viernes, 26 de junio de 2015

COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista


BAÑOS
El pueblo no era muy grande. Habría unas treinta familias cuando mucho. Pero el pleito era fuerte porque del otro poblado se oponían: “¡Son muy poquitos… Para qué quieren Comisaría?”, decían en Pueblo Hidalgo a los de Potrerillo Cuapinole, municipio de San Luis Acatlán.

“Es que ustedes tienen todo, y hasta tenemos que ir a Pueblo Hidalgo a enterrar a nuestros muertos, porque aquí en Potrerillo no hay comisaría y ni panteón tenemos”.
“Mi papá era uno de los que andaban luchando por la comisaría”, dice don Evaristo Francisco Galeana, quien el 28 de octubre de 2015 cumplirá sus primeros 87 años de edad. 
Lleva puesta esta mañana del 25 de junio de 2015 un pantalón de pana color mostaza, encima de la playera una camisa a cuadros y un suéter negro, una gorra de beisbolista también negra y vieja, raída; calza unos guaraches de tapa que deben tener por lo menos unos cinco años de uso. ¡Pura suela Goodyear Oxo… Radial, compadre!, y las tapas ya se ven hasta lisitas de lo prieto que están.
-¿Y en Potrerillo Cuapinole, no había médicos?
“¿Qué médicos va a haber?”, responde con coraje, y agrega: “Ni médicos ni enfermeras. Ni el obispo iba nunca para allá. A veces, en las fiestas patronales iba un cura y hacía unas dos o tres misas y se iba. No teníamos nada. Todo estaba en Pueblo Hidalgo, pero ellos no querían que tuviéramos comisaría. Decían que éramos muy poquitos, pegados con Potrerillo del Rincón”.
-¿Y qué pasó?
“Que mi tío Hermenegildo, hermano de mi mamá, al ver el pleito y que yo que tenía unos 18 años me dijo: Vámonos para Chilpancingo, y me trajo a la capital del estado”.
-¿El tío, hermano de su mamá se llamaba Hermenegildo Galeana, como el héroe de Técpan?
“Ándele. Así mero: Hermenegildo Galeana. Me vine porque mi mamá, Tranquilina Galeana de la Cruz falleció, dicen que de hemorragia, ya ve la ignorancia. Ya tenía mucho tiempo enferma y murió. Nosotros éramos tres hermanos, uno murió, eran Roberto y Federico. Mi papá se llamó Casildo Francisco Moreno y se volvió a casar y tuvo otro hijo que es mi medio hermano”.
-¿Y al llegar a Chilpancingo, qué pasó, dónde se hospedó, dónde vivió?
“Me puse a trabajar en unos baños que estaban aquí en el centro, en la calle de República de El Salvador con la profesora María López Díaz, quien trabajaba en la Agraria, y era diputada por Iguala y tenía un hermano, Juan, que era soldado retirado. Eso ya fue en 1949 cuando dejamos los baños porque donde los tenía era una casa alquilada y compró una propiedad en la calle de Madero, que ahí fue donde me pasé más de cuarenta años trabajando.
En ese entonces compró esa casa que era de teja. El agua para los baños públicos la calentaba yo con un tambo, hasta después que compró la bomba y solamente eran cuatro regaderas”.
-Así que cuarenta años trabajando en los baños… y, al final, ¿qué le dio la dueña de los baños? 
“Nada. De dinero no me dio nada. La gente, los clientes de los baños, los vecinos me decían que yo le peleara la casa, porque pude haberme quedado con la casa de los baños, pero, no. Como soy indígena y ella política, ella tenía fuerza. Y en todo caso, si le hubiera metido pleito, el beneficiado iba a ser el licenciado que llevara el caso y no yo. Ya ve cómo son los licenciados”. 
-¿Y entonces, qué pasó?
“Ella, la diputada me dio un terrenito de diez metros de frente por diecisiete de fondo en la colonia Margarita Viguri, y ahí es donde vive mi familia”.
-Así que usted se casó.
“Sí, y tengo varios hijos, uno de ellos estudiaba para arquitecto pero no terminó. Mero cuando le faltaba un año, se juntó con unos amigos y se fue para Estados Unidos. Por allá anduvo como diez años y cuando regresó ya hablaba inglés y consiguió un trabajo. Ahora es maestro de inglés, da clases.
“Mi otro hijo, es sacerdote. El está a cargo de una parroquia en el estado de Morelos. Cuando se ordenó sacerdote fuimos, nos invitó y fue también el padre Neftalí Bello, que era de Mochitlán y gran amigo de mi hijo. Ese padre lo ayudó mucho para que fuera sacerdote. Mi mujer es de Atliaca, de allá fueron sus padres pero vivieron en Zumpango. Sus padres tejían tanates, de eso vivían”. Su hijo mayor se llama Jorge, le seguía Fidel, quien murió y su hijo menor es Domingo. También tuvo dos hijas: Cristina, que es enfermera y Teresita, quien se inclinó por la carrera artística donde ha tenido mucho éxito.
Su esposa es Ana. Don Evaristo Francisco Galeana se disculpó despidiéndose porque se le hacía tarde, tenía que llegar a su club de la tercera edad donde diariamente se reúne con otras personas y realizan actividades diversas para aprender y divertirse, inclusive viajan a otros estados. 
Lo vimos alejarse, caminando con paso firme y seguro frente a la entrada de la catedral, en el centro de la ciudad. 
A pesar de no haberse rasurado hace días y por lo cual denota lo lampiño, no asoma por ningún lado que lleve sobre los hombros 86 años de vida y varias historias, las de un hombre que vino de la hermosa región de la montaña de Guerrero, traído por don Hermenegildo Galeana, su tío, para enfrentar su destino y hacer en Chilpancingo su vida, fructífera, bien cimentada en su esfuerzo laboral, en sus hijos y en sus propias vivencias.
Pende de su hombro una cinta gris en cuyo extremo va colgada una pequeña bolsa como de plástico, hecha del mismo color, con el logotipo del club deportivo “Pumas”, de la Universidad Nacional Autónoma de México. Cuánta razón y lógica hay en ello, de lo cual es posible que don Evaristo Francisco Galeana no se haya dado cuenta, pero sí es muy importante recordar, en este caso específico, el lema de la UNAM: “Por mi raza, hablará el espíritu”.
Los Baños públicos en Chilpancingo (“con agua caliente”) estuvieron en boga entre 1950 y 1970, más o menos, aunque siempre han sido una necesidad en poblaciones pequeñas. En esa época nuestra ciudad lo era. 
Había varios establecimientos, uno de ellos el de la profesora María López Díaz, donde trabajó don Evaristo, en la calle Madero. Otro, propiedad de don Pedro García se localizó primero en la calle de Justo Sierra, entre República de El Salvador y calle Ayuntamiento, casi en la esquina con esta calle, que tiempo después se ubicó en la calle Quintana Roo (la calle “de las flores”), pasando el Huacapa, a la derecha, rumbo a la carretera nacional, y otro más en la calle Altamirano, casi donde estuvo la farmacia París, de Yamel Padua.

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