viernes, 20 de abril de 2012

COLABORACION

¿A quién le importa que jovencitas
se suiciden ingiriendo fosfina aquí?


*Dedicado a Javier Francisco Reyes, que me permite expresar, plasmar y compartir estas pesadumbres así como a otras y otros activistas que verdaderamente abordan y abanderan esta clase de asuntos.

 
Tino Gatica
 
Las noticias sobre adolescentes que se suicidan, mujeres en su mayoría, de edades que oscilan entre 12 a 30 de edad, no parece preocuparle a nadie de las instituciones que conforman la estructura de Estado en la entidad. Al menos sus autoridades no se muestran interesadas en atender este problema, pero en el aspecto de prevención. Así como considerar el factor de la baja, bajísima autoestima en ellas, aunque también algunos de los jóvenes y personas adultas llegan a formar parte de las cifras de suicidas que ingirieron «pastillas para curar maíz».
En su nombre técnico, esta pastilla para «curar» el maíz, qué contradicción, se denomina fosfina (fósforo de aluminio), siendo un medicamento se le conoce popularmente como preservador en el maíz y el frijol. Aquí en el estado de Guerrero, se asocia más al «curado» del maíz, y poco menos al frijol, pues por antonomasia al primero se le considera la base de nuestra dieta nacional. Aunque en países centroamericanos, ambos productos son tratados en el mismo rango.
Sin embargo, son más las mujeres que deciden asumir como una decisión muy personal y definitiva, el rito de sacrificarse por un amor, ya en la sobada y sabida expresión de «decepción amorosa» o porque en el menor de los casos, se encontraba embarazada.
¿A alguien le interesan las cifras sobre suicidios por ingesta de «pastillas para curar maíz o frijol? En lo personal, detesto las estadísticas, que solamente refieren una densidad de una «cosa», de un «objeto», de una «Sin Datos Más que Aportar a la Sociedad».
Así es como se trata e identifica este fenómeno de los suicidios de mujeres, que además de su bajísima autoestima, también se les debe de ubicar en su entorno, evidentemente hostil, degradante y construido social y culturalmente pernicioso.
¿Cuántas mujeres más tienen que engrosar las filas de quienes se suicidan por un asunto de amoríos—peor o mal o correspondidos y hasta negados—solamente en el estado de Guerrero, para que sus autoridades despierten de su letargo?
A mí no me interesan las cifras, ciertamente que son interesantes para identificar situaciones clave de un problema y supuestamente atacarlo de fondo, como los avances en el desarrollo del estado de Guerrero, por ejemplo. Sin embargo, mi pregunta es: ¿se sentirán felices quienes están a cargo de despachos de atención a la mujer del gobierno estatal, exhibiendo pomposamente estadísticas sobre la cantidad de sus pares que decidieron arrancarse la vida tomando fosfina?
Cuando se sugiere que se tiene que considerar el entorno en el que estas jovencitas se desenvuelven, lo primero a destacar sería un estado marginación, poca preparación escolar, un mínimo de educación, si acaso alguna de ellas, difícilmente tendría preparatoria terminada. Asimismo, el estado de pobreza económica en que se encuentran, amén de un círculo vicioso de violencia, herencia de abuelas y abuelos, de padres y madres, son determinantes para su autodeterminación lesiva.
Solamente, para retomar el elemento con el que se suicidan, según investigadores sobre la fosfina, es que es un medicamento-producto de fácil venta, en México, que se sepa no está regulada su venta, por lo que, aunque es utilizada por hombres campesinos, la falta de prevención, permite que se le acumule en enormes cantidades en espacios del hogar.
Y como es tóxico, porque se esparce en bodegas que tienen maíz y frijol, y se esparce y volatiliza para «curarlos», a las diez horas ya dejó de ser letal. Pero como las jovencitas que lo ingieren tienen información sobre su uso, hacen un cálculo de la cantidad que pueden ingerir para envenenarse y quedar muertas. Así de cruenta es su decisión.
Luego, entonces, las autoridades de la estructura de Estado, que tienen el compromiso de velar por sus interesadas, pues para eso se les crearon, deben promover talleres que aterricen en sitios poblados marginados y alejados de los principales núcleos poblacionales, pues es ahí en donde se les necesita. Sobre todo las mujeres, que pueden velar por sus pares. Si no cumplieran con su tarea de prevenir estas muertes de adolescentes—que son un botón a reventar en la vida, con sueños e ilusiones— ¿para qué sirven entonces?

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