miércoles, 4 de febrero de 2015

COLUMNA

Pacto con el diablo 

Apolinar Castrejón Marino 

Cuando estaba en construcción el puente de la carretera de Cuernavaca, hubo muchas desgracias. 3 albañiles resultaron gravemente heridos al caerse el andamio en el cual trabajaban, una enorme roca del cerro, se desprendió y arrolló a una docena de trabajadores, y una enorme estructura de acero se colapsó, aplastando a varios hombres.
Entonces, el capataz le sugirió al ingeniero en jefe de la obra que buscara al Diablo para tener un pacto con él, y que dejara que se terminara la con
strucción. El ingeniero, primero hasta se burló, pero al ver que en efecto, su obra se detenía frecuentemente por cualquier motivo, decidió buscar al Malo.

Una noche lluviosa, entre los tronidos de los rayos y el vendaval del viento, se apareció el Demonio en la tienda de campaña del ingeniero. Después de controlar un poco su miedo, el ingeniero le expuso que le dejara terminar su trabajo. El diablo se rio y revoloteó su cola, y le preguntó al ingeniero, qué le daría a cambio. La más vieja tradición cuenta que siempre exigía su tributo de sangre por cualquier construcción.
Entonces el ingeniero, armándose de valor  le recordó que ya había habido muchos muertos y heridos, y que la obra era muy necesaria para el transporte. Un tanto molesto, admitió que el ingeniero tenía razón, y en el acto, urdió un trato muy ventajoso para que el ingeniero no pudiera superarlo: Le dijo que le daba 30 días para que terminara, y si no lo hacía el destruiría toda la obra. 
El ingeniero aceptó, y al día siguiente se reunió con todos los maestros, albañiles y capataces, para decirles que tendrían que echarle todas las ganas, para acabar en esos 30 días. La obra avanzó mucho, gracias a que no había accidentes.
Ya estaban en el día 30, y estaba “colando” unas trabes de carga para colocar sobre ellas las últimas piezas del puente, pero el cemento tardaba mucho en fraguar. El ingeniero sospechaba que el diablo había empujado las nubes para que cubrieran el sol y el cemento no pudiera secar. 
Al llegar la noche, los trabajadores continuaron laborando, y entonces se presentó el Diablo para burlarse de ellos. Le dijo al ingeniero que faltaban pocas horas para que se cumpliera el trato, y como no terminaban, destruiría la obra y de pilón se llevaría a todos los trabajadores al infierno. 
El ingeniero urdió un plan ranchero para engañar al Diablo, y le dijo que se quedara con ellos hasta la medianoche, para ver como trabajaban. El Diablo no vio ningún problema y le dijo que si se quedaría. Pero el ingeniero insistió que si no se quedaba, tendría que dejarlos trabajar en paz otra semana. El diablo se rio, pero le dio su palabra. 
Los trabajadores se esforzaron por avanzar lo más que pudieron, pero el ingeniero, por si las dudas, le dijo a su capataz que subieran a lo alto del cerro. Un tanto intrigado el capataz lo siguió, y cuando estaba en lo más alto, y cuando solo faltaban pocos minutos para la medianoche, el ingeniero le dijo a su capataz que le hicieran como si fueran gallos.
Los dos al mismo tiempo empezaron a darse ruidosas nalgadas sobre los pantalones, y a gritar “Ki kiriki”, y entonces los gallos del vecindario, se despertaron con el escándalo, y creyendo que estaba próximo el amanecer empezaron a cantar. Y como todos sabemos, el Diablo es el amo de la noche, pero le teme a la luz del día, y tiene que ir a refugiarse a su guarida.
Cuando ya se iba volando, el ingeniero le dijo que había faltado a su palabra de quedarse hasta la medianoche, y que debía dejarles trabajar en paz. Así la obra pudo ser concluida.
Así le debía hacer el Secretario Videgaray para que le dejaran realizar los proyectos del aeropuerto, del súper tren a Querétaro, y del proyecto carretero del sureste. Le había de proponer un trato al Diablo de Los Pinos: que le recortaran el presupuesto a los partidos políticos, es más, que ellos financiaran sus campañas como lo hacen en Estados Unidos.
También estaría bien que le propusiera reducir el gasto a los legisladores; recortarles el pago de tantos asistentes, asesores y choferes. Reducir los mega salarios que reciben los magistrados y todo el personal de poder judicial. Y apresurar la revisión de las nóminas de los maestros para ver cuántos son aviadores, o cobran más de una plaza y no la trabajan. 
Por último, sería necesario terminar con los jugosos embutes que las autoridades les dan “por debajo de la mesa” a los dirigentes “vividores” y chantajistas, de los “movimientos sociales”, o a cualquier “organización” que se inconforma contra el gobierno y sale a bloquear calles y carreteras. O que se los coma el panzón Gobernador del Banco de México. 

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