jueves, 15 de diciembre de 2011

ARTÍCULO

Jóvencitos descarriaditos
Apolinar Castrejón Marino
Carlos Zeferino Torreblanca Galindo alcanzó la gubernatura del estado de Guerrero con una votación del 46.5 por ciento del padrón electoral, y Ángel Aguirre logró una votación 671,020 votos del, lo cual representó el 56 por ciento del padrón. Manuel Añorve Baños consiguió el nada despreciable 42.74 por ciento de la votación. El representante de su partido, el Revolucionario Institucional hizo algunos reclamos un tanto insustanciales. Pero si bien los líderes formales del PRI se conformaron con la derrota, los caciques que siempre han
 detentado el poder en la región, empezaron a fraguar su venganza desde la oscuridad. La «calma chicha» de los amos destronados se mantenía gracias a que muchos de sus compinches habían sido colocados en la estructura gubernamental, apaciguando su ambición. A esto le llama le prominente priísta Manlio Saurio Beltrones, un gobierno de cuates y de cuotas. Pero ese gobierno «chilaquil», con parches mal pegados, no podía funcionar bien. Solo el protagonismo del propio Ángel Heladio Aguirre Rivero denota algo de acercamiento con la sociedad, la sociedad en estado de precariedad que necesita acercarse al gobierno para recibir las limosnas de los «programas sociales». Se sospecha que desde la oscuridad, las fuerzas vivas de los ancestrales cacicazgos son los que han venido manipulando a grupos de choque, a delincuentes censados y a líderes opositores para hacer un vació de poder al gobierno del estado. Uno de tantos grupos de confrontación tensó la cuerda más de lo debido, teniendo como consecuencia 2 jóvenes muertos y otra media docena de heridos, con la agravante de que la operación policiaca fue grabada en video, mostrando maltrato innecesario hacia los jóvenes. Es muy difícil saber cuál es la verdad de los hechos, mas cuando no es posible obtener pruebas contundentes, tenemos que conformarnos con las evidencias a la mano, complementadas con nuestro juicio y razón. Veamos. Las evidencias nos indican, uno, que los estudiantes no son estudiantes, dos, que los jóvenes que bloquearon la carretera iban preparados para un enfrentamiento, y tres, que incendiaron una gasolinería en donde un trabajador resultó herido. Según esto, no podemos decir «Pobres jóvenes inocentes que solo pedían atención del gobierno». Por cuanto hace a los cuerpos policiacos, se advierte que iban equipados y armados. Dos, que dispararon, y tres, que golpearon a los jóvenes. Podemos asumir que iban armados, pues porque son policías y no iban a un día de campo o desfile. Dispararon, porque para eso son las armas de fuego. Y golpearon a los jóvenes, porque son unos trogloditas y energúmenos que se «calientan» a la menor provocación. Los reclamos no se hicieron esperar, por parte de las organizaciones subsidiarias del poder, las que reciben dinero para provocar escándalos y tropiezos al gobierno. Porque gran parte de la ciudadanía de Chilpancingo, si bien está consternada por la muerte de los jóvenes, también está cierta que los «ayotzinapos» tarde o temprano recibirían su merecido. Consignamos el adjetivo despectivo de «ayotzinapos» porque es el que les ha indilgado la población que ha sido testigo y ha sufrido la amenaza de los seudo estudiantes que paralizan la ciudad con sus constantes bloqueos, impidiéndoles llegar a tiempo a sus trabajos, salir de compras y recibir los servicios públicos. Los chilpancingueños han presenciado muchas veces como los jóvenes vándalos asaltan y destruyen las fachadas de los oxxos, de los bancos y de las casas de cambio. Alegremente han destruido los enormes cristales del Congreso Local, y el Palacio de Gobierno, han pintarrajeado las fachadas de cantera del Palacio de la Cultura, el Palacio de Justicia y muchos edificios públicos. Muchas de las causas que reclaman los «estudiantes» son justas, y de ellas nos ocuparemos en otra ocasión, pero por ahora hemos querido destacar que todos cuando hemos sido jóvenes fuimos rebeldes e inquietos, retadores y temerarios, pero los jóvenes en otro tiempo, han sabido aceptar su responsabilidad y afrontar las consecuencias de sus actos, sin hacerse las víctimas o mártires.

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