viernes, 4 de noviembre de 2011

COLUMNA

Reflexiones de ayer, de hoyy… sobre las campañas

M.C. Miguel Ángel Mercado Durán*

Las elecciones pueden ser leídas en los mismos términos de una guerra. Desde los objetivos, las estrategias de combate, hasta las tácticas y territorios en que se enfrenta al adversario. Sin embargo, hay de guerras a guerras, así como de elecciones a elecciones. En el caso de una campaña, hay acciones que polarizan y enfrentan a grandes segmentos de la sociedad y otras que sólo plantean diferenciaciones sin hacer uso de las confrontaciones.
Las campañas políticas han sufrido en las últimas décadas cambios importantes en sus formas. Estamos siendo testigos de la conformación novedosa de un escenario electoral que se está modificando respecto a las viejas formas y prácticas de hacer política. Los ciudadanos no sólo están desinteresados, sino profundamente hartos de la política y sus políticos; de las confrontaciones y los pleitos de sus representantes; de los hábitos y costumbres de las instituciones del Estado, que como en el caso de los Congresos, sus índices de aprobación están muy por debajo de lo deseado.
Frente a este contexto, la competencia por colocar mensajes atractivos ante este electorado, rivaliza, de forma dramática, con la Internet, el zapping en la televisión o en el dial de la radio, y otras formas de entretenimiento que atraen más la atención que los ya convencionales temas de siempre de la política. Aunado a esto, el tiempo que un ciudadano promedio dedica al consumo de información sobre política es reducido, convirtiendo esta situación en un reto para los candidatos que deben aprovechar ese tiempo en comunicar su mensaje con miras a dar una buena imagen de sí mismos y evitar que los comentarios que se expresen sobre ellos sean en tono negativo o contrario a lo que los ciudadanos esperan de sus representantes.
Por regla general, la mayor parte de una campaña se realiza en un tono positivo y propositivo. El candidato siempre se muestra positivo y siempre buscará expresarse en un tono positivo. Del lado negativo de la contienda, el de los ataques y las críticas, se harán cargo otros voceros como puede ser el partido o terceros afines. En este sentido, cuando los adversarios dirigen críticas contra los candidatos, son precisamente los terceros – el partido, los legisladores, gobernadores, alcaldes –quienes responden a los ataques, dejando fuera de la polémica y la confrontación al candidato. A menos que, como ocurre con más frecuencia de lo deseable, el candidato, como toro de lidia, fuera de la disciplina y, por consiguiente, fuera de la estrategia, decida contestar él mismo las críticas para desmentir aquellas de los rivales. Hasta aquí, tenemos el retrato de una batalla convencional de una campaña electoral. Si bien, los ánimos se pueden calentar, no pasan de asumir que unos y otros harán este tipo de campaña.
Pero en donde la polarización, no sólo de los actores directamente inmiscuidos en la contienda sino, en ocasiones, de amplios segmentos de la sociedad es más alta, es en el uso de lo que se denomina guerra sucia que, generalmente, se articula por medio de tácticas por abajo de la línea (pública, de gasto y sin firmas de autor) o BTL (below the line) como se les conoce. El tono y la virulencia de las campañas negativas o de guerra sucia dividen y confrontan a la sociedad, afectan su convivencia y dejan grandes resentimientos que sólo el paso del tiempo logra restaurar.
Estas campañas están hilvanadas en la lógica de la mentira y la denuncia. Son, en la mayoría de los casos, amarillistas y su propósito fundamental es utilizar el miedo como conducto de inhibición de la preferencia de un segmento del electorado sobre un candidato. Atacan la psique del ciudadano y le transmiten, en la figura de uno de los contendientes, los miedos y temores que más rechazan. El fin de las campañas negativas no es hacer que un elector decida por las opciones en la contienda, sino precisamente, que no elija una de esas alternativas.
*Académico, Investigador y Politólogo Guerrerense.
I/IV

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