miércoles, 20 de enero de 2016

COLUMNA

Girondinos y Jacobinos


Apolinar Castrejón Marino
Quizá usted esté positivamente convencido de que París es la capital de Francia y Chilpancingo es la capital del Estado de Guerrero, pero le diremos que no es así.

A los reyes Luis XIV, XV, y XVI les pareció más atractivo cambiar su residencia a la ciudad de Versalles, y desde luego, fueron seguidos por su corte, los artistas, bufones, y demás parásitos acostumbrados a vivir a expensas de los poderosos.
Del mismo modo que en la actualidad, el puerto de Acapulco funciona como capital del Estado de Guerrero, y no Chilpancingo. Le contamos:
Las reuniones de empresarios, las “cumbres” de políticos y las grandes ceremonias de premiación de artistas se realizan en Acapulco, no en Chilpancingo. Los artistas, los políticos y grandes personajes, compran mansiones en Acapulco, no en Chilpancingo.
Entonces, en los hechos, Versalles era la capital de Francia, del mismo modo que Acapulco es la capital económica de Guerrero. La corte de Versalles era la más elegante y suntuosa de Europa. Se llegó a llamar “versallesco” al mejor modo de vestir, de expresarse, y de saludar. 
Luis XVI era llamado “El Bien amado”, su Reyna María Antonieta de Austria era la encarnación de la belleza y la elegancia. Y la amante Madame de Pompadour, cerraba el círculo pasional con tal intensidad que el rey le mando a construir un exquisito castillo al que llamó el Pequeño Trianón.
Toda proporción guardada, en Acapulco se encuentran los mejores hoteles, salones de convenciones. Desde luego que los dueños son siempre extranjeros, quienes se embolsan exorbitantes cantidades de billetes, por la realización de tales “eventos”. No se crea que son los acapulqueños quienes ganan algo con el arribo de visitantes de la más alta calidad.
Pero en Francia, Luis XVI tuvo la fatalidad de colmar la paciencia de los franceses, al grado que le armaron tremenda revolución, que terminó por destronarlo, para luego “tronarle” el cuello en la guillotina. La cosa estuvo más o menos así:
Para sostener el lujo y la fastuosidad de la corte, y el divino estilo de vida de la nobleza, el pueblo francés era tremendamente explotado con impuestos, lo cual los empobreció y además formó un caldo de cultivo que propició el crecimiento de la inconformidad y odio a todo lo que se moviera dentro de los castillos.
La crisis nacional obligó al Rey a convocar a una asamblea a la que llamaron Estados Generales, que estaba formado por representantes de los “tres estados”: la nobleza, el clero y el pueblo. La fuerza del pueblo llegó a ser tan grande que sometió con su número a la nobleza y al clero, y llegaron a llamarlo el “Tercer Estado”. El Rey Luis XVI advirtió que esto era muy peligroso y trató de disolver por la fuerza la Asamblea Nacional.
Todo esto originó un ambiente de confrontación y se dispusieron a la lucha. Entonces sucedió que a la Reyna María Antonieta le tocó presenciar desde los balcones, una marcha contra el Rey, y preguntó a sus damas de compañía que qué pasaba o que querían.
Una doncella le dijo diligentemente que no tenían pan para comer. Y la Reyna contestó con la mayor candidez, que si no tenían pan, que comieran pastelillos. Este comentario empezó a circular entre el pueblo, acrecentando el odio hacia la nobleza, y el 14 de julio de 1789 las masas populares de París tomaron armas y tomaron por asalto La Bastilla, que era la prisión a donde enviaban a todos los opositores. 
La Revolución Francesa triunfó en poco tiempo, y se dedicaron destruir el absolutismo. Establecieron la separación de poderes, con un poder judicial independiente y una Asamblea Legislativa que funcionaba a base de comités populares que tenían la consigna de aniquilar a la nobleza.
Calculando que no podría vivir bajo las nuevas condiciones, Luis XVI pidió ayuda a los monarcas extranjeros. Cuando intentaba huir de Francia, fue capturado en Varennes. Se constituyó una Convención, para decidir la suerte del monarca, y se compuso de 2 bandos, los Girondinos que trataban de perdonar al rey y los Jacobinos que le querían “Dar cuello”. Los jacobinos se impusieron por amplia mayoría, y Luis XVI fue condenado a morir en la guillotina el 21 de enero de 1793. María Antonieta correría la misma suerte, y fue ejecutada el 16 de octubre.
Muchos años después, el verdugo que manejó la guillotina, de nombre Henri Sanson, escribió en sus memorias: “El rey afrontó toda aquella situación con una compostura y un temple que nos dejó atónitos a cuantos allí nos encontrábamos. Sigo convencido de que aquella firmeza suya la había extraído de los principios de la religión”. 
Dijo claramente: “Su Majestad subió al patíbulo y quiso acercarse a la orilla del entarimado como si pretendiera pronunciar un discurso. Los guardias lo detuvieron y le dijeron que eso no era posible. Entonces mientras era atado, exclamó con voz muy alta: “Pueblo de Francia, muero inocente”. Desearía que mi sangre sirviera para consolidar la felicidad de todos los franceses”. 

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