jueves, 10 de diciembre de 2015

COLABORACIÓN

 Cuentos de navidad
De regreso
Felipe Zurita. 
El sol era amarillo como si esperara el atardecer. Pero no tenía calor solo era un sol sin brillo. Incluso no había sombras de los cuerpos, no había sensación solo tranquilidad voces que hablan como si meditaran y rezos que no lograran los oídos entender. 

Era un valle de viejos edificios de calles abandonadas de aire tibio muy difícil para vivir o quizás era lo suficiente para estar encerrado en un mundo de silencios. Donde todos parecían olvidar el pasado sin importarles el presente.
Las túnicas parecían polvosas por el tiempo. Todos tenían el rostro cubierto con una gorra. Solo la bajaban cuando buscaban platicar, el saludo solo era un movimiento vertical sin mayor preámbulo.
Eran cuatro personas entre ellas yo. -Alfred.
No entendía que hablaban, se acercó otra persona más, era Manuel. 
Mi corazón se agitó y la sorpresa fue mayúscula. Enmudecí por unos segundos. –Manuel, murió hace muchos años. Lo seguí para platicar con él. –tú debes salir de aquí… aun no es tu tiempo. Me dijo. Subir la gorra de su túnica y se perdido entre las calles siguientes.
Regresé al grupo con el que me encontraba, mi memoria se refrescó tan rápido como una gota de agua tras una noche fría al formar el  rocío de una mañana. Aún no es tiempo de estar aquí. Mi corazón volvió a caminar tan fuerte que corrí hacia donde está el sol pero sol parecía estar siempre a mi espalda. 
Encontré puertas abiertas de muchas casas de muchos espacios que parecían infinitos. Lo único que cambiaba era el tiempo. Para mí el tiempo parecía estar marcado, debería salir de aquel lugar. Mi cuerpo sentía dolor nuevamente ya no era sombra de luz sino dolor en el corazón. No es tiempo de morir. 
Alguien apretó mi corazón y salte de la cama atrapando una bocanada de aire para respirar de nuevo. Era momento de regresar. Y está vivo.   

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