lunes, 9 de enero de 2012

COLABORACION

Normal Rural Raúl Isidro Burgos

 
Apolinar Castrejón Marino


Era un salón donde cabían 30 camas, pero cambiándolas por catres cabían otras 10 más, y todavía poniendo unas sobre otras (de las que llaman literas), bien cabrían 80 chamacos durmiendo.
Ciertamente era incómodo dormir con tanta gente, por los olores de los zapatos, las flatulencias y los ronquidos, pero como eran muchachos pobres, hijos de campesinos, pues no eran muy delicados ni exigentes.
Como a las 10 de la noche, un jovencito llamado Miguel, sintió un tremendo jaló que lo tumbó de su litera, cayendo al piso semienvuelto en su cobertor. Debido a la sorpresa y al golpe de la caída de más de un metro de altura, quedó atontado, y solo pudo preguntar:
- ¿Qué pasa?
4 muchachos un poco mayores, se encontraban enfrente de él riéndose cínicamente. Raúl les volvió a preguntar ¿Qué les pasa? El más grande le dijo en tono de suficiencia:
- Me gusta tu cama.
Entre molesto y temeroso les dijo a sus agresores:
- Pero esta cama me la asignaron de la dirección. Tiene mi nombre y mi número de lista.
Otro de los mozalbetes le dijo:
- ¡A nosotros eso nos vale madre! ¡Te vas a hechar pulgas a otra parte!
Para entonces ya se había dado cuenta de que esto era un asalto con premeditación, alevosía y ventaja. Pues todos los otros muchachos, a pesar del ruido y las voces que hacían, nadie entró en su defensa y se hacían los dormidos.
Era el mes de septiembre y apenas habían iniciado las clases en aquella institución formadora de maestros rurales. El día viernes al mediodía de esa primera semana de clases los alumnos de los grados superiores empezaron a capturar a los de reciente ingreso.
En grupos de unos 10 muchachos, atrapaban a uno o dos chicos de los primeros grados y se los llevaban hacia la peluquería, entre risas insultos y gritos de burla. Con una máquina de peluquería y con tijeras les cortaban el cabello lo más corto y disparejo que podían.
El jóven agredido nada podía hacer, pues lo tenían sujetado fuertemente y lo golpeaban «discretamente». La misma suerte corrían los 50 «novatos», ante la complacencia y tolerancia de los maestros, trabajadores y directivos de la escuela.
El propósito de estas «novatadas» era que los nuevos alumnos «aprendieran» que tenían que respetar a sus mayores, pero además tenían que mostrar a la gente que habían sido humillados, sin que pudieran evitarlo. Así tenían que presentarse en público.
Porque el fin de semana, los alumnos tenían derecho asalir de su encierro para ir a la población de Tixtla, a 2 kilómetros de distancia. Ahí se reunían en el jardín para platicar, contrar bromas y anécdotas, intercambiar opiniones de sus clases…y admirar las muchachas tixtlecas.
Hace 40 años, las jivencitas tixtlecas no eran codiciosas, y no se interesaban en entablar amistad con los futuros profesionistas. Preferían tener novios de su misma condición: tixtlecos, campesinos y de familias conocidas.
Y aquellos jóvenes normalistas, muchos de ellos venidos de otras regiones del Estado de Guerrero, se sentían afortunados con tener la oportunidad de estudiar una carrera, aunque fuera pequeña, y si además ahí les daban la alimentación, ropa, y tenían donde dormir, pues era una situación más cómoda y prometedora que la de sus hogares.
Además de dormitorios, en la Escuela Normal Rural, también habían comedores, aulas y talleres de carpintería, herrería y talabartería, por que se supone que los estudiantes serían maestros que irían a las comunidades a impartir educación, y además tratarían de mejorar lasduras condiciones de las gentes que vovóan en lugares remotos.
Ayotzinapa era una hacienda de descendientes de españoles, o al menos de provolegiados de las autoridades virreinales. Con el tiempo, y debido a que el progreso no llegaba a estos apartados lugares, los dueños vendieron su propiedad al ayuntamiento tixtleco.
Elcasco de la hacienda es una construcción colonial de piedra con solares y estancias que fueron fácilmente acondicionados para otros usos. Cuando el gobierno federal decidió impulsar la educación fundó ahí una escuela y mandó traer a un maestro amante de su profesión, laborioso, y con un gran sentido nacionalista: Raúl Isidro Burgos.

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