miércoles, 13 de abril de 2011

OPINIÓN

Los albañiles
Edilberto Nava García.
Hacía muchos años a que no escuchaba aquella canción del albañil, muy bien cantada, a solo dos guitarras en voces femeninas, creo con el dueto las palomas. Es una lástima que pocos locutores mencionen a los autores de la letra, pero la canción del albañil está a la medida y pinta tal cual al obrero de la construcción de hace treinta años hacia atrás.
¿Porqué del albañil de más de hace más de tres décadas? por el hecho de que los albañiles de estos tiempos son otros; tienen otras ventajas y sus herramientas también se han desarrollado, aunque su explotación continúa igual o ha empeorado. Muchos provincianos, cuando con todo y la falta de dinero nos concentramos en la capital del país para estudiar, tuvimos que convertirnos, en cortas temporadas, en matacuaces, en chalanes, peones o en mejores términos, ayudantes de albañil, que ya se escucha menos degradante.
“Soy albañil es muy cierto pero mi bolsa no llora”, dice la canción y habla de lo desprendido que solían ser los albañiles, y quizá se refiera de cuando ponen un pie en la cantina y porqué no, en la pulquería, que por cierto ya desaparecieron. Varios “maistros” -porque así se les llama, aunque los profesores se ofenden cuando el campesino les llama igual- me apoyaron dándome empleo e incluso pagándome en ocasiones mi pasaje. Casi todos los albañiles son buenas personas, tal vez por su origen, ya que se trata de campesinos en su mayoría que, al no tener cabida en los ejidos y comunidades, emigran a la ciudad, sin más estudios que “saber leer y escribir”, con sed de progresar y con muchas habilidades a desarrollar, pues ha sido evidente que los hombres del campo aprenden en el medio urbano a ritmo acelerado.
Hace cuarenta años no se contaba con cortadoras eléctricas ni manuales y sólo las grandes empresas podían darse el lujo de tenerlas, pues la mayoría de albañiles cortaban todo el fierro con segueta. Tampoco el sector de la construcción estaba tan subdividido como ahora, pues el albañil instalaba desde un tubo de albañal y pulía pisos como todo un diestro y verdadero maestro de la construcción, es decir, desde principio a fin. Ahora no. Hay cortadores de fierro en el rubro de estructuras metálicas, llamados fierreros, cimbradores, colocadores de piso, electricistas, plomeros, herreros, los que colocan puertas y ventanas, yeseros y pulidores, sólo por señalar algunos aspectos.
Pronto, el 3 de mayo festejarán a los albañiles, a esos hombres laboriosos que por la cal y el cemento traen la ropa gris o ceniza, tieso el cabello y rasposas las manos, pero que luego no queremos ni saludar en la calle, en la combi o en el mercado. En cambio yo, me cuadro ante ellos, porque recuerdo, que también otros les dan su lugar, por ejemplo en las tortillerías. Aunque la fila de clientes sea larga, si ven al chalán con su gorra de papel, se apresuran a despacharle, porque saben del corto tiempo que les dan en la obra para comer. Las veces que fui peón y me tocó ir por las tortillas, así me trataron; lo agradecí pero también me llenó de orgullo.
No me explico la razón del porqué el día del albañil es el 3 de mayo, día en que la grey católica honra a la Santa Cruz, vinculada con la petición de lluvias de los labradores del campo, particularmente de los pueblos indígenas. En las grandes obras, se sirven banquetes, con mariachis y bebidas embriagantes hasta decir basta.
Los albañiles desempeñas labores de mano especializada, lamentablemente pocas empresas y escasos particulares les pagan como tal y el gobierno tampoco se ocupa de hacer efectiva la ley, pues ya vemos que el salario mínimo está por debajo de lo que fue hace cuarenta años, pues su poder adquisitivo sí que fue efectivo. Si en las ciudades vemos ahora edificios rascacielos, enormes mansiones y casas habitación por millares, en todas ellas ha estado la mano de los albañiles. Por eso hago votos porque a ellos y en general a todos los trabajadores de la construcción reciban un trato más justo; un salario mejor, que los anime todos los días a rendir más, a desperdiciar menos materiales y a ser mejores en su núcleo familiar. En su día, el 3 de mayo, me solidarizo con ellos, pues en honor a la verdad, les debo muchos favores y no he de pecar de ingrato.