viernes, 15 de febrero de 2013

ARTICULO


Autodefensas exhiben vacío gubernamental 

  Tino Gatica

 En los talleres de autoestima, de sensibilización o concienciación (este último concepto que no es concientización) que se imparten a personas que deciden organizarse para respaldarse, luchar y estar en una misma sintonía sobre lo que los afecta, por ejemplo en personas que sufren de alguna enfermedad calificada como crónico-degenerativa como se considera a la diabetes o al SIDA o la cirrosis como consecuencia del alcoholismo o derivado de un gen maligno los identifica que tienen las ganas de (sobre)vivir con dignidad y mantenerse lo mejor saludables posible; o en el peor de los casos aprender de su padecimiento y tener una muerte digna, pero que tiene su base en la dignidad entendida en toda la amplitud de esta hermosa palabra.

Hasta las personas que son condenadas a la horca o el linchamiento, según algunos países que en su momento utilizaron este recurso como una medida para frenar la violencia que los atacaba. Sin ir más lejos, aún en los Estados Unidos se tiene la pena capital como medida de hacer justicia a una entidad agraviada por uno o varios delincuentes, según como una forma ejemplar que inhiba el accionar de otros individuos proclives a la violencia.
Pero no se trata de la muerte como una forma de hacerse justicia por mano propia, sino que el Estado pueda ser el brazo ejecutor para que quien delinque y comete los peores abusos pueda recibir su justo castigo en un centro de reinserción social, que hasta el momento es una utopía. Y la única forma que existe con probidad es la que están aplicando los pueblos que se han levantado en armas argumentando su autodefensa. Las acciones de las y los criminales cebados en sus víctimas levantados, secuestrados o asesinados, y dañando indirectamente a sus familiares que hicieron todo lo que estuvo en sus manos para impedir su muerte, son causa de la indignación social. 
Por eso es que estos pueblos, que son muchos, fastidiados por la indolencia y apatía, cuando no el solapamiento y complicidad de las autoridades que conforman la estructura del aparato de Estado, ocasionaron esta sublevación por medio de las armas de fuego largas y cortas, con machetes, cuchillos y hasta piedras, dependiendo de la región. Si las autoridades observaran la cantidad de poblaciones molestos que están levantados en armas, deberían hacerlo saber al gobierno federal para buscar mecanismos que desactiven este fenómeno que será con un sencillo razonamiento, que se pongan a trabajar, que den resultados, que sean castigadas las personas que son señaladas (con pruebas contundentes) y que se inclinen más por quien pide justicia, que es el pueblo mismo.
Cuando se ha querido menospreciar esta indignación popular y social por parte de las autoridades de los tres niveles de gobierno, es porque el alcalde, el gobernante o el presidente fueron engañados por sus subalternos o simplonamente no quisieron hacer caso a los focos de alarma que se encendieron en su momento. Ahora el siguiente paso es ofrecer soluciones, pero soluciones verdaderas, no simuladas al clamor de estos pueblos que somos todos y todas.
Por es que la referencia a la dignidad de las personas que tienen enfermedades crónico-degenerativas lo que buscan es luchar para sobrevivir y no morir, por el esfuerzo en conjunto, en comunión hace milagros. La misma palabra se engarza a  la comunidad o también comunicarse con un ser divino, con un Dios, cual sea la forma en que se le entienda.
Y cuando los pueblos, llámese por asociación a todo núcleo como la familia, el campo, la sociedad, la ciudad están buscando unirse para combatir un cáncer, deben ser auspiciados, atendidos y socorridos por el aparato de Estado, al que también de una u otra forma sus representantes o servidores públicos no existen sin esa contraparte, en esa dualidad. 

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