miércoles, 5 de septiembre de 2012

COLUMNA

Cosmos


Héctor Contreras Organista


Eso muchos lo sabemos, que las mejores amistades que se cultivan en la vida son aquellas que corresponden a la infancia, con los vecinitos, con algunos paisanos con quienes jugamos en las calles, en las barrancas, en los cerros, en los parques o en las canchas y, claro, con los compañeros de aula o de salón, desde el primero hasta el sexto años y después con los de la Secundaria y la Preparatoria o Bachillerato.
Esa es la amistad más limpia, más pura, más cristalina, la que más se quiere y la que más perdura porque en tratándose de amistad, solamente es eso, porque no hay intereses de ninguna naturaleza. Se aprecia y se valora al amiguito, al condiscípulo o a la amiga, a la compañera, a la que más que amiga se convierte en hermana, en consejera, en cuidadora, en advertidora de los pasos que uno debe dar sin correr riesgos y, bueno, hasta en consejera.
Más tarde, cuando los caminos de la vida se hacen más largos y más anchos y hay que caminar por el mundo, la premisa es la misma, se van consiguiendo amigos, se cultivan amistades y se afianza la relación porque se coinciden en muchos propósitos, y a veces uno se hace amigo de mujeres muy interesantes y de hombres importantes.
Y esas amistades también son buenas, y entre ese andar por la vida va uno conociendo de todo, porque como en este mundo hay exactamente de todo, también se aprende a conocer a los falsos amigos, a los hipocritones, a las amigas interesadas en haber qué obtienen de ti, pero en realidad la amistad en ese tipo de personas no cuenta, es cero a la izquierda. Como decía la vieja canción: «Todo es falso, pero tú eres mucho más».
Se ha dicho durante mucho tiempo que en tratándose de amigos, sobran dedos en la mano para contarlos. Quiere decir, pues, que la amistad, la de a de veras es cara, es cuasi exclusiva y dable para unos cuantos, no para todos. Y de la amistad se han escrito miles y miles de volúmenes y se han hecho películas y es un tema apasionante porque permite interiorizarse en las profundidades del alma. Dicen que Sócrates recomendó aquello de «Conócete a ti mismo». Porque quien no se conoce a sí mismo, ¿a qué puede aspirar en la vida?
Hace unos días saludé a un grupo de «políticos» que salían de un evento. A todos ellos los conocí cuando andaban de muertos de hambre, de pránganas, de huelepedo y carga-portafolios de otros politiqueros, y, claro, yo como siempre, con cordialidad, con atención como saludo a casi todo mundo en la calle. A uno de ellos le dije: Me gustaría platicar contigo, ¿cuándo puedo visitarte en tu oficina? «Te espero el miércoles a la una de la tarde», me dijo. Pero con voz engolada, con pose de semidios, con ínfulas de ser un dotado de todas las virtudes del mundo.
¡Ah su madre!, me dije, ¿y a éste qué le pico? Nomás porque es funcionario (temporal) del gobierno del estado siente que apaga la lumbre a pedos y se limpia con los tizones, que vaya y que… reflexione… Y, vaya, he conocido a tantos como ese estúpido, y cuando los echan a la calle por ineptos o por ladrones o por pendejos, allí andan otras vez dando lástima… ¿y su soberbia dónde la dejaron?
Siempre Chilpancingo me ha llamado poderosamente la atención porque la gente de aquí –¡no toda, claro, pero la inmensa mayoría sí!- tiene una particularidad, ¿o peculiaridad?
Que va uno por la calle y se topa a un conocido chilpancingueño y lo saludo, al menos yo, con amabilidad. Y sea mujer o sea hombre, cuando bien me va contestan mi saludo con un leve movimiento en la mano o una mirada de indiferencia e inmediatamente voltean la jeta. Otros pasan con la cabeza levantada, como si fuera sostenida por una horqueta invisible debajo de la quijada y no ven a nadie, su mirada está echada para allá donde está la nada, yo no existo.
Cuando anduve lejos de Chilpancingo, en otras ciudades trabajando en estaciones de radio y regresé a mi tierra, fue lo primero que me llamó la atención. En otros pueblos, en otros lugares, dondequiera hay amabilidad, hay saludo, hay sonrisa, pero aquí, donde nací lo que abunda es la soberbia. Yo soy quien tiene la obligación de saludar, y con amabilidad a mis paisanos, porque a pesar de su actitud absurda, estúpida y mediocre, la educación que me obsequiaron en casa me obliga a ser respetuoso y atento con todas las personas y… a saludar con amabilidad.
No sé, ignoro de dónde la viene la casta al galgo, pero alguna tara, algún trauma, alguna basura de la mediocridad debe haberse convertido en epidemia hace años cuando Chilpancingo se transformó de una población donde abundaba la alegría, la amistad, el compañerismo, la buena vecindad en una mugre ciudad de tipas y tipos ensoberbecidos, mediocres, endiosados, lagartos, altivos, pero, ¿a cambio de qué? ¿Quiénes son ellas y ellos? ¿De qué presumen? ¿De dinero? Los ricos también lloran, ¿de cultura? La gente culta no es estúpida. Algo inexplicable esa actitud en la inmensa mayoría de mis paisanos… ¿O todos ya serán «políticos» como el baboso que saludé?
Hago votos porque reflexionen. Si uno no cambia la soberbia por humildad cuando se puede, la vida nos coloca en encrucijadas y en problemas en los que, de una u otra manera esas «diosas» y esos «diositos» le tienen que bajar dos o tres rayitas a su soberbia y entonces es muy triste verlos cómo llegan pidiendo ayuda… Es cuando uno se acuerda de la canción de Cuco Sánchez:
«Y tú que te creías/el rey de todo el mundo./Y tú que nunca fuiste/capas de perdonar./Y cruel y despiadado/de todo te reías,/hoy imploras cariño/aunque sea por piedad./En dónde está el orgullo,/en dónde está el coraje,/por qué hoy que estás vencido/mendigas caridad.
Ya ves que no es lo mismo/amar que ser amado,/hoy que estás acabado/qué lástima me das./Maldito corazón/me alegro que ahora sufras,/que llores y te humilles/ante este gran amor. /La vida es la ruleta/en que apostamos todos/y a ti te había tocado/nomás la de ganar/pero hoy tu buena suerte/la espalda te a volteado,/fallaste corazón/no vuelvas apostar».
Dicen allá donde a diario voy que el intelecto y la humildad pueden ser compatibles «siempre y cuando la humildad vaya por delante»…
¿Me estás oyendo, Petra?

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