miércoles, 20 de julio de 2011

COLUMNA


La Jaula de Dios
Jesús Pintor Alegre
Allí estaba el monstruo, observando, con un gesto extraño en su rostro, como impasible, como indiferente, si le dolía algo, no lo parecía. Y a unos metros de él, unos seres insignificantes, cebados y brillantes, llenos de lodo maloliente, peleándose por ser el mejor, o más patético que eso: ser el menos peor. En ese plano de la suciedad, lo menos peor era algo así como una gota menos de lodo, o una capa gruesa de lodo, cubierta con una capa mayor de perfume.
Se dicen de manos limpias, sus cuentas en el banco, cargado de testaferros, sólo indican 20 mil pesos o 15, la renta de un cuarto de vecindad, un vochito modelo 80, unos zapatos comprados en abonos, unos hijos mal comidos y mal vestidos, deglutiendo sopas Maruchan en el recreo de esa escuela pública, donde se habían inscrito… el cuadro prestado, con una familia prestada, una vida prestada y una hipocresía galopante.
Atrás de ese hombre aparentemente modesto y humilde, con un gran copete y la camisa arremangada, ese que se dice justo y honesto, tiene una vida en el Nerverland de su propia dimensión, con hijos que importan los conocimientos con profesores extranjeros, con nanas hasta en sus sueños, con el desprecio a la angustia y la humildad desvanecida, con comida hasta vomitada y que iba de regalo a los internados.
Estaban divididos por áreas, algo así como entidades federativas, y moviéndose como serpientes en ese gran charco de colores, se escuchan las voces: yo quiero esto y esto otro, esto va a suceder y esto otro también, este no entra y a este, desaparézcanlo… las voces de los dioses terrenales patéticos, que presumen sus manos limpias llenas de sangre que remueven con lodo en un acto que llaman limpieza.
Todos se agitan, convulsos… el tiempo apremia y deben buscar llevarse todas las canicas posibles como dicen por allí, cargar el carro o llenar la casa, casi reventar los bultos y llevar tanta agua a su molino que dejen las presas secas, y capeen hasta la de la lluvia. Los ojos desorbitados denotan ansiedad y ganas por lograr su cometido.
Y hasta los del otro bando, esos del agua encharcada amarillenta, tienen ese temor, de que los del otro lado, o «los de enfrente» como se dice uno a otro, se les impongan, ya se han escuchado voces en ese sentido, van a ganar pero con trampas, y luego de esas trampas, un estallido social porque el pueblo quiere que ganen los amarillos, gritonean llenos de miedo y como para tratar de espantar con el petate del muerto.
Más allá, en aguas azulosos pero con olor a azufre, nadan otros, chirundos, y se revuelcan para tocarse el dedo con los amarillos, remedo de ese cuadro histórico de Leonardo Da Vinci donde Adán toca el dedo de Dios, ambos, así, chirundos, en los tiempos primigenios, en los tiempos de allá en este acá, sumergidos en el caldo prebiótico.
Y unos duendes chiquitos, con las orejas puntiagudas, y los pelos enhiestos, se meten en las aguas de estos y aquellos, rojos, amarillos y azules, entre gritos agudos que despiertan la desesperación y aniquilan la tranquilidad… están allí, sí, y los ojos, aquellos ojos del monstruo, enrojecidos, ven a detalle cada uno de los personajes de los colores dispuestos. En esa parte del mundo donde no pasa nada más importante que lo que ellos quieren.
No hay gesto de nada. El monstruo, cansado, gira sobre su cuerpo, y se lanza a un gran charco, más grande que el de los tres grupos de arriba, oloroso a pobreza, angustia, hambre y miedo… el animal se sumerge y arrastra la larga cola, vuelve a salir y deglute el cuerpo famélico de tres hombres y dos mujeres. Vuelve a sumergirse y sale para devorar a una anciana y a dos bebés.
Se va hasta el fondo de ese gran charco choquioso, y vuelve el monstruo a salir, con las tripas de dos niñas… nada lo detiene y nadie se ocupa de él, es el rey de ese lugar, eso, sin importar que allá arriba, en los charcos pestilentes, se sigan deshaciéndo en la creencia de que han salvado al mundo, y que sobre ellos gira hasta Dios, y que el diablo les pide consejos.
Allá arriba, donde esa gente o lo que sea, se regocija con saberse importantes, pues aseguran que en 2012, de cierto, Dios los va a bendecir con seguir en el poder. Ya se ven los actos donde se yerguen en la parte superior, con el lodo llegándoles a las rodillas, y gritan ser la panacea de los dolores de los de abajo, que seguirán así como el hambre, dicen, pero se sentirá menos.
Que se morirán sí, pero sólo un poquito. Un mundo comprado al Diablo y engullido por sus demonios.

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