miércoles, 22 de agosto de 2012

OPINIÓN

Minoría triunfa ahora
en proyecto La Parota



Alberto Mojica Mojica

Finalmente, después de más de un año de desencuentros –que más bien parecían la elusión de un encuentro no deseado–, el gobernador Angel Heladio Aguirre Rivero por fin se sentó a la mesa con los dirigentes del Consejo de Ejidos y Comunidades Opositores a La Parota y firmó los famosos Acuerdos de Cacahuatepec.
Si al mandatario se le terminaron las excusas para no llegar a ese momento, es algo que tal vez nunca se sepa (porque, para empezar, no sabemos si las múltiples e impostergables obligaciones que aparentemente le impedían hacerlo eran sólo un pretexto o no).
Pero el hecho es que esta demora le permitió firmar no el documento que el Cecop preparó originalmente para ser firmado el 7 de mayo del 2011, con el que se habría comprometido a oponerse abierta y activamente al proyecto hidroeléctrico, sino una versión suavizada, que le da la opción de acompañar a los opositores, a modo de abrirles las puertas, en sus gestiones –que no en su lucha– por lograr la cancelación definitiva del proyecto.
Una modificación semántica que va más acorde con el talante complaciente del mandatario.
Bien por él, pues la salomónica salida que halló al dilema le permite, por un tiempo más, caminar sobre una cuerda muy delgada haciendo malabares para no caer ni a un lado, ni a otro; para no pelearse con los opositores, ni con los simpatizantes del proyecto.
Ya se verá por cuánto tiempo puede ir por la vida guardando ese precario equilibrio, que le permita estar bien con tirios y troyanos, y conservar la popularidad ganada a pulso. Pero no debe olvidar que no se puede todo el tiempo estar bien con Dios y con el diablo, y que algún día se verá obligado a elegir de verdad, pues un buen gobernante no es el que da gusto a todos, sino el que toma las mejores decisiones, las que convienen a las mayorías y, sobre todo, las que las mayorías demandan, pues en una democracia –aun imperfecta, como la nuestra– son las mayorías las que eligen y las que deciden.
En el caso del acuerdo con el Cecop, si bien falta mucho camino para que se cumplan (el gobernador puede comprometerse a tocar la puerta del presidente de la República, pero falta que éste quiera abrirla), me parece que Aguirre Rivero no debió ceder tanto como cedió, pues el Cecop –en tanto no se demuestre lo contrario– es, a pesar de su gran capacidad histriónica para vociferar, amenazar y hacer escarnio de las autoridades, solo eso: un grupúsculo vociferoso de discurso radical y contradictorio.
No debió ceder tanto porque eso es como dar cambio de más, pues el gobernador fue elegido democráticamente en un proceso electoral ajustado a nuestras leyes, por imperfectas que éstas sean. Y puede ufanarse hasta del último voto que obtuvo en urnas. Y el Cecop no ha pasado esa prueba.
Ahora que, si sus líderes están dispuestos a enfrentarla, ¿por qué no aceptan que el proyecto sea sometido a un plebiscito que convoque abiertamente a todos los residentes de las ciudades y poblados que serían afectados por la obra, de todos los sectores? Que sea un plebiscito en forma: que se abra un periodo previo de campaña para que los promotores del no expongan sus razones y los promotores del sí, también. Y que al votar los ciudadanos se identifiquen con su credencial de elector, se verifique su real existencia en la lista nominal y se les marque el dedo pulgar derecho con tinta indeleble.
Porque la cuestión del agua y la electricidad no sólo afecta a los habitantes de los bienes comunales de Cacahuatepec, como se lo puede decir cualquiera de los miles de habitantes de las más de cien colonias de Acapulco que padecen sed crónica por la falta del líquido.
Y ese argumento de que los ejidatarios no tienen por qué aceptar que extraños decidan sobre sus tierras es una falacia reaccionaria. Nadie es dueño ni de una millonésima parte de nuestro planeta; todos tenemos prestado un pedacito de él mientras tenemos vida, y nada nos llevaremos cuando nos vayamos. Nadie es, en última instancia, dueño del suelo que pisa, y quien diga lo contrario no puede llamarse verdadero ecologista, porque el ecologista, más que nadie, sabe que sólo estamos de paso por aquí y que nuestras pocas obligaciones verdaderas son ser felices, hacer felices a los demás, respetar la naturaleza y dejar un mundo mejor a los que vienen.
Pero, ojo, respetar la naturaleza no significa no interactuar en absoluto con ella, pues eso es inviable. Siquiera intentarlo implicaría volver a la edad primigenia de la raza humana: andar todos desnudos, sin afeite alguno, sin métodos anticonceptivos, sin construir casas, ni comer alimentos cocidos, enfrentar a los demás animales sin más armas que nuestras manos y dientes. En pocas palabras, no usar nuestro raciocinio y vivir tan silvestres como los demás animales. Sólo así no causaríamos desequilibrio alguno.
¿Es eso lo que quiere el Cecop? No, hasta donde se sabe. Sus dirigentes quieren que el gobierno se olvide del proyecto La Parota y, en cambio, les proporcione toda clase de ayudas y subsidios para seguir viviendo como hasta ahora, pero con más dinerito y comodidades.
Pero, señores del Cecop, tengan cuidado con lo que desean, porque puede ser que se les haga realidad. Que el gobierno se olvide para siempre del proyecto La Parota y entonces los reclamos de ustedes ya no tengan el mismo peso, ni el mismo foro. En palabras llanas: que ya no haya quien los pele, pues.
Tendrían entonces que inventar otro motivo para lucrar con la lucha social.
albertomojicamojica@hotmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por leer La Crónica, Vespertino de Chilpancingo, Realice su comentario.