martes, 28 de agosto de 2012

COLUMNA

Toma de Acapulco
por José Ma.Morelos

Apolinar Castrejón Marino

 Acapulco es un bello puerto para el turismo, también es un lugar de gran importancia para la economía, pero también es un punto geográfico estratégico.
Los hechos violentos que aquejan a los habitantes de este lugar no son nuevos, ni mucho menos, pues a lo largo de la historia, importantes personajes han realizado acciones en favor o en contra de este puerto del pacífico. Veamos un hecho importante para la historia nacional.

Los bandos que se disputan el poder, siempre han volteado a ver a Acapulco, porque constituye una puerta de entrada y salida a otros puntos importantes de América, de Asia y aún de Europa.
La fisonomía de Acapulco es de gran riqueza y variedad, con su extenso litoral, la inmensidad del Océano, los cerros y las barrancas, que son un campo muy a propósito para el intenso arte de la guerra.
José María Morelos desplegó con gran habilidad y maestría sus tropas durante varias semanas en una campaña que se veía más que difícil: primero, porque las tropas de los realistas eran soldados bien entrenados y disciplinadas, segundo porque se habían refugiado en un lugar muy seguro como es el Fuerte de San Diego, y finalmente porque estaban muy bien armados y pertrechados.
Por el contrario, las tropas del General Morelos selo eran campesinos, arrieros y pequeños comerciantes, analfabetos y sin ninguna instrucción militar que se le venían adhiriendo en las poblaciones por donde pasaba. Procedente de Michoacán, se internó al actual Estado de Guerrero transitando por toda la Costa Grande: Zihuatanejo, Petatlán y Técpan.
 Las guarniciones de estos lugares fueron insuficientes para contener el avance de los insurgentes, que se dirigían hacia el sur. Pasaron a San Jerónimo y Coyuca de Benítez y solo se detuvieron al llegar al Cerro del Veladero, a la entrada de Acapulco.
El cerro era defendido por los españoles, comandados por el capitán Francisco París.
Morelos derrotó fácilmente al ejército realista, y decidió establecer su campamento en la localidad de la Sabana, a la vista del Fuerte de San Diego, un edificio construido, bien artillado y preparado para defender al puerto de los ataques de los piratas. Bien serviría para contener el ataque de los insurgentes.
El coronel Vélez estaba encargado de defender el Fuerte, y comisionó al teniente de artillería José Gagó, para que ofreciera a Morelos entregarle la plaza sin oponer resistencia.
Pactaron la fecha del 8 de febrero de 1811 para la entrega del Fuerte.
Ese día, los insurgentes estuvieron frente al Fuerte de San Diego, pero Gagó traicionó a Morelos, atacando a los insurgentes desde varios puntos en que había ocultado sus cañones.
Morelos de inmediato ordenó la retirada, y el campamento insurgente solo se salvó de ser tomado por los realistas gracias a la intervención del capitán Julián Ávila.
Morelos y sus tropas se retiraron a Técpan a reponerse de la derrota y planear un segundo ataque.
Elevó el pueblo a la categoría de provincia, con el nombre de «Nuestra Señora de Guadalupe de Técpan», y se mantuvo varios meses del cobro de los impuestos reales ya existentes.
Tomó algunos bienes de la Iglesia para financiar a sus militares, hasta que recibió el apoyo de la Familia Bravo, ricos hacendados de la región: Leonardo y sus hermanos Máximo, Víctor y Miguel, y el hijo de Leonardo, Nicolás Bravo.
Ellos eran originarios de la Hacienda de Chichihualco, y junto a ellos se unió Vicente Guerrero, arriero originario de Tixtla.
Pronto retornaron a un segundo intento de tomar el Fuerte: Los insurgentes se dividieron en tres columnas, la primera comandada por Hermenegildo Galeana, la segunda al mando del teniente coronel Felipe González y la última al frente del brigadier Julián Ávila.
Durante seis días se realizaron varios intentos de tomar la plaza, pero la artillería realista por tierra y desde los bergantines, mantuvo a raya a los atacantes. El 10 de abril fue conquistada Caleta y el día 12 Morelos dio la orden de que se ejecutara el asalto final.
El combate era muy duro y el general Ávila resultó herido en una pierna.
Quiso la casualidad que un cajón de pólvora se incendiara haciendo volar las paredes del Hospital.
La tropa que lo guarecía se llenó de terror y huyó hacia el fuerte dejando desprotegida la plaza, que fue tomada por los insurgentes.
Un ataque de frente acabó con la resistencia de los realistas, y el 20 de agosto el coronel Vélez se vio obligado a capitular.

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