viernes, 17 de agosto de 2012

COLUMNA

Cosmos


Héctor Contreras Organista

Anda por ahí el run-run que próximamente va a haber una fiesta en Chilpancingo que organizan algunos de los compañeros de la escuela Secundaria de los años 60 y que va a venir a tocar y a cantar «El Cigarrón», es decir, Alfonso Montaño, un muy querido paisano, excelente artista que incluso alguna temporada tocó y cantó con «Los Hermanos Carrión», aquél famoso grupo de Rock and Roll que tanto gustó en los años cuando el ritmo comenzó a popularizarse.
Unos buenos amigos y excelentes amigas de aquellos tiempos me preguntan si voy a asistir y les contesto que no. ¿Por qué?, me interrogan. Les explico que en primer lugar porque no me han invitado y, en segundo lugar, aunque me invitaran no iría. ¿Pero por qué?, insisten y les relato con mucha paciencia que hace años, un contemporáneo y buen amigo como es Beto Morlet, «El Curita de la Parroquia» –así llamó a su desaparecido restaurante: La Parroquia que ahora es «Citrus», en el centro de Chilpancingo- organizó una fiesta en la Posada Meléndez a la que algunos ocurrentes le decían «La Pocilga Meliendres» y fui, pero me salí tan pronto como pude.
Y otra vez la pregunta: ¿Por qué?, y les digo: Porque no solamente sentí feo sino «fiero», como dice mi amigo Mario Rodríguez Bello. Fui a ese reencuentro con mis compañeros y amigos de juventud, creo que con la misma intención con la que fuimos todos, para saludar a Juan, a Pedro, a Chana, a Petra, a Lucrecia, etcétera, y preguntar qué ha sido de su vida, qué hicieron a lo largo de su existencia, dónde viven, cómo viven, de qué viven, qué estudiaron, con quién se casaron o de quién se divorciaron, en qué orquesta tocan o en cuál callejón espantan, pero… ¡Oh terrible decepción!… Para llorar, mi hermano, para llorar… Como para que te dé el patatús por el dolor de encontrarte con el más espantoso, horripilante, fiero y deprimente espectáculo que tus ojitos pajaritos, pícaros e inquietos hayan visto jamás en la vida.
Aquellas muchachas guapas, hermosas, de cuerpo curvilíneo, atractivas, pellizcables y correteables, de ojos lindos y mirada dulce, de sonrisa encantadora, de andar delicioso y provocativo por los pasillos de la escuela Secundaria desparramando su encanto exquisito y sobrados dones… verlas ahora enfundadas en vestidos a los que les sobra tela con la insana intención de ocultar sus muchos kilos de más, de piel apergaminada, pelo mal pintado para ocultar canas, dentadura que ya no es la original y ojos como apagados porque no pueden esconder las obvias amarguras que el tiempo produce a cualquier humano, aunque viva rodeado de fama, prestigio, poder y fortuna, noooo… Pues, no… ¡Sencillamente no!... ¿Y esas gordas, quiénes son?
¡Ah! y mis cuaterones, mis amigos, mis condiscípulos, aquellos con quienes jugamos y corrimos o hicimos deporte, practicamos box y lucha libre y muchos de ellos fueron atletas, futbolistas destacados, levantadores de pesas y conquistadores como nadie, corredores de «gallos» al pie de balcones… ¡¡¡Ufffff, qué tristeza!!!… Ahí va llegando a la fiesta fulano de tal y atrás viene zutano y mira aquel, sí, ese es perengano… Viejos gordos, barrigones, fofos y otros calvos, arrugados amargados… Ir a esas «fiestas»… ¿A qué? ¡Ajá!, y siendo parejo y sincero, ¿cómo me verán a mí?

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