viernes, 19 de septiembre de 2014

ARTICULO

Cuando dos pendejos se juntan

Esteban Mendoza Ramos

Tan temprano y echando lumbre por la orejas. El primero,  un chofer de combi que apenas ayer abandonó el canasto de bolillos y hoy recibió la oportunidad de su vida: manejar mal una unidad del transporte público en Chilpancingo, poniendo en riesgo la vida de todo aquel cristiano que tenga la mala suerte de atravesarse en su camino o abordar el vehículo para trasladarse a su destino.

Con los pelos levantados por la ausencia de agua sobre ellos durante varios días, recorrió la corta distancia del puente de la “Procu” a la tienda de Aurrera, más rápido que el Llanero Solitario, mientras desgraciaba la caja de velocidades, que nada más tronaba, a punto de desbaratarse en cada cambio loco de aquel aprendiz de brujo, o de aquel brujo, aprendiz de loco. No cabía de felicidad, se le veía en el rostro y lo demostraba con sus inquietos movimientos. Todo en un marco musical de corridos ofensivos hasta para el más tolerante oído, por la baja calidad musical, la carencia de rima en las letras de las canciones y el ensordecedor volumen.
Varios y varias se bajaron en la Avenida de la juventud, yo creo que para tomar otra combi, que no fuera manejada por un orate como éste. Valiente, permanecí a bordo. Total, si de plano persistía en su intento de matarnos, ya lo tenía medido: darle unos buenos golpes en la cabeza y bajarlo, para que fuera recoger su dotación de bolillos y se pusiera a vender, que era su verdadera vocación. Todavía hizo otra, de manera imprudente intentó reincorporarse a la circulación de la lateral de la autopista para tomar la avenida Lázaro Cárdenas. A pesar de que volteó para todos lados, no vio algo, porque estuvo a punto de provocar que un “Chevy” se le estrellara en el costado izquierdo.
Sonaron los claxonazos al ritmo del diez de mayo. Pero en realidad era tan malo el pinto como el colorado, porque si nuestro conductor –para ese momento ya lo sentíamos nuestro-, cometió le estupidez de lanzarse hacia el semáforo sin medir la distancia, ni la velocidad del otro carro, el conductor del “Chevy” estaba igual de zafado, porque al final resultó que él no venía hacia el centro, sino que terminó dando la vuelta con rumbo hacia el Jacarandas. O sea que no tenía por qué meterse a la izquierda de la Urvan en la que viajábamos, pues al final tomó la ruta de la derecha.
Al alejarse el “Chevy”, pude mirar el rostro del conductor. Un hombre más o menos de mi edad, lo que me consoló un poco. “Pendejos hay de todas las edades y de todos los niveles sociales o culturales”, pensé. La gran moraleja es: cuídese de estar cerca de un tarugo, porque se corre un grave riesgo. Ahora imagínese el mortal peligro al que uno se expone cuando dos de éstos se juntan. Corra a toda velocidad, como si lo persiguiera un infectado de ébola, o el mismísimo Ángel Heladio Aguirre Rivero bien chirundo y  pasado de copas. 

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