lunes, 24 de agosto de 2015

COLUMNA

Cosmos

Héctor  Contreras Organista

 Venancio Hernández Dircio
-Benito Hernández-
 ¡Honor a quien Honor merece!
 Es la frase que intenta convertirse en monumento para honrar la memoria de un artista guerrerense que se abrió paso hacia el éxito con muchas dificultades, hasta ubicarse con legítimo orgullo en el sitio de los consagrados, en el corazón pueblo, caminando en ese difícil y complicado mundo de la comunicación y del arte.


 Aunque el final de la existencia del batallador guerrerense nos muestra que llegó a su fin en la trinchera del quehacer cotidiano, al morir trágicamente al lado de su esposa María Magdalena Martínez Ríos y de la pequeña hijita de ambos, al regresar de Zumpango del Río a Chilpancingo, y al llegar a la curva del Cristo se incendió su camioneta, dejó Venancio un legado de voluntad en su lucha popular, por medio de canciones y poesía de protesta que cimbra el corazón del pueblo, por la vehemencia de su interpretación.
Venancio Hernández Dircio nació en la ciudad de Tixtla, Guerrero, en 1941, en una modesta vivienda de la calle Morelos, adyacente al famoso Santuario de la Virgen de la Natividad. Fueron sus padres don Máximino Hernández Campos y la señora Otilia Dircio de Hernández, dedicados a la agricultura. Tuvo dos hermanos, Clemente y Agustín. De su primer matrimonio con la señora Petra nacieron tres hijas que se fueron a radicar a la ciudad de México.
Desde su época de estudiante y habiendo nacido en la misma cuna de Guerrero y Altamirano, Venancio traía en la sangre voces de inconformidad y protesta que pronto habría de expresar en un periódico estudiantil de la Escuela Secundaria 1 de Chilpancingo, publicación dirigida por Florencio Salazar Adame.
Muy joven aprendió a tocar la guitarra y su voz se prestaba a cantar con los amigos en las serenatas del pueblo. Siempre bajo el signo de lucha fue buscando espacios, abriéndose camino en el intrincado mundo del arte. Fue en la estación de radio XEKJ, de Acapulco, donde habría de dar a conocer sus primeras canciones como intérprete, habiendo sido sus padrinos los locutores Ramón Ortega y Rafael Rodríguez de Lara.
Al inaugurarse en diciembre de 1962 la estación de radio XEPI, La Voz de Guerrero de Tixtla, el concesionario de la emisora, don Andrés Peyrón le permitió salir al aire con algunas canciones. Dada su calidad artística y perseverancia, pronto alcanzó a tener su propio programa donde una de las melodías que más le solicitaba el auditorio era “Martha”, que interpretaba con mucho sentimiento.
Fue en esa época que conoció a un compositor radicado en el puerto de Acapulco, de apellido Salas, propietario de una tienda de Abarrote, en la colonia Progreso. Hasta allá se trasladó Venancio para conseguir le permitiera cantar algunas de sus canciones.
Su estilo romántico y sentimiento se unieron para hacer toda una creación de “Un Corazón de Acero” y “Una Eternidad”, boleros que pronto se convirtieron en éxito y fueron interpretados por todos los tríos y cantantes del rumbo en “los gallos” que se ofrecían al pie de los balcones de las muchachas surianas, quienes pidieron que esas canciones fueran grabadas, cosa que sucedió en una marca modesta de una casa grabadora de la ciudad de México, pero que se vendió, como dicen en el pueblo, “como pan caliente”.
Su gran iniciativa y facilidades histriónicas lo llevaron al Distrito Federal donde buscó nuevos retos para enfrentar y darle vida a las inquietudes que traía consigo. 
De esta manera logró que la compañía RCA Víctor le grabara un primer LP, con lo que comenzaría una nueva etapa productiva de la disquera, al colocar su nueva marca CAMDEM en la que Venancio Hernández habría de ser bautizado con un nuevo nombre artístico: “Benito Hernández”, sin duda para desterrar el peninsular y muy popular Venancio, que no acoplaba con sus interpretaciones a la poesía vernácula,  con formas de expresión y vestimenta indígena de cotón azul y calzón de manta y ¿con nombre  gachupín, alpargata, boina y cigarro puro? Pues no. ¡Y se llamó Benito!
A partir de ahí, con mucho orgullo en sus presentaciones artísticas en teatro y televisión, usa la forma de vestir de nuestro querido pueblo  indígena: cotón y calzón, sombrero de palma, huaraches, sarape  y morral de ixtle. 
La portada del disco grabado por RCA lo dice todo. Es retratado en las afueras de una típica casa tixtleca, hecha de palma y adobes, de esas de las que se habla en Los Papaquis, en tanto que en el pórtico de la misma se observa a una mujer indígena con un niño en brazos, y Benito de pie, al lado de un tecorral, en una pose que lo habría de distinguir siempre: la mirada intensa hacia arriba y apretando los bordes del sombrero de palma con fuerza de esperanza, coraje y reto.
No le fue suficiente interpretar La Chacha Micaila, de Antonio Guzmán Aguilera, ni el Remigio del ilustre poeta ometepequense Juan García Jiménez, ni ninguno de los otros siete poemas que el disco incluye. Benito, Venancio, nuestro paisano quería más, no sólo por mostrar las facilidades de su buen decir para exaltar el poema vernáculo, sino que había algo más profundo que necesitaba expresar.
Es así como logra un segundo LP, con un poema que le abriría las puertas ante la opinión pública latinoamericana: Cinco Centavitos, que es, de hecho, su plataforma de despegue para culminar en franca protesta social cuando en un tercer Long Play dedica su obra A la Opinión Pública, y en particular a los periodistas, con temas que ponen al descubierto una voz que le estaba haciendo falta al pueblo. 
De esa forma se conocen versos y cantares de Benito Hernández en crítica social, como Los Banqueros, La Caballada, Pueblo en Marcha, La Entrevista, La Inflación, La Nacionalización, Recuerdos del Papa, La Desmoralización, El Recién casado, El Ejidatario y La Concientización.
Al respecto, su esposa, Magdalena Martínez Ríos, inquieta periodista  y luchadora social con singulares miras de futuro y a quien se debe la creación de la “Escuela Héroes de Guerrero”, de la ciudad de Chilpancingo, donde comenzó dando clases a otros niños de su edad cuando era una pequeñita, a la sombra de un árbol, mientras algunos de sus alumnos se sentaban en pequeños e incómodos bancos de madera y otros entre las piedras o a ras del piso, escribiría la presentación del disco bajo los siguientes términos:
“Benito Hernández es el artista del pueblo, que interpreta fielmente sus inquietudes y aspiraciones. Su trayectoria como líder campesino, universitario, normalista y de colonos demuestra su pasión por las clases marginadas, a quienes ha entregado lo mejor de su vida. 
“Hoy como ayer levanta la voz por los que no lo hacen, planteando con honestidad la realidad política de nuestro país. Su censura no es en sí hacia las instituciones u organismos políticos, sino a los hombres que han traicionado a sus propios partidos y al interés popular.
“En estos términos interpretamos la calidad artística de Benito Hernández, cuyo criterio político y nivel cultural queda de manifiesto por su mensaje nacionalista”.
En la percepción profunda del mensaje hay un hecho contundente. Magdalena, su esposa, al anotar las virtudes y luchas del artista, lo redacta como si ella misma se describiera, porque también fue así: conducta, principios y metas a la par. Nadie, entre quienes los conocimos, dudamos que nacieron uno para el otro. Fueron pareja férrea, con el mismo esfuerzo y los mismos propósitos en el frente que buscaron y encontraron…aun para marchar juntos al más allá.
Ambos se fueron así para siempre, en el mismo instante, llevándose uno de sus bellos ángeles con ellos. Los otros siguen aquí, batallando y nosotros viendo la extensión dinámica de ellos.
Venancio, usando la versatilidad de Benito, y Benito, invocando la reciedumbre del espíritu indígena de Venancio, nos dio muestra de su arte y su romanticismo, pero también de su pasión por México y su angustiosa problemática social. 
Rubricaría su quehacer con la manifestación de su sentir guerrerense y del dolor del mexicano en cada una de sus grabaciones. 
Jamás olvidaremos que cuando empezó a cantar lo hizo con “Un Corazón de Acero” y concluiría partiendo hacia “Una Eternidad”. 
Por todo ello, y por lo mucho que falta de escribirse, exaltando las virtudes de tan ilustre y batallador artista, quede plasmado el sentir sincero, con respeto y admiración para otro tixtleco ilustre, destacado, humilde y ejemplar: Venancio Hernández Dircio.
“Hay viene Benito, y viene cantando, con su guitarra en la mano, canciones de amores, canciones de amores, hay vine Benito Hernández…
 Nació entre las huertas de los lindos barrios, que hay en mi Tixtla, Guerrero.
Y ahí entre su gente cantó como nadie, con su cariño sincero”.

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