lunes, 18 de julio de 2011

COLUMNA

La Jaula de Dios
Jesus Pintor Alegre
Un día, en un gran charco de sangre, de repente nos vimos nadando, al rato éramos siete, y luego 49, y más tarde 343, 2 mil 401 por la noche y 16 mil 807 en la madrugada, 117 mil 649 al siguiente día, y todos los múltiplos del siete veces siete bíblico, en un ritmo que parece no tener fin, no obstante El Equipo y el genio secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna.
Muy a pesar de las bravatas de un presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa, que cada día que pasa, parece concluirse que anda mal psicológicamente, que sólo hace juegos, ensayos, como si pagara una manda con Dios Valverde. Con un gobernador que no acierta y se desconcierta, con alcaldes que se obnubilan y se sacuden la responsabilidad de lo que nos pasa.
Todos gritoneamos, todos nos rasgamos las vestiduras, todos lloriqueamos como plañideras. Por allá escuchamos al arzobispo Carlos Garfias Merlos, al mismo gobernador Ángel Aguirre Rivero, a los diputados, y los hay quienes buscan mejor evadir su responsabilidad, se escuchan lamentarse los presidentes municipales, los regidores, los magistrados… más allá, los de derechos humanos.
En corto, los mismos policías municipales, la gente común, el taxista, el comerciante… los lamentos y los golpes de pecho… caminamos en los senderos del sonambulismo, mientras la capa púrpura nos rodea y nos cubre. Mientras la pobreza nos invade y nos hace llorar… ¿cuántos muertos llevamos?, ya hasta la cuenta de los caídos ha dejado de tener sentido.
Cayó uno y no se esclareció nada, luego dos y tres y cuatro… todo con los mismos resultados. De nada valen marchas, pronunciamientos, videos en youtube, mantas y propaganda diversa para intentar hacernos ver un mundo que no vivimos, que no estamos pisando en esta dimensión que se entrelaza en la fantasía y nuestros locos, en nuestros desvaríos.
Decía Daniel Arizmendi a Julio Scherer en “Máxima Seguridad”, en un intento por darle consuelo a la madre a quien el famoso Mochaorejas le había matado a su hijo, en complicidad con el mismo padre del muchacho y esposo de la mujer desesperada.
“¿Qué se puede hacer para acabar con la violencia?”, Daniel Arizmendi se responde: “pues primero se tiene que acabar con la pobreza, la marginación, y sobre todo, preparar a la niñez de nuestro país, para el futuro”, en esa carta escrita con faltas de ortografía, busca una justificación que encubre con sus culpas.
Dice más: “pero como usted sabrá, todos quieren dinero para sus arcas, no para ayudar al jodido. Por lo tanto, la delincuencia ganará terreno, día a día hasta llegar a otra revolución”, dice Daniel Arizmendi que lo primero que se tiene que hacer para acabar con la delincuencia es acabar con la pobreza… nos brinca el dato, pues pobreza es lo que más se padece ahora, y pobreza es lo que más golpea, es el tema de hoy, nuestro pan de cada día.
La pobreza es nuestra almohada y nuestros buenos días, es nuestro desayuno y nuestra cena. La pobreza es nuestro dios inmisericorde, nuestro diablo y nuestro regocijo masoquista… ¿cómo demonios entonces se va a acabar esto?, bueno, el mismo Daniel Arizmendi lo dice, la delincuencia ganará terreno día a día “hasta que llegue otra revolución”.
Y esto escalda. Ya antes lo han anunciado otros, pesimistas y optimistas. Un estallido social quizá sea el equivalente, una guerrilla sin Lucio Cabañas… una lucha fragorosa sin los niños héroes de la selección mexicana de la Sub 17, sin himnos y sin cantos épicos, podremos decir que no pasa nada, pero el baño es color púrpura, choquiosa.
Un ex diputado, Ramiro Alonso de Jesús; un padre doliente, Javier Sicilia; un luchador social o un convenenciero, como usted quiera, Nicolás Chávez Adame; un inquieto e incómodo al sistema, Javier Monroy; y muchas voces otras han invadido con la advertencia del despertar de un pueblo ante la inutilidad de su gobierno, en estos charcos de lágrimas invernales, profundos.
Con influenzas “hache uno ene uno”, o sin ellas, con chupacabras y copetones, con tiempos mejores o guerrero en ayuntamiento constante. Allí queda nuestra realidad que cabalga en nuestras entendederas, en nuestra conciencia. Allí queda en la pobre pobreza de todo, hasta de sentimientos, de razonamiento, de valores, pobre de la misma pobreza, en un andar paradójico y lleno de confusión.

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