martes, 15 de mayo de 2012

COLUMNA

Cosmos


Héctor Contreras Organista


Día del Maestro…Qué felicidad, qué alegría, qué dicha. Cuánto agradecimiento a ellos: A las Profesoras, a los Maestros… Maestras y Maestros.
Tuve la fortuna de nacer en un hogar donde la mayoría de sus integrantes, que no fueron muchos, desempeñaron ese honroso quehacer: Siempre lo hicieron con sentida responsabilidad y dignidad.
Mi madre no estudió en ninguna escuela para Maestros pero se desempeñó con tenacidad hasta casi el final de su vida como integrante del magisterio.
En esos ayeres bastaba con solamente haber estudiado la instrucción Primaria para que quien lo quisiera solicitara y se le otorgaba plaza de maestro.
Más tarde, por fortuna, se inventó aquello del Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, y allí se regularizaban. Estudiaban y recibían su título de Maestro.
Recuerdo a dos de sus pilares: Benjamín Mora Chino y Arturo Cervantes Delgado. Las clases las recibían los fines de semana en aulas de la Vicente, después en la Anáhuac.
Mi tía Carmen hermana de Irene, mi madre, fue quien la motivó a ingresar al magisterio. Montando una bestia para llegar a su escuela de Ayahualulco, mi tía cayó y se lesionó la cadera.
Una tarde con mi madre caminamos de Cajeles a la Cumbre del Guayabo. Se desató la tormenta y a pesar de la lluvia pertinaz y de los rayos, ella me decía: Sigue caminando, ya vamos a llegar.
Mi madre cargando una bolsa de palma donde llevaba café, azúcar y otros implementos y yo sosteniendo una caja de libros, cuadernos y lápices para los niños. Era un chamaco.
Las maestros y los maestros eran en las comunidades rurales todo: Maestros, médicos, consejeros, gestores para hacer canchas deportivas, sembrar árboles, organizar festejos escolares: Todo.
Y todo por el mismo mísero salario. El profesor Andrés Juárez Vega era quien pagaba las quincenas. Su casa estaba en la calle Altamirano junto a la de don Pancho Leyva. Qué señores.
Mi primo Toño estudió en la Normal de Ayotzinapa y fue un gran deportista, en el basquetbol sobre todo. Amigos de Zumpango y el profesor Bernardo López Salinas lo recuerdan con afecto.
Yo también, claro, así como las escuelas donde trabajaron. Mi madre en Atlixtac, rumbo a Chichihualco, que en los años 50 la carretera partía de Zumpango y la construyó don Lamberto Alarcón, el poeta olvidado.
Trabajó también en Amojileca, El 45, Zihuatanejo, El Ahuejote, Chacotla, El Salado, Lagunillas y después de La Cumbre, Magda Vázaquez la ubicó en Cajelitos. Gente ahora mayor, la recuerda.
Mi tía recibió homenaje post-mortem en la escuela de la colonia Electricistas. Mi madre dejó de trabajar porque intervino Romeo Ruiz Armento. La visitó en su casita de Cajeles y la convenció.
Hoy 15 de mayo de 2012 es día de recuerdos. Irene, Carmen y Toño, todos dedicados a la educación murieron hace años. Pero dejaron su enseñanza en muchos pueblos y algunas obras.
En mí dejaron una escuela grata, noble, la de entrega al trabajo, al estudio, a que se haga con responsabilidad, con celo, con dignidad y siempre con el propósito de servir a los demás.
Y mis maestros Leonel López Vega y Yolanda Ramírez en la Anáhuac, en la Primaria, y mis maestras de primero y segundo año en La Fray, doña Virginia López, siempre están en mi gratitud. Siempre.
Aarón M. Flores, Pancho Escobar, Tulita, Eulalio Alfaro, Francisco León Román, Pedrito Catalán, Javier Méndez Aponte, Emelia Chavelas, Procopio I. García, el Maestro Concha, Mena Duque.
¿Cómo no decir que fueron los mejores? Educaron y fincaron generaciones y generaciones de gente de bien, aunque también por ahí salió uno que otro travieso, sin duda. Pero nobles todos.
En la Escuela de la Vida son muchos, muchísimos los que nos enseñan muchas cosas. Dice mi Padrino Luis que para no hacerle pucheros a la vida «hay que ser perro callejero». ¡Que si no!
No voy a decir aquí lo sobado: ¡que todo tiempo pasado fue mejor! Me consta que hoy trabajan en las aulas grandes, maravillosos, admirados maestros y sobre todo maestras. Pero ¿y los alumnos?
Como decía el gran Cantinflas: ¡Ahí está el detalle! La educación, es cierto, se mama en el hogar y se acude a la escuela para aprender y luego se ponen en práctica las enseñanzas.
De uno depende ser bueno, excelente, malo, mediocre o peor en la vida. Porque además de la escolaridad hay que leer y leer y nunca acabar de leer de todo. Ahí también se aprende. Y mucho.
Me gustaría que se me diera la oportunidad de entrevistar a quienes quieren ser alcaldes, regidores, síndicos, diputados y senadores «por Guerrero», nomás para ver cuánto saben.
Muchos de ellos, la mayoría, no resistiría un cuestionamiento sobre nuestra tierra en historia, geografía, tradiciones, folclor, personajes, acontecimientos. ¡No saben! ¡Ignoran!
Ah, pero qué salarios obtienen. Cómo presumen en restaurantes de lujo, las residencias o palecetes que se compran, los vehículos que usan. Puro coco hueco pero buenos para la uña.
Por eso el papel que en beneficio de la sociedad desempeñan las y los educadores es primordial, básico, determinante. Y la educación, en estos tiempos anda mucho muy lejos del civismo.
Vamos caminando por las reducidas banquetas de Chilpancingo y si vienen jóvenes de frente, es uno quien tiene que hacerse a un lado para que ellos pasen. Se ha perdido la educación.
Si uno intenta hablar con un político o funcionario, su estupidez y soberbia los muestra indiferentes ante sus interlocutores. Se les sube mucho «la cauca» (sin la «u») a la cabeza.
Y eso son, y eso seguirán siendo por y para siempre. ¿No tendrían maestros? ¿Habrán ido a alguna escuela? ¿Faltaron a clases cuando se habló de educación? ¡Quién sabe!

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