martes, 1 de diciembre de 2015

COLUMNA

De maestros a maistros

Apolinar Castrejón Marino

Un joven llamado Héctor, decidió poner fin a sus tribulaciones, y se dirigió a casa de un sabio para que lo ayudara a superar sus problemas de personalidad.
Maestro vengo a verlo, porque me siento muy poca cosa, y la gente no me respeta ¿Cómo puedo mejorar esto?

El maestro ni siquiera volteó a mirarlo, y le dijo:
¡Cuánto siento no poder ayudarte, pero debo resolver primero mis propios problemas! Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría ayudarte después.
Encantado, maestro. Respondió el joven.
El maestro se quitó un anillo que tenía en un dedo de la mano, se lo dio y le dijo.
Toma el caballo que está allí afuera y ve el mercado a vender este anillo. Debo pagar una deuda y es necesario que obtengas el mejor precio posible. No aceptes menos de una moneda de oro. 
El joven partió enseguida y cuando llegó al mercado, se apresuró a ofrecer el anillo. La gente lo miraba con curiosidad, pero cuando mencionaba que lo vendía por una moneda de oro, se reían, y le daban la vuelta. Al ver la necesidad del joven, alguien le ofreció una moneda de plata, y otro, un montón de monedas de cobre, pero el joven no aceptaba menos de una moneda de oro. Un viejito, con amabilidad le explicó que una moneda de oro era muy valiosa para un anillo. 
Abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó. ¡Cuánto hubiese deseado tener una moneda de oro para entregársela al maestro y así poder recibir su consejo y su ayuda! Con la pena, dijo al maestro.
Maestro no pude conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir 2 o 3 monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie del verdadero valor del anillo.
El maestro le dirigió una sonrisa, al tiempo que le contestaba.
¡Qué importante es lo que acabas de decir! Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero y pregúntale cuánto daría por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
Muchacho, dile al maestro que si lo quiere vender, puedo darle 58 monedas de oro.
 ¿58 monedas? -exclamó el joven-.
Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él 70 monedas, pero si la venta es urgente...
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. 
Tú eres una joya única y valiosa, como este anillo, y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
 Y volvió a ponerse el anillo en el dedo.
 A propósito de evaluación ¿Cómo va la de los maestros? Bueno, según los comunicados de prensa y televisión, más del 80 % han sido evaluados, y hasta los de Oaxaca se someterán al procedimiento en los próximos días.
 ¿Y cuál es la evaluación que hace la sociedad, de los maestros? Recordemos que antaño, la gente les tenía respeto y confianza. Los maestros eran tomados como modelo de honestidad, rectitud y lealtad. Eran impulsores de las buenas costumbres, el respeto y la tolerancia. Por eso les llamábamos MAESTROS.
 A su vez, la educación era el instrumento para combatir la ignorancia, el prejuicio y la superstición ¿Dónde quedaron esos nobles fines y propósitos? De la noche a la mañana, sin mediar ninguna explicación, y sin ninguna justificación, fueron elevados a la categoría de “licenciados” ¿Alguien podría explicarnos cuál es la diferencia entre un profesor de educación primaria, y un “licenciado en educación”?
 O más bien, deberían explicarles a ellos cual es la diferencia, porque trabajan en las mismas escuelas, con los mismos programas, y dan las mismas clases. Y también aplica para las educadoras, que fueron elevadas a la categoría de “licenciadas” ¿Qué habrá en su formación, que las distinga, y las haga mejores que las educadoras?
 De verdad quisiéramos que ostentaran ese título orgullo, pero que lo respaldaran con una cultura amplia y sólida, con buen juicio y criterio, y con eficiencia en sus labores. Terminaremos con una anécdota en una biblioteca, donde se refugian trabajadores de diferentes dependencias.
 Se encontraba reunido el personal, planeando el aniversario de la institución y en el punto de acuerdo de los invitados, empezaron a mencionarse nombres de ex trabajadores y ex directivos, y entonces le pidieron a la maestra “chabelita” que fuera tomando nota, para dirigirles una invitación, a lo cual accedió amablemente.
 En una de esas, un empleado “X”, se atrevió a ver la lista que estaba haciendo chabelita, y grande fue su sorpresa al ver los horrores gramaticales, y les dijo a los concurrentes. Oigan, vean la lista: González, sin acento y con “s”, igual que López; Hermelinda, sin “h”; Villa, con “b”.
 Todos vieron la lista, y pusieron cara de sorpresa, y entonces la chabelita dio la mejor explicación: “Es que en la normal de educadoras, no nos enseñaron eso” (la ortografía). 

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