martes, 29 de enero de 2013

COLUMNA


El maquillaje de 
Calderón y de Peña


Apolinar Castrejón Marino

 ¿En que se parecen Felipe Calderón y enrique Peña? Bueno, además de ser Presidentes de México, a ambos les gusta mucho el maquillaje.
No nos referimos a los galones de gel que usa Peña o a la discretísima delineación de sus ojos, ni a los tratamientos anti arrugas que le aplican a Calderón, si no a la malsana costumbre de hacer declaraciones tendenciosas tratando de engañar a la gente, atribuyéndose habilidades y cualidades que rayan en la genialidad.

Los dos hacen grandes y costosos esfuerzos para que la gente crea que son muy inteligentes, cautos y valientes para la política y la administración de las finanzas públicas. Utilizando 10 millones de pesos anuales de dinero público, Calderón mantuvo por 6 años una campaña en la televisión en la que detallaba «los logros» de su trabajo como Presidente de la República.
De memoria relataba estadísticas y porcentajes que describían un país en «crecimiento».  Detallaba la disminución de la criminalidad, el abatimiento de la pobreza y la generación de empleos. Otros 10 millones de pesos se gastaban para la producción de spots, que a diario ilustraban los «éxitos» y las «hazañas» del hombrecito de Los Pinos.
Felipe hizo escuela con estas apariciones cotidianas, y Enrique continúa los mismos pasos. A diario aparece en un recuento de actividades «muy importantes» para la economía, para las relaciones internacionales, y para el turismo. Pero como el alumno nunca supera al maestro, las apariciones de Enrique están plagadas de errores, equivocaciones y traspiés.
Los actos que realizó la semana pasado ante legisladores fueron una cadena de errores y pifias de su equipo de grabación. Por lo que se ve, su director de comunicación y medios es una nulidad y un incompetente para la realización de mensajes para la televisión.
Como si carecieran de equipo y de presupuesto, realizaron la grabación con una sola cámara, la cual enfocaba a Peña en la tribuna y luego cambiaba rápidamente a enfocar a la mesa de invitados, y luego al público asistente. Para ello tenía que hacer viajes vertiginosos de un punto a otro, que resultaban muy incómodos para los televidentes.
Al parecer, tampoco tuvieron presupuesto para pagar un director de cámaras que escogiera los ángulos más adecuados de los políticos en escena. Sería necesario que alguien le dijera a su director de comunicación que se tiene que pagar a un director de fotografía para que busque la incidencia de luz en la cara del Presidente para que no salga negra en un fondo blanco o luminoso.
 Las mujeres del antiguo Egipto ya usaban sombras para ojos tanto por razones estéticas como prácticas: la pintura sobre los párpados ayudaba a protegerlas de los reflejos del sol. Dicha pintura era una pasta espesa hecha de malaquita, un carbonato de cobre de color verde veteado. Los hombres egipcios se teñían el pelo y la barba con alheña.
Cleopatra usaba una sombra de color azul hecha con lapislázuli molido, y polvo de malaquita, se oscurecía las cejas y las pestañas con un polvillo de sulfuro de plomo mezclado con grasa de carnero. Con ocre rojo se pintaba los labios y se ruborizaba las mejillas, y se untaba tinte de alheña en las manos para darles un aspecto rosado y juvenil.
Hace más de 2,000 años en Grecia, la tez pálida era considerada más atractiva que, así que las mujeres se embellecían la cara con cerusa, albayalde mezclado con cera, aceite, grasa o clara de huevo. Esto les daba una palidez vistosa, pero a la larga las envenenaba; el plomo del albayalde absorbido por la piel provocaba trastornos digestivos, mareos, disnea, parálisis de las extremidades, dolores de cabeza y en ocasiones ceguera y muerte.
En la Europa renacentista se empleó con fines estéticos otra sustancia venenosa: la belladona, de cuyo fruto se obtenía un extracto de efectos narcóticos. Dicho nombre en lengua italiana significa «mujer hermosa», pues cuando se aplica en los ojos dilata las pupilas y las hace brillar. Pero la belladona contiene atropina, sustancia que puede lesionar el globo ocular y causar ceguera.
Una sustancia usada en el siglo XVII para eliminar pecas era el cloruro de mercurio, un veneno tan mortífero que 1 gramo basta para causar la muerte. Al ser absorbido por la piel destruye los tejidos y el sistema nervioso.

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