lunes, 19 de enero de 2015

ARTICULO

Dicen que dijeron que 
andan dicendo que…

Margarito López Ramírez
“…. * Chor, fue un hombre “bien parecido” y de personalidad polifacética. Era alto y fornido. Su tez, aunque castigada por los rigores del sol a campo abierto, era blanca y sus ojos azulados.
“… Lo mencionado viene a cuento porque cada año, en la noche del nueve de agosto en la que se realizaba un baile de gala como culminación del aniversario del nacimiento de Vicente Ramón Guerrero Saldaña, él acudía a ese acontecer, vistiendo ropas de postín a manera de pachuco y habilidoso bailarín. Dicen testigos presenciales que, visto a distancia, conformaba la  imagen de un tipo poseedor de galanuras dispuesto a ser y hacer feliz… Y que, como pocas veces, se mostraba gallardo y deseoso de participar en ese acontecer festivo, en el que, además de gentilezas y galanuras,  gastaría sus ahorros. 

“… La gente de aquellos tiempos festeja que algunas damas provenientes de comunidades lejanas, ajenas al devenir cotidiano en la población, hayan vivido la velada añorada impregnada de arrumacos, conversación amena y trato jovial al lado de Melchor quien, en las últimas horas de la madrugada y a semejanza de La Cenicienta del cuento ideado por Charles Perrault, las  abandonaba escabulléndose entre la multitud. Insinúan que hubo quienes regresaron a sus lugares de origen convencidas de que habían conquistado el corazón de un apuesto galán, el hombre soñado, “el príncipe azul” de sus sueños amorosos. Ríen cuando recuerdan que hubo algunas damas de buen ver que, en menos que canta un gallo, se enteraron que su pareja excepcional de esa velada musical había sido un tipo camuflado bajo ropajes de postín hechos a la antigua. En refiriéndose a ellas, mencionan que de golpe y porrazo supieron que habían estado en los brazos de un parlanchín pueblerino abocado en su diario hacer al trabajo rudo que conllevaba la carga y descarga de camiones atiborrados de materiales de construcción; quedando convencidas de que habían sido presas amorosas de un “don Juan” casual poseído de galanuras. Dejan entrever en su perorata parlanchina que pocas de estas mujeres manifestaron arrepentimiento y que  las más de ellas mostraron alegría y satisfacción por aquello de que “lo bien bailadas, nadie se los quitaba”; ya porque aún resonaban en su oídos los ecos musicales al tiempo que rememoraban el vaivén y arrullo en los brazos robustos de Chor, o porque guardaban vestigios de las expresiones cariñosas que él les había susurrado al oído: “¡mamacita, preciosa, chula de mis amores, ricura de mujer! ¡Cosa bonita…!... Lindura, te quiero más que a…” Palabras, frases tersas o impregnadas de arrebatos amorosos que en su momento les habían propiciado enamoramientos, sonrisas, cosquilleos en el cuerpo y un notable sonroje en el rostro impregnado de pudor, satisfacción,  coquetería. También afirman que una dama de porte elegante y distinguido, regresó a ese solar, y que, a la par de  mostrar interés y afecto hacia quien la había engatusado con su forma de ser y manera de hablar, le dio por confesar que había sido inmensamente feliz. Han dicho que lo buscó y encontró entre bastidores repletos de bultos diversos, y que no obstante que lo vio impregnado de desechos de cal y cemento, se aproximó, lo saludó afable y lo besó en la mejilla, propiciando que él, la contemplara y dijera emocionado: “gracias…, gracias, hermosa Salomé…”. 
He aquí que les asiste la razón a quienes afirman: ¡Recordar, es vivir!, porque así como ella  guardaba reminiscencia de ese baile ocasional, Chor, Melchor  rememoraba los gozos de “sus noches casuales” que le hacían llevadero su rudo trabajo de cargador; recordaba, y cuando más cansado estaba al terminar su faena diaria, al amparo del silencio y la soledad, aspiraba vestigios del perfume que sus parejas ocasionales habían dejado en sus ropas: ¡Soñaba!, anhelaba, vivía, disfrutaba…” 
*Fragmento:
Libro, “Personajes pueblerinos”, mismo autor.

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