jueves, 8 de mayo de 2014

COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista

 Día de las Madres
La Creación, es decir la primera madre de quien se tiene noticia, aunque no del todo, parió al ser más maravilloso y extraordinario que hay en este mundo: A la Mujer, quien es el motivo y la razón del existir, porque sin ella, vida no hubiera en el planeta, y si existiera, acaso sería dable sólo a los vegetales y minerales, pero jamás a seres humanos y tampoco a animales (tal vez porque hay quienes sospechan que venimos del mono).


La primera mujer (no vamos a discutir aquí si Eva tuvo o no ombligo) nació con ese don: Dar vida a otro u otros seres: mujeres y hombres… y uno que otro que no son lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario, pero todos, sin excepción, llegamos a la vida salidos de nuestra madre.
La especie humana tiene como origen a la mujer. Mujer que cuando se convierte en Madre, obtiene el título máximo de la virtud y del milagro… es el principal eslabón de la interminable cadena humana.
La mujer, desde siempre, ha sido la base del amor, particularmente por su belleza. Toda mujer tiene algo que le es único, incomparable, muy suyo y que equivale posiblemente, entre los metales, al imán, y encuentra su símil en el amor.
Al imán van todos los metales. A la mujer todos los hombres.
 El imán, jala; la mujer más. 
No sólo jala; sino que impone con ternura lo que ella decide ser o hacer, y lo dice y lo hace. 
Es tan voluntariosa como su ternura y delicadeza se lo permiten. Aunque también hay mujeres de voz ronca y actitudes arbitrarias cuando perciben que sus demás dones no son tan convincentes como ellas quisieran… Pero es tan fuerte que sabiamente sabe ser débil, y con su debilidad domina más, mucho más que con su fuerza, es, por tanto, el Ser más inteligente de la Creación. El sexo “débil”.
Por cierto, algunos a la Creación le llaman Dios, y hay tantos dioses como voluntades para crearlos y creer en ellos. Pero la diosa única a la que se le tiene fe y se le entrega todo, aunque no lo pida, a veces, es a la mujer.
Desde Muchos siglos antes del Cantar de los Cantares del rey sabio ya se le había cantado a la mujer… Para Homero, la mujer es diosa, pero no sólo una: es el escritor más prolijo en la materia, su forma de describirla no tiene parangón, de las diosas más inteligentes, por creativas, hasta las Ninfas, una de ella, la más linda y delicada es Europa, robada por un buey, que no lo fue tanto porque se llamó Zeus y bien supo dejar para la humanidad El Rapto de Europa como al arrebato más sublime del amor cuando un dios se enamora de una bella.
¿Quién no se ha robado a una mujer?
Digo, físicamente a veces y otras su corazón.
Así que, desde épocas pretéritas hasta Agustín Lara las ha habido de todos colores, olores y sabores como el motivo más importante del existir en la vida del hombre: “Como en la sacra soledad del templo, sin ver a Dios se siente su presencia. Yo presentí en mi alma tu existencia y como a Dios, sin verte te adoré”.
Ciertísimo, a veces no se le ve pero se le intuye; a veces se le ve de lejos o tan sólo se sueña en ella: Mujer, mujer… mujer divina, tienes el veneno que fascina en tu mirar.
¿Quién no ha llorado, sufrido, cantado, jurado, escrito, embriagado o enojado o ha sido feliz a causa de una mujer? 
Quien no haya pasado por esas, no sabe lo que es ni lo que vale y mucho menos lo que significa  la vida. Vida es mujer; amor es mujer y mujer lo es todo.
Juan Gabriel no, nunca, jamás; pero José Alfredo sí, supo cantar como macho el sufrimiento; qué digo sufrimiento: Supo cantar la agonía, el martirio, el viacrucis que provoca en el hombre una mujer, sobre todo si se es borracho y ella lo mandó allá, lejos.
 Y si no es alcohólico, pues: ¡Qué Bonito Amor!
Agustín Lara lo dijo de mil modos, pero de uno en especial: Mujer, mujer divina, tienes el veneno que fascina en tu mirar.
Es el Día de la Madre, y todos elogiamos a la nuestra; todos –bueno, a veces no todos- pedimos a Dios bendiciones para la mujer que nos dio la vida: ¡Por mi madre, bohemios…!, decía el poeta y otro cantaba que en una casita chiquita y bonita, camino del Puerto de Santa María, habita una vieja muy buena y muy santa, muy buena y muy santa que es la Mare mía… Español, al fin, con eso de Mare mía.
La Mare mía ya no está en este mundo. Se fue pero dejó recuerdos, cariños, besos, y su consejo: Pórtate bien, mijito.
Cada quien tiene su historia con su ‘Mare’.
Hay quienes no la conocieron, pero otras mujeres los criaron, los educaron, los llevaron por el buen camino: abuelas, tías, madrastras, vecinas, comadres; alguien se convierte en madre de ese huérfano que por fin consiguió una estrella: ¡Citlali!, decían los nahuas.
Aunque ellos tenían ya su Tonantzin: ¡La Madre de Dios!, muchos siglos antes del arribo de los gachupines a México. El Sincretismo relevó a la Tonantzin por Lupita quien no se quedó sólo como Reina de México sino como Emperatriz de América, como si mucho le hiciera falta un título de la nobleza europea. ¿El cielo no es suficiente?
El Día de las Madres fue un invento mexicano del periódico Excélsior, cuando  bien lo dirigió el señor Alducin para levantar la venta de los comerciantes. Hoy es un gran motivo para gastar lo que no se tiene y todo “por el amor a la madre”. El amor, con signo de pesos. ¿Ellas lo necesitarán así?

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