viernes, 6 de enero de 2012

COLUMNA

Cosmos


Héctor Contreras Organista


«¡El hombre! Como la hierba son sus días,
como la flor del campo, así florece;
pasa por él un soplo, y ya no existe,
ni el lugar donde estuvo vuelve a conocerle».
-Salmo 103 (15-16) Biblia de Jerusalen-
El miércoles pasado, 4 de enero de 2012, mientras escuchábamos en la Plaza «Libertad de Expresión Humberto Ochoa Campos», en el centro de la ciudad, a quienes hicieron uso de la palabra durante la ceremonia donde se celebró el 89 aniversario de la fundación del Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa (1923), organizada por la delegación 17 de Chilpancingo, acudieron a la memoria aquellas celebraciones del «Día del Periodista» que nos tocó vivir en los años 60, prácticamente cuando fue gobernador del estado don Raymundo Abarca Alarcón.
Desfilaron por el recuerdo periodistas de la época que fueron señorones de la pluma en el suroeste de México y fueron quienes dieron lustre a la tarea informativa y sentaron las bases y el prestigio del SNRP en la capital del estado y a quienes el tiempo y el olvido se llevaron.
El 4 de enero o el 7 de junio, Día de la Libertad de Expresión, se reunían a veces en el restaurante «300», que se localizaba al poniente de la ciudad, a la vera de la carretera México-Acapulco, propiedad de don Pepe Rubín o en «El Laurel», de Carmelita De Laúd. Llegaba el gobernador y algunos de sus funcionarios y departían con los periodistas. Se brindaba, se charlaba y se comía en esos lugares acompañados de buena música y al final el mandatario entregaba algunos obsequios a los festejados.
Ahí estaban con toda su personalidad y galanura don Humberto Ochoa Campos; el doctor Roberto García Infante, poeta fino, redactor non y gran conversador; el Profesor y Poeta don Amadeo García Pastor; el inquieto y creativo columnista don Paco Treppiedi: «Ángulos Agudos» era su columna; don Hermilo Castorena Noriega, poeta, periodista, locutor, telegrafista y más que nada: amigo quien firmaba como «Aristarco» su columna: «¡Mi Cuarto a Espadas!». Don Salvador Espinosa, declamador, hombre de mucho talento. El licenciado Alberto Elías Nava Rosendo, periodista combativo de a de veras. El inimitable Profesor don Aarón M. Flores; el exquisito artífice de la palabra, don Daniel Ramos González. «J. Lam», que así firmaba sus escritos periodísticos el papá de don Alejandro Cervantes Delgado, don Lamberto Cervantes. El excelso poeta Lamberto Alarcón; Manuel S. Leyva Martínez hacedor de «La Matagente»; Ángel Chávez Navarrete que era el más joven en la pléyade de talentos lo mismo que «M-1» o «Juan Mares», Eulalio Espinosa Marmolejo quien heredó de Juan García Jiménez el titular o «cabeza» del periódico «Índice»; Juan R. Campuzano, historiador, poeta, bohemio y víctima de bromas de aquellas cuando el mandatario estatal hacía el reparto de diputaciones: «Y tú, Juan, ¿dónde naciste? ¡Donde usted quiera, señor gobernador!», don Amando Salmerón, toda una institución en la historia de la fotografía nacional; el sencillísimo periodista y gran amigo don Alberto Ruz Guevara (Beto Ruz), extraordinario columnista y maestro del reportaje, el ilustre y ejemplar maestro don Benjamín Mora Chino y muchos otros ilustres que sería largo, muy largo de enumerar.
A la hora de la comida, en «El Laurel» de Carmelita De Laúd, ya estaban sentados a la mesa la mayoría de ellos cuando repentinamente hizo su elegante aparición «El Güero» Ochoa, es decir: Don Humberto Ochoa Campos. Al calor de la tertulia Castorena Noriega le preguntó: «Güero, ¿cómo te gustaría ser recordado por la posteridad?» Don Humberto Respondió con voz franca, acompañado de esa mirada alegre y vivaz que tenía: «Mi querido Hermilo. Me gustaría que algún día mis cachetes estuvieran colgados frente al edificio de la universidad, como lo están ahora los de Rubén Mora Gutiérrez».
Se nos quedó grabado su comentario. Y por eso «los cachetes» de Ochoa Campos hoy presiden, mediante un busto dedicado a su memoria la Plaza Libertad de Expresión que lleva su nombre. En tanto que «los cachetes» del bardo cuatepeco, Rubén Mora Gutiérrez, se quitaron –quién sabe por qué y por quién- y se trasladaron a la plazuela de San Mateo, tal vez por aquello de «Qué bonito es Chilpancingo al bajar de San Mateo…».
¿Cuándo volveremos a tener en Chilpancingo periodistas de esos tamaños?

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