martes, 20 de mayo de 2014

PRIMERA PLANA

Detienen y torturan federales
periodista de origen Na Savi


Kau Sirenio.--Usar huaraches en Gran Plaza de Acapulco es un delito para la policía federal que ahora vigila celosa las calles del puerto. La sospecha incrementa si la persona usa ropa descolorida y mochila. Aquí no cabe espacio para los curiosos y menos para los indígenas.

Construido en 1994, el centro comercial Gran Plaza de Acapulco es ahora un lugar común para los acapulqueños. Los estudiantes siempre se reúnen aquí para planear las pintas, de la escuela o de la casa. Los turistas locales son los más asiduos, no así, los defeños.
El miércoles después de mediodía, casi golpeando las cinco de la tarde, la gente se pasea en los pasillos de este centro comercial. Mientras que afuera el sol tuesta la piel, y el calor convierte en horno, lo que antes fuera paraíso del Pacifico.
Ese día después de realizar una serie de visitas en el puerto, primero salí del Hospital General, donde mi hermano está internado por una infección en el cerebro. De ahí al zócalo del Puerto, al pasar allí pude vi como los polis sometían a los señores que horas antes feliz descansaban en las bancas de los jardines.
“¿Dónde vienen? ¿Qué hacen aquí? ¿Qué buscan? ¿Desde qué hora llegaron aquí?” se oye, la descarga de preguntas, mientras que uno de los policías pide una identificación a los señores que a duras pena contestan las preguntas.
La misma escena se repite en las calles Bario Hospital y Juan R. Escudero, a cuatro cuadras del zócalo, aquí los uniformados son más arbitrarios con los muchachos que mantienen sometidos. Los tres chavos andan con sus tradicionales bermudas y sandalias.
Después de este recorrido subí a las instalaciones de Radio y Televisión de Guerrero a una entrevista con el director de la paraestatal. Al salir de ahí recibí una llamada de un amigo para avisarme de un depósito en Banorte así que me encaminé a Gran Plaza.
Luego de caminar más de dos horas por Cuauhtémoc, entro a curiosear en las tiendas de ropa y de ahí busco un espacio para descansar, ahora hay que esperar la llamada del amigo para saber si ya hizo el depósito. Esperé  ahí, una hora y después consulté la cuenta, no hay nada, así que a esperar porque necesitaba dinero para pagar los estudios clínicos de mí hermano.
Me refugié cerca de Recórcholis, leyendo Variopinto. Cuando guardaba la revista para retirarme del lugar, veo entrar dos policías. Un hombre de unos 1.75 cm. De estatura, gordo, cachetón. Iba acompañado de  una mujer policía, delgada, blanca y cabello oxigenado.
Llega saludando con confianza como si me conociera de años. Pero la simpatía acaba en cuestión de segundo de inmediato suelta a bocajarro: ¿Y tú de qué la giras? ¿De qué trabajas?, ¿en dónde vives?
–Acá descansando, ya para irme –le contesto despreocupado por el momento.
–Nos dijeron que llevas dos días aquí –inquiere de nuevo el policía–, que buscas  aquí, porque te muestra sospechoso. Identifícate.
Al sacar mi EFE de la billetera cae el recibo del laboratorio Unidos por la Salud, ahí donde ordenaron se hicieran los estudios clínico,  que el médico internista me encargó.
–¿Qué fue lo que cayó, de seguro es la droga que andas repartiendo aquí? –soltó la tortura.
–No. Es el recibo de laboratorio –respondí con desconfianza.
De ahí, el policía me tomó del hombro para decirme que los acompañara, no sin antes de retener mi identificación y el recibo de laboratorio. Me dijo que estaba detenido y que habían dado órdenes de mi detención porque en las calles contiguas de la Gran Plaza asaltaron a una mujer y que el único sospechoso de los hechos era yo.
Les dije que ya me iba de ahí porque tenía hambre y que debía de regresar al hospital con los estudios clínicos. No me hicieron caso, al contrario continuaron con las preguntas.
–Te ibas porque ya te cargó los huaraches.
Los curiosos se me quedaron viendo con desprecio cuando los uniformados me sacaron de ahí. Las miradas fulminantes de los taxistas hicieron que me sintiera incómodo y que mi voz cambiara de tono. Eso lo aprovecharon los policías para seguir torturándome.
–No te hagas pendejo, ya nos dijeron que violaste a varias niñas de la Recórcholis. Así que no busque escapar, pinche ratero de mierda. Ya sabes que estás detenido verdad –me dice
–No. Porque hasta ahora no eh hecho nada, sólo estaba esperando un envió  y aún no me depositan así que ya me iba. Además ustedes no tienen por qué detenerme sin orden de aprehensión –le contesto con más seguridad.
–Todavía te estás poniendo cabrón tu sí que no tienes miedo verdad pendejo, ya te dijimos que te cargó la verga, ahora quien mierda te va defender si eres un pinche delincuente –siguió con los insultos el policía.
De ahí me ordenaron que subiera a la patrulla núm. 020 de su corporación, en el asiento está tirado un fusil conocido como R-15. Luego le pide a su compañera que encienda la camioneta. Este pendejo ya cayó volvió a repetir.
–Dame tu mochila –ordenó.
Empezó a hurgar la mochila, primero sacó las revistas proceso y variopinto y después los libros, al encontrar el libro La miseria de la filosofía de Carlos Marx, y Fedor dostoievski, me miró con detalle sin preguntar más.
Mientras que la policía de cabello oxigenado me arrebató mi celular para revisar mensaje por mensaje y las llamadas que realicé minutos antes. Casa nombre que considera raro o fuera de común me pregunta “¿Quién este fulano y este otro mengano?”
Una vez que terminaron de revisar mi teléfono y mochila el policía regordete me preguntó de nuevo.
–¿Por qué escondiste esta arma? Pinche puto, así son todos ustedes los guerrerenses son miedosos con ganas. Los pinches policías del estado te tienen miedo. ¿Por cierto a que te dedicas? –vuelve a la carga con su tortura, tratando de que alguien le conteste por miedo.
–Soy reportero –le digo mientras le muestro mi identificación de Semanario Trinchera.
–Con que eres periodista verdad pendejo. Pinches periodistas amarillistas, todos ustedes son iguales. Por eso los carga la verga porque siempre mienten.
–Entonces a dónde vamos – pregunto.
–Vete a chingar a tu madre, por ahí hubieras empezado y si eres periodista no andes en esta facha de delincuente. Sólo esos cabrones andan con ropa despintada y huarache. A la otra identifícate. –intenta ser amable.
Acapulco que ahora vive su peor crisis. Muchas veces se detiene al indígena y como no sabe decir otras palabras más que sí o no, esto es suficiente para consignarlos. La violación a los derechos humanos en Guerrero incrementó desde que la federación, el estado y municipio firmaron el convenio de mando único en el puerto.
La vivencia de ese día, me dejó con preguntas. ¿Ahora qué hacer? ¿A dónde ir, y con quién hacerlo? Acá no hay donde denunciar los abusos policiacos. La Comisión de Defensa de los Derechos Humanos del Estado de Guerrero (CODEHUM-Gro), está coaptada por el gobernador.(Tomado del diario 19.como/publicado—internet--el 17 de mayo, 2014).

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