martes, 26 de abril de 2011

CULTURAL/SOCIAL

Benito Mussolini
Apolinar Castrejón Marino
Uno de los anti-héroes más citados por la humanidad es Benito Mussolini, ya sea por su nombre, ya sea por sus estrategias de guerra, ya sea por la ideología con la que mantuvo su liderazgo. Existen unas fotografías en las cuales se le ve ayudando a los soldados a excavar zanjas para trincheras en la guerra de 1939.
Pero no se crea que eran fotografías para la prensa o un calendario, Mussolini se fue a pasar más de tres días con los soldados con el fin de alimentar la moral de los combatientes italianos contra el ejército griego. No eran como esas fotos que se toman los políticos actuales colocando “primeras piedras” o abrazando ancianos.
En agosto de 1915 había participado como voluntario en el frente de combate como simple soldado, demostrando gran valor, hasta que en febrero de 1917 cayó gravemente herido, y luego permaneció cuatro meses internado. Desde luego tuvo gran cantidad de enemigos, y el 28 de abril de 1945 fue asesinado con gran crueldad y saña.
Fue un ultranacionalista que se enfrentó a los socialistas, comunistas y anarquistas. Con el reconocimiento del rey Víctor Manuel III, se erigió como Presidente del Consejo de Ministros de Italia, y con su tropa de 40 mil “camisas negras” se dedicó a organizar el Estado Fascista: nacionalista, militarista, anticomunista, antiliberal, con estricta censura y fuerte propaganda estatal. Nada de hipocresías humanistas y democráticas.
A fines de la Segunda Guerra Mundial, sus fuerzas fueron derrotadas repetidamente. Ello dio ocasión a los patriotas italianos para integrarse en fuerzas de resistencia bajo el nombre de partisanos. Se unieron con los comunistas y los anarquistas, quienes culpaban a Mussolini de la conflictiva situación de Italia.
El Gran Consejo Fascista destituyó a Mussolini el 25 de julio de 1943, y firmó un armisticio con los aliados, que habían invadido Italia entrando por Sicilia. El Gran Consejo que siempre había acatado con satisfacción las ordenes de Mussolini, y el Rey Víctor Manuel III, quien era un admirador declarado del Duce, vieron peligrar su vida y optaron por dejarlo solo, tratando de congraciarse con los invasores.
A las doce del día 25 de julio, la radio comunicaba la traición: “Su Majestad el Rey-Emperador Víctor Manuel ha aceptado la dimisión de los cargos de Jefe del Gobierno y Secretario de Estado de Su Excelencia el ‘Cavaliere’ Benito Mussolini, y ha nombrado Jefe del Gobierno y Secretario de Estado al ‘Cavaliere’ Mariscal de Italia Pietro Badoglio”.
Una vez que se sintió seguro del apoyo de los aliados, a Badoglio no le importó romper su palabra “de honor”, y declaró la guerra a sus aliados, los alemanes. Muchos años antes, ya había dicho Napoleón: “no se puede confiar en los italianos, porque nunca terminan una guerra del mismo lado en que la empiezan”.
El Rey aún le concedió la gracia de una entrevista el 28 de julio en la isla de Ponza. Y el 6 de agosto, Benito fue trasladado a la isla de La Madalena, una estación de invierno en las alturas de los Abruzzos adonde sólo se podía llegar por funicular, y bajo la vigilancia de doscientos cincuenta ‘carabinieris’.
El 12 de septiembre de 1943, el coronel alemán de las SS, Otto Skorzeny, Caballero ‘Sturmbannführer’ y fiel seguidor de Benito consiguió aterrizar a 90 hombres en planeadores para rescatar al Duce. Cuando huía en compañía de su amante Clara Petacci hacia Suiza, fue capturado en ‘Villa Savoia’, y esta vez, para no correr más riesgos, fue asesinado vil y cruelmente, según fuentes oficiales, “por orden del Comando General del Cuerpo Voluntarios de la Libertad”.
Autores oficialistas italianos escribieron libros muy “pormenorizados” en los cuales relatan el fin del dictador. “Hacia las cuatro de la tarde del día 28 de abril de 1945, el Coronel Valerio irrumpió en la alcoba que servía de prisión al duce y su amante, anunciando que ‘venía a rescatarles’. Una vez que se pusieron de pie y se dirigieron a la salida, los empujó por las escaleras y los solados los metieron a empujones en un coche.
El partisano Walter Audisio, deseoso de gloria, relata los siguientes hechos: “en la entrada de Villa Belmonte: Mandé a Mussolini que se colocase contra la pared. Se dirigió hacia el lugar sin comprender nada, y cuando se volvió le leí la sentencia... Por orden del Alto Mando del Cuerpo de Voluntarios de la Libertad, tengo la misión de hacer justicia al pueblo italiano...”
“-¡Mussolini no debe morir! ¡Mussolini no debe morir!” gritó Clara Petacci, al borde de la histeria...
“-¡Quítese de ahí o recibirá disparos también! Le grité”.
“Se apartó dando tropezones. Apunté la ametralladora y apreté el gatillo, pero el arma no disparó. La Petacci corrió de nuevo hacia Mussolini y lo abrazó”.
“Arrojé la metralleta y empuñé el revólver, mientras Petacci corría de un lado para otro presa de pánico...”
“Jalé del gatillo, pero el revólver tampoco funcionó... tomé la metralleta de un soldado y esta vez cinco balas alcanzaron a Mussolini. Disparé de nuevo, y tres balas más alcanzaron a Mussolini y una bala alcanzó a la Petacci, matándola en el acto”.
“El duce aún respiraba. Me acerqué y le disparé al corazón”.
Alessandro Pavolini, Paolo Zerbino, Incola Bombacci, Luigi Gatti, secretario personal de Mussolini, y varios ministros fueron asesinados en pocas horas. Quince cadáveres, fueron transportados en un camión a la plaza Loreto de Milán. En el techo de una gasolinera fueron colgados por los pies, y expuestos al público para que se ensañaran con ellos. Y fueron escarnecidos, pisoteados, deformados y desmebrados.
En el libro “Mussolini creó el fascismo” los autores Néstor Luján y Luis Bettonica, en la última página anotan lo siguiente: “Sean cuales fueren sus faltas, la muerte de Mussolini nos llena de piedad, y la de Claretta, compañera hasta el final, de admiración. Y aquella plebe de Milán nos llena de horror en su macabra alegría. Sean cuales fueran las faltas humanas, repetimos, fue un asesinato. Y nadie puede merecer la vileza de seres de tan baja calidad como aquellos milaneses del Piazzale Loretto.