viernes, 12 de octubre de 2012

COLUMNA


La Jaula de Dios


Jesús Pintor Alegre

 Los días se van en esta época y en la otra, la anterior y la que viene, y se nos deshace como agua entre los dedos, pero de repente hay tramos de la historia que nos llevan a la nostalgia. Este viernes es día de reflexión, con ideas disparatadas de a ratos. Hoy habremos de recordar a la historia de Llorona, del Coco, del ropavejero, y del gendarme, esos seres míticos y llenos de figuras del susto, del erizamiento de piel, pero también del respeto y el gusto por ser pueblo.

La llorona es un ser tan viejo como nuestro México, y quizá más lejano, ¿quién no ha oído de ella?, ¿a quién se le podría ocurrir negar saber, siquiera de manera vaga, que ese ser nuestro, forma parte de su acervo cultural?, el coco es aparte, ese ser inexistente que causa miedo pero al mismo tiempo es un freno a los berrinches y malos comportamientos.
El ropavejero o el robachicos, que se llevaba a los niños mal portados, que no respetaban a sus mayores, o a sus padres mismos; o bien, alguien por allí debe recordar las costumbres de la Semana santa, donde bañarse era contrario a la religión pues podrían convertirse en pescados, y no comer carne, porque era como comerse a Jesús… y todo ese se respetaba.
Todo eso hacía pueblo, y nos conjuntaba, nos hacía unidad, y valorábamos la amistad y al vecino, al prójimo. No se trata de asumir el papel de la evanescencia y las elucubraciones, las ideas sin forma, y sin conciencia, y mucho menos sentido. Se trata de recuperarse como sociedad, de ser otra vez pueblo, de coexistir y de aquilatar el valor de la vecindad. Se trata de dejarse de amilanar por un gobierno que da palos de ciego.
Alguien por allí me decía que ya estaba bien de criticar al gobierno y a los políticos, que ya estaba bien de decir que hacen mal esto y esto otro, que mejor debemos proponer, y es correcto, ante la inacción oficial, los desórdenes y la intransigencia gubernamental, al falta de humanidad y la ambición galopante, el pueblo debe recuperarse.
Era bonito, en efecto, recordar al gendarme, ese servidor público de todos los respetos, o al sacerdote, mensajero de Dios, y no el pederasta en que su fama ha convertido; esos momentos de nuestro ayer, de cierto, ya se fueron, ya no están, y jamás habrán de regresar, pero pueblo hemos dejado de ser. En estos momentos hay más desunión, más indiferencia, y menos valores.
A nadie le interesa lo que le pasa al prójimo, lo que padece, y nos regodeamos cuando vemos una fotografía sangrienta, y hasta le damos vueltas al periódico para ver cómo quedó el cadáver del ser que no conocemos, y con el que llenamos nuestro morbo y nuestra barbarie: que si mataron al jovencito hijo de doña Panchita, era porque andaba en malos pasos, enjuiciamos a priori.
Nada es peor cuando como pueblo no somos nada, El gobierno entre sus yerros, sí ha logrado este pueblo valemadrista, dependiente de las dádivas y de los favores. Es verdad, ya no hay que hablar mal del político, pero entonces empecemos a recuperarnos, a ser otra vez nosotros.
Ser pueblo y hacer pueblo, parafraseando al luchador Lucio Cabañas, o ser revolucionario joven o no, en contradicción vacilante con el Che Guevara. ¿Por qué hemos permitido haber llegado a estos niveles?, ¿sabemos en qué nivel estamos como sociedad?, de hecho somos esa basura que criticamos de los políticos.
Nos dejamos asustar con chupacabras, con influenzas, con barbarie y orgías sangrientas, somos agentes de nuestra perdición propia, impulsores del morbo, y hacemos apología de nuestros miedos. Hablamos de Dios y nos damos golpes de pecho y somos perversos, mangoneados por los hilos del poder, que nos tienen en donde quieren: en la inacción.
Decir allí viene el coco, es como elucubrar la nostalgia que consideramos inútil, porque ahora se mata en serio, con Operativos Guerrero Seguro o sin él; con Lazkas o Fantomas, con Kalimanes o Rambos, con Chapos guzmanes o de Sinaloa, con policías federales que zarandean nuestra propia dignidad.
…Sí, ya nos hemos perdido, y a ratos, parece más valedero decir, que la vida no vale nada, y que la perdición está aquí, sin Día del Juicio final.

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