lunes, 13 de agosto de 2012

COLUMNA

Cosmos


Héctor Contreras Organista


De la antigua celebración a la virgen de la Asunción no queda nada. Claro, porque Chilpancingo es otro; ha cambiado casi todo en esta que parece ciudad pero que le falta mucho para serlo.
Además, quién sabe si la virgen de la ahora catedral será la misma que le tocó venerar a Don José María Morelos y Pavón cuando la celebración del Primer Congreso de Anáhuac, en 1813.
«Madre, si hemos hecho mal, perdónanos; pero si bien, bendícenos» dicen que fueron las palabras de aquel hombre a quien le correspondió transformar este territorio y crear la Patria Mexicana.
Y si cambiaron a la virgen, ¿cómo era antes? ¿Así de grande como la de ahora? ¿Será la misma que se venera desde mil setecientos y tantos? ¿Era más pequeña? ¿Quién hizo aquella y quién ésta?
Cuando Chilpancingo era un pueblo de agricultores las peregrinaciones a la virgen eran enormes y desde el 1 de agosto hasta el 31 había recorridos por las calles, danzas, música cohetes, etcétera.
Los sacerdotes Margarito Escobar y Agustín M. Díaz fueron los más entusiastas líderes religiosos y quienes transformaron el templo. Sabían el tamaño histórico del lugar. Lo cuidaron y renovaron.
Don Timoteo Calvo regaló a la iglesia la campana mayor que se localiza en la torre norte, es inmensa y sólo se repica cuando se ordena un sacerdote y el 15 de agosto y el 1 de enero.
En la otra torre se encuentra «La Abuelita», la primera campana que tuvo la iglesia y que una vez cuando se la robaban unos bandidos se las fueron a quitar por donde está el cerro de Machohua.
Desde hace unos cuatro temblores la base de la torre sur quedó dañada, donde está el bautisterio. Hay grietas, las reportamos pero el gobierno sólo las pintó, las ocultó, pero el daño está latente.
Fue el general jalisciense Francisco O. Arce, combatiente de Querétaro quien siendo gobernador de Guerrero abrió las puertas a la iglesia Protestante y entonces se hizo el Colegio «Wallace».
Ese colegio fue ocupado después por el cuartel Militar donde se jugaba beisbol, la gente iba pero luego quedó como espacio exclusivo para el ejército. Ahí se daba el Servicio Militar Nacional.
Marianito fue el sacristán en la época del Padre Agustín. Tocó las campanas como nadie mientras que el bardo Lamberto Alarcón hizo el poema dedicado «Al Laurel del Templo de Chilpancingo».
No, ya no queda nada de lo de antes en la celebración a la virgen, de hecho parece que a los mismos curitas les ha desinteresado el tema. Tal vez porque la iglesia se transformó o ya se acaba.
Y es que se han metido en cada bronca que el descrédito es mayúsculo y además la gente de ahora como que razona más acerca de su fe, sus convicciones y toma decisiones. Ah, y las «¡Sectas!»
«Glorifica mi alma al Señor…» Dentro de un año, el 13 de septiembre se cumplirán 200 años de la instalación del Primer Congreso de Anáhuac, pero «no hay presupuesto para la celebración», ¿o sí?

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