miércoles, 20 de septiembre de 2017

COLUMNA

COSMOS
Héctor CONTRERAS ORGANISTA
 LOS SISMOS EN CHILPANCINGO
Desde chamacos, cuando empezamos a sentir los “temblores” por el movimiento sorpresivo del suelo en Chilpancingo, movimientos que después supimos que se denominan oscilatorios, a los que los niños sienten cuando la cuna se mece, o que son parecidos al movimiento del péndulo de un reloj, y trepidatorios, que son cuando el suelo “brinca”, la gente empezó a decir que vivíamos en zona sísmica, es decir, que temblaba mucho y desde siempre.
Se decía que por Chilpancingo pasa la “falla” de San Andrés, que es una especie de franja que viene desde San Francisco, California y que llega hasta la Patagonia, una brecha muy sensible y que cuando viniera el temblor grande, tal vez esa franja que pasa por aquí, haría que parte del territorio guerrerense fuera empujado hacia el mar.
Pasaron los años y los chilpancingueños seguimos sintiendo temblores de tierra muy fuertes que después se llamaron terremotos y más tarde sismos.
En aquellos entonces, para que un fenómeno telúrico fuera denominado Sismo, tenía que ser muy fuerte. En la actualidad a cualquier temblorcito le dicen
“Sismo” y hay quienes no soportan que se les llame “temblores”.
En 1957 “el temblor del ángel”, así se le conoce porque fue cuando se cayó el ángel de la Independencia en la ciudad de México, fue de madrugada.
Chilpancingo tenía en su mayoría casas hechas con adobe y techos de teja y era lo más afectado. Se cayó una de las torres de la iglesia y fue reconstruida. Al siguiente temblor se cayó la otra torre y también la reconstruyeron. Claro, había en la iglesia de la Asunción un sacerdote muy entrón, el Padre Agustín M. Díaz, la otra torre le tocó al padre Osorio.
Debido a ese temblor del 57, hubo desgracias. El techo de una casa se cayó en la nueva colonia que estaba a un lado de lo que después fue el IMSS, y fallecieron dos niños, se cayó también el techo de la habitación donde dormía el señor Meléndez, dueño de la Posada del mismo nombre y ahí murió.
Cuando en el día temblaba, los primeros que subían a sus carros a toda prisa eran los choferes de los “coches libres” que ahora les dicen taxis, porque temían que una torre, o las dos, cayeran sobre sus vehículos y salían del Sitio “Bravo”, que estaba frente a la iglesia, en estampida, cuidando sus unidades.
En esa época de los años 50 y 60 del viejo Chilpancingo, los pilotos de las avionetas que hacían servicio desde el campo de aviación de Chilpancingo hacia la montaña o las costas, se divertían porque volaban bajito, muy bajito sobre Chilpancingo, tanto que pasaban rosando la copa del añoso Laurel de la India, que estaba a un lado de la iglesia, y como trofeo se llevaban algunas ramas y hojas que arrancaban del árbol con el tren de aterrizaje de sus aeronaves.
Después de algún temblor de tierra, llegaban noticias de que en Tierra Caliente o en las costas, hubo desgracias terribles a consecuencia de los temblores o de los huracanes y ciclones como aquel que acabo con Nuxco y Tenexpa, y la gente en el zócalo juntó muchos víveres, medicina y ropa y continuamente las mandaban por carretera.
Hemos sufrido tantas desgracias que por eso aquí somos tan solidarios como cuando tembló y el sismo casi acabó con la ciudad de Guatemala: Nos pusimos a recolectar víveres y medicinas y Chilpancingo, por medio de la Cruz Roja, mandó once toneladas de víveres que se reunieron en unos pocos días.
Esto de los sismos, temblores o terremotos, jamás se va a acabar. Las construcciones deben hacerse a conciencia para evitar desgracias personales. Vivimos en zona sísmica desde siempre.
Cuando el miedo se apodera de las masas, no queda más que la imploración al cielo para que nos proteja de los embates de la naturaleza que, por cierto, no son tan graves ni tan violentos, como la irresponsabilidad oficial que con oraciones o sin ellas, no pudieron con el paquete al que se comprometieron por boca propia, ofertando orden y paz, y ahora hay no solamente más desorden sino anarquía, y paz, solamente en los sepulcros, como decían los clásicos.
Y esas promesas incumplidas sí que duelen en el alma al pueblo, por la impotencia ciudadana de no poder defenderse… y mucho menos tener quien nos proteja, porque el Chapulín Colorado, ya no existe.

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