viernes, 26 de febrero de 2016

COLUMNA

Cuidado con los mosquitos 
 Apolinar Castrejón Marino
Pican, pican los mosquitos, pican con gran disimulo, 
unos pican en la cara, y otros pican en el… 
Mi hermanita toca el piano, con el profesor Virulo, 
cada vez que se agachaba, le miraba todo el…
Quizá sus castos oídos no hayan escuchado esta pícara canción, que si bien es muy vieja, la sonora Dinamita, nos ofrece una versión algo actualizada. El pretexto, es bueno para hablar de los mosquitos.
Usted ya sabe del peligro que representan las enfermedades transmitidas por estos molestos y perjudiciales animalitos que al parecer creó Dios solo para nuestro suplicio.

Entre el dengue y el zica, están produciendo buena cantidad de bajas entre nuestros hermanos humanos. Y por lo que vemos, las autoridades sanitarias, solo nos dan “atole con el dedo”, sin que puedan contener el avance de esta plaga.
En este caso en particular, las redes sociales han creado una gran maraña de aseveraciones sin sustento, que solo han aumentado el temor de la población, debido a que cualquier persona, inclusive niños, han colocado en sus blogs y en Facebook principalmente, cualquier cantidad de “información”, que toman de versiones verbales, y de mitos urbanos, y como “se encuentra en Internet”, la gente las dan por buenas.
Al respecto, vamos a darle alguna información que hemos recabado con cautela y la hemos tamizado según diversos criterios de orden profesional, y algunos de sentido común.
Primeramente, diremos que el mosquito transmisor que nos ataca actualmente es el llamado mosquito tigre Aedes albopictus. Es pequeño y de color negro, con una sola raya blanca en la cabeza y el tórax, y varias rayas blancas en el abdomen y las patas. Su comportamiento es activo durante el día, hasta la tarde, y casi nunca por la noche. Vuela a poca altura del suelo, quizá a un metro y medio.
Es necesario mencionar al Aedes Aegypty, que es muy diferente, y al que se atribuye la transmisión del dengue hemorrágico en fechas recientes. En ambos casos, evidentemente las autoridades del ramo, deslizan la responsabilidad a la población para que elimine los criaderos de tales insectos, según programas de “descacharrización”.
Esto es algo bien diferente de la campaña de Erradicación del Paludismo en México iniciada el 2 de enero de 1957 con la aplicación general de insecticidas de acción prolongada en las casas de todo el país, afectado por el paludismo el 58,3 % de la superficie total de la República.
El ataque era a muerte contra los mosquitos Anopheles pseudopunctipennis y Albimanus. En noviembre de 1955 se firmó el decreto de creación de la Comisión Nacional para la Erradicación del Paludismo (CNEP), entre el gobierno mexicano y el norteamericano, para la aplicación de insecticidas que tendrían que eliminar los mosquitos. La filosofía era: “muerto el perro, se acabó la rabia”.
El territorio se dividió en grandes sectores geográficos, en los cuales se distribuyeron gran cantidad de brigadas de “rociadores”. El número de casas rociadas por hombre y por día, según el tipo de brigada, fueron: 10 para las brigadas motorizadas, 7 para las montadas, G para las fluviales y, como promedio general, 8,6 casas por rociador por día.
Los insecticidas estaban hechos a base de un compuesto mortal llamado Dicloro Difenil Tricloroetano (D.D.T.), presuntamente dosificado para que no afectara a los humanos. La verdad es que se morían los mosquitos, pero también los niños desnutridos y los ancianos, murieron abejas, lagartijas, chinches, y los zopilotes carroñeros quedaron al borde de la extinción.
Había una extraña enfermedad conocida como “niguas”, que atacaban las plantas de los pies de los campesinos que andaban descalzos, produciéndoles llagas supurantes. Al parecer era un gusano parásito, muy difícil de extraer, pro llegó el ddt y adiós niguas. También desapareció la tiña de la cabeza de muchos compatriotas. 
Para las enfermedades febriles que ocasionaban los mosquitos, se establecieron centros de atención en donde se administraban fármacos a base de quina para los enfermos, y en dos semanas estaban vivitos y coleando. 
Se capacitó a los maestros rurales para que aprendieran a obtener las muestras hemáticas. Se hacía pichando un dedo de los pacientes de fiebre, para obtener unas gotas de sangre, que se colocaban entre dos pequeños cristales, se rotulaban escrupulosamente, y se enviaban a los laboratorios de la CNEP para su análisis. Si resultaban positivos, se les administraba el tratamiento respectivo a base de pastillas de cloroquina, y “a otra cosa, mariposa”.

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