miércoles, 1 de febrero de 2012

COLUMNA

La Jaula de Dios


Jesús Pintor Alegre


En la encíclica panista de ayer, y que por cierto fue televisada y protagonizada por tres personajes, quienes nos quisieron decir que eran tres aguerridos mosqueteros, pero que eran más bien, unas acartonadas caricaturas que parecían seguir un guión para no equivocarse, en eso que llamaron debate para definir al abanderado blanquiazul.
Allí estaban Ernesto Cordero, Santiago Creel, quienes le echaron montón a Josefina Vásquez Mota, mujer que no respondió a las agresiones de los dos tipos que de repente se descubrieron inventores de los agujeros para las regaderas. Incluso el exsecretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, se atrevió a criticarlos.
Dijo como para cerrar que los ciclos políticos se tienen que reinventar, un hombre muy claridoso, lo calificó Carlos Marín. Gómez Mont enlistó a los aspirantes panistas: de Vázquez Mota dijo que le faltaban propuestas; con Creel fue más letal, pues los tiempos se le han ido, y el tercero, Ernesto Cordero, que tiene la marca de Calderón Hinojosa, que hace falta encontrarlo a él como político.
Con ese cuadro desolador, deja claro que es poca la esperanza por encontrar algo mejor en este país que va de cabeza, esta nación que tiene todo, más dolor que felicidad, más miedo que tranquilidad, más ganas por cambiar el estado de las cosas, que seguir soportando a la clase política que se cree el ombligo del mundo.
Ayer fue un día abrumador, la información fluida se deshizo en los oídos, y se acomodó en el campo de la ignominia. 30 diputados locales que amagan con seguir haciendo nada, al buscar un cargo más, dejar pendiente su periodo y empeñados los 300 acuerdos e iniciativas de ley, que habrán de aprobar fast track en cualquier chico rato.
Aparte, los alcaldes que también nos amenazan con dejarnos, con dejar a los que votaron por ellos, chiflando en la loma, como se pinta coloquialmente al abandonado. Y bueno, la llamada Ley Payán, pendiendo de la maraña que tejieron consejeros del Instituto Estatal Electoral, y magistrados del Tribunal Electoral.
Nadie pela, o peor que eso, le encuentran vericuetos jurídicos, como explicó el impulsor de la ley, o de la modificación del artículo 10 del LIPEG, Ernesto Fidel Payán Cortinas. ¿Qué caso tiene, entonces, seguir confiando en esos seres que en realidad no resuelven nada?, podría preguntar el pesimista, y tiene razón.
En este tramo del año, lo que se nota, de cierto, es sólo la ambición galopante de todos los que se han apuntado, o que han insinuado siquiera, que también quieren ir, que quieren parte del pastel. Vivir dentro del presupuesto es lo más cómodo y el acierto de los que montan la Res pública.
Y como si no se dieran cuenta, lo que fluye en esta sociedad en todas sus arterias, de su aorta hasta los nervios más delgados, sus hebras sensibles, se sufre el miedo, se siente el dolor, se regodea el dolor y el terror, se catapulta la sensación de un pueblo realmente descobijado.
Solo y sin una mano de aquellos que se exhiben y se deshacen, y que se devoran, de todos los colores. Las cuentas no empiezan ni acaban, el pueblo se hace ovillo, y en aquel lugar, aquellos que llegan con el cuento de resolver todos los problemas, que se dice ganador de elecciones.
Que presume que no importa ser inteligente para ser legislador, que no interesa sino estar allí, representarlos en el cuadro de la magia y la fantasía. ¿Y el pueblo?, nos recuerda Jorge Luis Borges la historia universal de la infamia, en su capítulo del simulador de la infamia…
«La torre de Takumi no Kami fue confiscada; sus capitanes desbandados, su familia arruinada y oscurecida, su nombre vinculado a la execración…», no existe este mundo, es una pesadilla, es un dolor producto del desmayo que se desvanecerá cuando podamos despertar, sólo cuando logremos despertar.

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