martes, 10 de febrero de 2015

PRIMERA PLANA

Después de 10 desaparecido lo
 hallaron en fosas, hubo sepelio 

Jonathan Cuevas.TELOLOAPAN, GRO.--El féretro se hundía poco a poco en la tumba mientras un niño no paraba de llorar, pero mantenía el silencio buscando soportar el dolor. Con aquella caja estaban siendo enterrado su padre, convertido en osamenta. 

Roberto tiene apenas 13 años. Perdió a su padre el 02 de abril del 2014 pero pudo darle sepultura hasta este 06 de febrero (2015). 
Aquel día de abril, Carlos Sánchez Fernández convalecía en un hospital de Teloloapan, donde radicaba. Un día antes fue atacado a balazos.
Casi moribundo, con sondas en el cuerpo, fue extraído del nosocomio. Un comando armado violó la seguridad e ingresó al hospital. Llegó hasta la camilla donde estaba Carlos y se lo llevó. Ahora se sabe que lo llevaron a la ciudad de Iguala donde, le dieron muerte y lo enterraron en un cementerio clandestino.  
Después de siete meses, Carlos fue encontrado convertido en osamenta. Las manos de muchos civiles excavaron aquella fosa clandestina para descubrir los restos humanos, sin pensar que eran del familiar de uno de ellos. Era el hermano de Rosalba, quien participó en las búsquedas ciudadanas.  
Quienes encontraron a Carlos son personas organizadas que conformaron el Comité de Familiares de Víctimas de Desaparición Forzada en Iguala, los conocen como “familiares de los otros desaparecidos”.
El movimiento tiene como único objetivo dar con el paradero de casi 400 personas que desaparecieron entre el 2008 y 2013. No buscan venganzas y en muchos de los casos están olvidados de la justicia. Nada hablan del encarcelamiento de los victimarios; solo quieren a sus familiares, vivos o muertos.   
Este comité surgió tras los hechos violentos del 26 de septiembre del 2013 en Iguala, cuando una brutal persecución contra normalistas de Ayotzinaopa ejecutada por sicarios y policías, terminó con la vida de 6 personas, desapareciendo a 43 más. 
Es gente que se armó de valor y, ante la falta de ayuda de las autoridades, emprendieron recorridos en las zonas donde solían operar grupos del crimen organizado, al noroeste de Iguala, en las faldas del Cerro Gordo y Cerro del Tigre.
Ahí han detectado decenas de fosas clandestinas y, ya coordinados con autoridades federales, se han exhumado 45 restos o cadáveres humanos. Entre éstos estaba Carlos Sánchez. 
Velación familiar…   
Carlos no tuvo un funeral común. El dolor para su familia inició 10 mese antes del entierro. 
“¡Dije que lo iba a encontrar y aquí está!”; gritó Rosalba durante la velación, dirigiendo su mirada a Roberto, un niño casi convertido en adolecente que, evidentemente era el más afectado de la familia. 
Hace un par de meses, Rosalba se adhirió al Comité de “Los otros desaparecidos”. Ella salió a las búsquedas. Excavó con sus propias manos las tierras donde estaba sepultado clandestinamente su hermano. 
Ha encontrado decenas de huesos de otras personas desaparecidas. Hace poco la Procuraduría General de la República (PGR) le informó que algunos de esos restos pertenecían a Carlos, su hermano. 
El dolor fue inmenso pero a la vez sintió alivio. Supo entonces que tendría la oportunidad, junto con su familia, de darle una sepultura digna a su familiar. Podría despedirlo como suele hacerse en éste país.         
Los restos fueron velados en la casa de los papás de Carlos, pero solo estaba su mamá. Ella murió hace algunos meses sabiendo que su hijo estaba desaparecido. No pudo despedirlo y él tampoco a ella. 
Don Cecilio Sánchez si vio los restos de su hijo. Pasó la última noche con él en su casa, una humilde vivienda con paredes de tabique pero techo de lámina.
La sala de aquel hogar fue acondicionada para velar los restos. Solo estuvo la familia de Carlos. Eran 20 personas a lo mucho que lloraron toda esa noche frente al ataúd donde estaba la osamenta.  
Por la mañana del 06 de febrero llegaron cerca de 20 personas más. Era la gente del comité que, pudo dar a Carlos la oportunidad de ser despedido dignamente en un funeral. Todos llevaban playeras en color negro con la leyenda: “Hijo, mientras no te entierre, te seguiré buscando”. 
En aquella vivienda los familiares lloraban en silencio. El cuarto de velación estaba rodeado de cuadros con la imagen de Jesús, al momento de ser crucificado. Al centro estaba el féretro, rodeado de flores blancas.       
Sobre la cabecera del ataúd había una cruz plateada y, atrás un manto negro. La gente se colocó en círculo entre la caja y las rústicas paredes. Algunas cortinas de manta cubrían los dos cuartos adjuntos a la sala.
De frente al féretro lloraba un niño. Era Roberto, el hijo mediano de Carlos. Evidentemente, el más dolido de la familia. Su hermano de tres años de edad parecía no saber que se velaban los restos de su padre. El mayor de los hermanos, de 15 años, casi no se dejó ver en ese cuarto.
Roberto está rapado. Su piel es morena y las vestimentas hacían más evidente la carencia económica de su familia. Usaba una sudadera negra con un gorro colgando hacia su espalda.  La sudadera le quedaba grande, casi llegaba hasta sus rodillas. 
Llevaba puesto además un pantalón color beige. Sus ropas estaban sucias al igual que los tenis negros con franja roja y sin agujetas, que llevaba para cubrir sus pies. 
Permaneció agachado frente a los restos de su padre. Solo por instantes levantaba el rostro para ver el ataúd, y enseguida volvía a inclinarlo, como si buscara ocultar sus lágrimas.
Una de sus tías lo abrazaba fuerte cuando llegó el padre católico que haría un rezo en ese sitio. El cura se unió al abrazo para dar las condolencias a Roberto que, en ese instante dejó ver con más claridad su rostro. 
Se veía sucio, cansado. Dos manchas cruzaban desde los ojos hasta la barbilla, justo por donde escurrían las lagrimas, como formando un camino. Roberto tenía un semblante de tristeza, dolor y coraje. 
Su mirada era pesada y a la vez tierna. Parecía que buscaba consuelo en sí mismo cuando apretaba su quijada y cerraba con fuerza los ojos, pero enseguida volvía al semblante rudo. Secaba su nariz con la sudadera a cada instante. También desaparecía sus lágrimas frotando la palma de sus manos en las mejillas. A veces tallaba sus ojos para no llorar más, pero las lágrimas seguían saliendo. 
El sacerdote inició el rezo, secundado por los deudos y miembros del Comité de familiares de desaparecidos. Aquel padre llevaba una sotana blanca con cruz morada. En la espalda una paloma blanca, símbolo de paz. 
Misa de cuerpo presente y el entierro… 
Después de 20 minutos, el ataúd fue trasladado en una Urvan a la capilla de La Virgen María, ubicada a dos cuadras de la casa de don Cesclio. Ahí le ofrecieron una misa de cuerpo presente. 
Aquella colorida capilla se ubica en la colonia Pedregal de Teloloapan, a unos metros de la carretera que conduce al municipio de Apaxtla. La fachada es verde y el portón tiene forma de arco. Alrededor, la tiene un acabado de ladrillos en color rojo y blanco, dando un toque colonial. 
La cruz sobre la capilla está hecha a base de tubos. Es bastante sencilla. Por dentro tiene paredes en color anaranjado y pisos de azulejo. Al fondo está el atrio está el altar con imágenes de la virgen. Al costado hay todavía un árbol de navidad y el arreglo de un nacimiento, signos de la navidad. Del techo cuelgan flores artificiales hechas con cintas de plástico de color verde, blanco y rojo, sostenidas con tiras de popotes.  
El féretro fue colocado frente al altar, delante de las bancas de madera donde se sentaron los asistentes. La pequeña capilla casi se llenó con la asistencia de unas 40 personas. 
Todos coreaban: “Caminarée, en presencia del señor. Caminarée, en presencia del señor”. Luego, el padre inició la misa. Todos se persignaron. 
En su mensaje, el padre dijo entender la impotencia que sentía la familia al tener que despedir a Carlos, sin poder hacer nada. Exclamó que la partida de Carlos está llena de dolor, resignación y enojo, por la impotencia e injusticia que se ha cometido donde, ni siquiera hay culpables.
“Sin embargo, ante el dolor y el sufrimiento que puede embargar a los hijos, los padres y los hermanos, han encontrado cierta confianza y tranquilidad de que han recuperado por lo menos el cuerpo, porque ahora podrán darle cristiana sepultura, podrán rezar, le podrán llorar, llevarlo al panteón, dejarle una flor  y decir aquí está mi padre, mi hermano, mi hijo”; expresó el padre en su intento por dar consuelo a los deudos. 
Señaló que ese momento se convertía además en esperanza para las familias del Comité de Familiares de Desaparecidos, quienes también buscan de alguna forma llegar a ese momento en que puedan sepultar dignamente a sus familiares. 
En ese momento muchos de los que llevaban la playera negra también soltaron el llanto. El sacerdote les pidió estar conscientes de que en algún momento también podían tener la experiencia de encontrar los restos de sus desaparecidos y, en condiciones similares, despedirlos.
Entre cánticos y rosarios la misa transcurrió por al menos 40 minutos. Luego seis hombres cargaron el ataúd y lo subieron a la camioneta que lo trasladaría hasta el panteón. Todos partieron en caravana hacia la colonia Mexicapan, donde está el panteón central de Teloloapan. 
Al llegar al lugar todos volvieron a caminaron entre tumbas, pero ahora legales, para buscar el sitio donde quedarían enterrados definitivamente los restos de Carlos. 
Ya estaba el hueco entre la tierra listo para recibir la caja fúnebre que jamás se abrió. Nadie vio los huesos que en vida sostenían la corpulencia de Carlos. 
Todos se colocaron alrededor y, un familiar ofreció unas palabras. “Veo en unas playeras un mensaje que dice: Te buscaré hasta encontrarte”; dijo. 
Y agregó: “sabemos que las personas que portan esas playeras también han perdido a un ser querido, un familiar, y que esa es su misión, su dedicación, seguir buscando a uno de sus familiares. Hoy, la familia Sánchez Fernández buscó hasta encontrar a su ser querido, gracias a esas fuerzas, a esa voluntad que cada uno de ellos ha tenido para buscar a su hermano, a su padre o a su esposo”. 
El que hablaba deseó a las familias de otros desaparecidos que pudieran encontrar la resignación que en esos momentos empezaba a sentir la familia de Carlos. “Hoy se cumple la máxima (cristiana) que dice: polvo eres, y en polvo te convertirás”, celebró aquel hombre. 
Luego cuatro hombres cargaron el ataúd con dos largos alambres. Lo llevaron hasta el hueco en la tierra y poco a poco hundieron el féretro con los restos de Carlos. 
Una de sus hermanas soltó un grito de dolor mientras Rosalba que también lloraba desconsoladamente, lamentó en voz alta haber encontrado muerto a Carlos. “Dije que te encontraría y te encontré, ¡pero para qué!”; reprochó. Don Cecilio miraba con tristeza como introducían en la tierra a su hijo, convertido en huesos. Roberto se acercó y lloró entre la tierra con la que sepultarían a su padre. Otra mujer cargó al hijo más pequeño de Carlos y le pidió lanzar un par de flores a la tumba. El pequeño, sonriente, obedeció. 
La mujer que más lloraba también se acercó y lanzó tierra al ataúd. Tuvo que ser retirada por dos hombres que buscaban consolarla. Parecía que aquella mujer desmayaría pero jamás desvaneció, resistió el dolor.  
En cuestión de minutos el ataúd estaba cubierto de tierra y, todos empezaron a retirarse. La familia fue la última en salir de aquel panteón donde finalmente podrán visitar los restos de Carlos, cada vez que quieran o lo necesiten. (API).

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