse del trabajo, y festeje a sus difuntos. En nuestro país, ya se sabe que es costumbre invocar a nuestros familiares que hayan fallecido, ofreciéndoles las comidas y bebidas que le gustaban en vida: mole, pozole, y barbacoa. 
Entre las bebidas que más frecuentemente se ofrecen a las almas de nuestros seres queridos tenemos el atole, el chocolate y el café “de olla”. El ceremonial establece ponerles agua bendita, porque es muy largo el camino desde donde vienen, y seguramente llegarán con mucha sed. 
Los alimentos complementarios son “conservas” de calabaza, toronja y “torrejas” para acompañar al atole, y pan en forma de muñequitos para acompañar al café y el chocolate, tamales y camotes. Y para variar un poco la dieta de nuestros fallecidos, la gente les pone frutas de temporada: chayotes, nísperos, jícamas y ciruelas.
También es costumbre ponerles mezcal y cigarrillos. Todo esto se coloca preferentemente en una mesa, aunque también se vale colocarlo en el piso, pero se ambienta con flores del campo como “terciopelo”, pericón, y Vara de San Andrés, se colocan velas y veladoras encendidas para que los fieles difuntos se sientan contentos.
Según la región, la gente les coloca dulces de azúcar en forma de calavera, y panes en forma de esqueletos. En otros lugares hacen adornos en el suelo con pétalos de flores y aserrín pintado, y no puede faltar el incienso de copal para envolver todo en una nube aromática que se esparce a las 12 del día 31 de octubre, en que llegan los difuntos “chiquitos” y el 1 de noviembre, que llegan “los grandes”.
El dilema será para los padres y madres de los “ayotzinapos”, si les colocan “ofrendas” significará que están aceptando que están muertos, y si no les colocan, serán fieles difuntos que no serán esperados en sus casas.

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