lunes, 17 de septiembre de 2012

ARTICULO

19 de septiembre de 1985

Mario García Rodríguez*


Dedicado a mi finado amigo
Homero Wissiel Morales,
quien se aflijó y elevó
oraciones por mi
 
 
El reloj marcaba la 7:19 esa mañana del 19 de septiembre de 1985. En las pantallas de los televisores se veían a Memo Ochoa y Lourdes Guerrero dando noticias. Cuando de repente vi moverse la lámpara de araña estilo francés de vidrio cortado que colgaba en medio del techo. Reaccioné de inmediato «está temblando», ¡hurra!, exclamé y pensé periodísticamente «veré como corren los chilangos», para publicar una nota de color en El Sol de Acapulco, donde trabajaba.
Me moví sobre la amplia cama que se mecía en la habitación 515 del quinto piso del famoso hotel Regis, que se encontraba a un lado de la Alameda central en el DF, sobre la avenida Juárez, lugar donde nos hospedábamos un grupo de corresponsales del diario nacional «El Día», que asistimos a un seminario de capacitación periodística. Soy persona con discapacidad con secuelas de poliomielitis en mi pierna derecha, por lo que me veo en la necesidad de caminar con muletas.
Cuando pretendí asomarme por la ventana, sentí fuerte sacudida que me agarré de las cortinas para no caer al piso. Fue entonces que vi abrirse el techo de la habitación, las cortinas me cubrieron y así envuelto caí al vacío junto con los escombros del edificio sobre la avenida Juárez.
En mi estrepitosa caída gritaba ¡mamá, mamá sálvame!, al tiempo que veía una luz brillante en forma de mujer que extendía sus brazos; para cubrir mi cuerpo.
No sentí golpe alguno, porque los escombros y las cortinas que me envolvieron, eran tres, dos de telas y una de hule, amortiguaron la caída.
Ya en el suelo no podía respirar. Luché por liberarme de la envoltura que me había salvado y poder inhalar oxigeno. Una vez que pude hacerlo, olí gas y dije «¡¡¡En la madre!!!. Esto va a estallar». Me acordé de las calderas que funcionaban en los sótanos del hotel que era famoso por sus baños, donde acudían los más influyentes funcionarios, políticos y líderes desde los años 40´s.
Pedía ayuda «auxilio, socorro» ¡sáquenme de aquí!, gritaba con fuerza. Se empezaban a oír el aullar de las sirenas de las patrullas, lamentos y llantos. El marco de aluminio de la ventana de la habitación que ejercía fuerza sobre mi pecho, impedía moverme para liberarme de los escombros que amenazaban caer sobre mí.
Con una mano trataba de liberarme y con mi pierna izquierda que está sana, me empujaba para atrás al tiempo que seguía gritando. La semi cueva donde estaba sepultado, el fuerte olor a gas y la posibilidad de que el terremoto hubiese afectado al puerto de Acapulco donde se encontraba mi mamá, aumentaban mi angustia por morir.
Los minutos pasaban, mis temores aumentaban, empecé a llorar y la esperanza de ser salvado se alejaba más y más. Oraba en silencio, mientras seguía gritando. A lo lejos oía que empezaba la búsqueda y eso me animo a pedir auxilio a pulmón. Entonces sentí dos tenazas sobre las muñecas de mis brazos que me arrancaban del lugar donde yací al menos por 20 minutos bajo los escombros y el fuerte olor a gas que invadía todo el ambiente.
Era un uniformado que me sujetaba muy fuerte, y pedía que me pusiera de pie, a lo que le respondí «no puedo, tengo polio en la pierna derecha. Ayúdeme a encontrar mis muletas que por algún lugar estarán». El oficial me cargo y me llevó a la parte trasera de una patrulla que ya se encontraba cerca de lo que fue un hotel lujoso, que ahora era un cerro de escombros.
La vista era desoladora, un ambiente tenso. Se veía como una ciudad bombardeada. El policía que me había salvado, se quitó su gabardina y me la prestó para cubrir mi cuerpo semi-desnudo. Se alejó y a los pocos minutos regresó con un hombre desnudo, que había también rescatado y al igual que yo, lo subió a la patrulla.
Eran cerca de las 8 de la mañana, 40 minutos después del temblor, cuando la patrulla donde nos encontrábamos partió por la calle Balderas rumbo a Niño Perdido. Íbamos a la altura de las oficinas del Novedades, cuando escuchamos una fuerte detonación. Eran las calderas de los famosos baños del hotel Regis. Una lengua de fuego se vió y oramos por las victimas sepultadas que no fueron rescatadas a tiempo. La noche anterior la hospedería tenía un lleno del cien por ciento. Si nos salvamos 50, fuimos muchos.
El sismo del 19 de septiembre de 1985 tuvo intensidad de 8.1 grados en la escala Richter, la fuerza equivalente a mil 114 bombas atómicas como la arrojada en la ciudad de Hiroshima durante la Segunda Guerra Mundial... Su duración fue de dos minutos, tiempo suficiente para provocar la tragedia más grande jamás vista en México.
En un instante 400 edificios públicos y privados fueron borrados del paisaje urbano de la Ciudad de México, y otros mil 700 sufrieron daños parciales, miles de personas, de familias completas quedaron atrapadas entre toneladas de escombros y el drama se repetía una y otra vez, en el multifamiliar Juárez, en Tlatelolco, la Roma, en el Hospital Juárez, en el Centro Médico, en toda las zonas afectadas por el terremoto.
Los cuerpos de emergencia no fueron suficientes para atender el gran número de llamadas de auxilio por derrumbes, incendios, fugas de gas y agua, cortos circuitos.
Actualmente a 27 años de aquella dolorosa tragedia que enlutó al pueblo de México, vivo feliz con mi esposa, mis hijos Mario René, Norma Concepción, y de mi hermosa nieta María Regina. Estoy tratando de hacer un libro para narrar con detalle éste suceso.

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