martes, 28 de febrero de 2012

COLUMNA

El Rey Lopitos

Apolinar Castrejón Marino

Hay una novela titulada Castillos en el Infierno de la escritora Vilma Fuentes, cuyo protagonista es el Rey Lopitos, el cual resulta un anti héroe versión tercermundista, de los menesterosos de Acapulco.
Tal obra, describe como era el puerto de Acapulco, cuando inició la explosión urbanística, cuando se levantaban hoteles y mansiones de lujo, y se construía ese importante centro turístico.
La gente ya sabe que espaldas del paraíso turístico que ocupa el primer plano nacional, creció una ciudad de cartón y lámina, de carencias y enfermedades, de miseria y violencia.
En estos arrabales en cuyas veredas y callejuelas se formó una sociedad abandonada y rencorosa, una sociedad fuera de la ley que engendró sus propias leyes, sus propios héroes y villanos.
Entre ellos El Rey Lopitos, que combinaba rasgos del pistolero, cacique y líder.
El proyecto de la modernización alemanista y la fiebre de la industrialización y construcción inmobiliaria atrajeron a toda clase de políticos y especuladores que se apoderaron, por las buenas y por las malas de las mejores tierras agrícolas y de los mejores predios urbanos.

Los antiguos dueños de la tierra y los pobres que buscaban trabajo, fueron empujados a remontarse a los cerros pelones que rodean a la bahía o a los terrenos cenagosos de la llamada Ciudad Renacimiento, en medio de la pobreza, la insalubridad y la miseria.
 En esta feria de ilusiones Acapulco se convirtió en el escaparate perfecto para confirmar nuestros sueños de grandeza, el Montecarlo tropical donde nuestros políticos y millonarios, que podrían recibir a sus iguales, a las celebridades que llegaban de Hollywood y de Europa.
Alfredo López Cisneros operaba como líder de los precaristas necesitados de un pedazo de tierra para vivir.
Tales «acapulqueños sin tierra», provenientes de otras partes del país donde eran indeseables, algunos provenientes de las cárceles, escasos de prejuicios, aficionados al robo y al asesinato, fueron organizados por López Rosas.
La fuerza de la multitud y el escaso temor hacia la muerte, hizo que las huestes de López Rosas pronto se impusieran a las fuerzas del orden.
Ni los temibles «judiciales», ni el ejército, ni las fuerzas armadas encubiertas del gobernador, pudieron someter al orden al que retadoramente llamaban «El Rey Lopitos».
Se rodeó de una guardia personal de pistoleros desalmados y leales.
Tenía 7 mujeres con las cuales vivía en «unión libre», y también le servía como estrategia para cambiar de casa para dormir, y así evitar que lo ubicaran para matarlo.
A tal grado llegó el poder de Alfredo López Cisneros que el presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz le concedió una entrevista en el puerto, en donde pactarían algunos beneficios para los habitantes de la Colonia «La Laja», que era su coto personal.
 Acostumbrado como estaba a gritar y golpear los escritorios de los funcionarios, con el Presidente Díaz Ordaz no tuvo miramientos ni por su investidura.
Y como el presidente protestó, el líder pensó que lo había impresionado y lo tenía a su merced.
Se sabe que el Rey Lopitos se enredó con un grupo de guerrilleros y que por mutuo acuerdo quedaron en asesinar al gobernador.
Transgredir estos límites, fue como poner precio a su cabeza. «Nos encargaron asesinar al Rey Lopitos.
Protegido como estaba por su pueblo, nadie, más que nosotros cinco, podía ametrallarlo.
O lo matábamos o nos mataban. Así narra en la novela su asesino Urbano Luna Hernández, jefe de la Policía Judicial.
Los agentes Humberto Rivera Martínez, «el Chabelo»; Anacleto Lagunas Hernández, «el Beto»; Vicente Bibiano Zúñiga, y Anacleto de la Cruz, tenían montado el espionaje.
Y Lopitos se descuidó. Cenó y disfrutó la variedad del centro nocturno Jazz Bar y después se dirigió al Armand’s Le Club para seguir la juerga acostumbrada.
Era el amanecer del 4 de agosto de 1967 cuando Alfredo López Cisneros circulaba por la avenida Farallón, acompañado por Leonora y María Dolores Rayo Barona, de 19 y 21 años de edad.
 También iban Joaquín Pérez Hernández, «el Vecino», y Reynaldo Soto Aguilar, «el Chivero».
Al aproximarse a La Garita, un vehículo en que iban los agentes Simón Baldéolivar Abarca, Miguel Vélez y Chon le dio alcance por el costado izquierdo y súbitamente los acribillaron con ráfagas de ametralladora.
Solo así pudieron terminar con la amenaza de un líder valiente y poderoso que se daba la gran vida, pero defendían los intereses de «su gente».
Que alguien nos explique que este hombre haya tenido una docena de hijos, y entre ellos, uno que anda «llorando como mujer, lo que no pudo defender como hombre».
Un hombrecito que se pasó todo un sexenio hablando pestes del gobernador.
El actual gobernante lo puso como Procurador de Justicia.
Y funcionó la estrategia de poner a un hablador ante una responsabilidad o cargo importante, para que en poco tiempo se enrede en su propia telaraña y demuestre su inutilidad.

2 comentarios:

  1. Caray bien se dice, en los acontecimientos históricos :" Quién no conoce su historia, siempre estará condenado a repetirla".

    Seguro Alfredo López Cisneros, defendió los intereses de los pobres y desposeídos, pero faltó más prudencia y análisis de la situación real. No puedes perder la vida buscando hacer el bien de todos, porque cuando pierdes lo más valioso quien va defender lo demás. Un Acapulqueño ejemplar. sin duda.

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  2. A toro pasado, es fácil emitir una opinión. Pero a la distancia del tiempo y espacio, sin duda un personaje que dejo historia en la comunidad. Un Guerrerense de las causas justas y q vio por darle al pueblo un poco de dignidad.

    Un Acapulqueño en la distancia. Saludos a todos.

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