miércoles, 6 de enero de 2016

COLUMNA

La cosecha 
de monedas 

Apolinar Castrejón Marino
Fieles a la costumbre de colmar de buenos deseos el ambiente navideño y de fin de año, expresamos a nuestros familiares, amistades, compañeros, y compatriotas, nuestros mejores deseos para el próximo año. Que sea lleno de parabienes, de paz y armonía familiar, y de éxitos en lo profesional.

Estamos conscientes que estos, no pasan de ser una gota de agua vertida en el océano. En el momento corriente de nuestros hechos, la prosperidad y el éxito en la vida, dependen principalmente de que nos preparemos, adquiramos destrezas, y pongamos empeño en la profesión o trabajo que hayamos elegido.
Para el tema de hoy, y por no desperdiciar el tiempo en conceptos y adjetivos, vamos a contarles un pequeño relato de Jorge Bukay:
En torno al oasis escondido por un montículo de rocas, se formó la población de Mesenia, y ahí vivía el viejo Eliahú que se mantenía de satisfacer pequeñas necesidades de los viajeros: limpiaba los camellos, llenaba las cantimploras y les ofrecía algunas frutas secas.
Llegó un acaudalado mercader viajero llamado Hakim, que se sentó a descansar a la sombra, mientras  sus camellos tomaban agua y comían. Miró a Eliahú, que afanosamente cavaba en la arena, a pesar del calor.
Hakim se acercó y le dijo:
-La paz sea contigo, anciano.
-Y también contigo. Contestó Eliahú.
-Qué haces ahí, con esté calor?
-Estoy sembrando. Contestó el viejo.
-¿Y qué siembras?
-Dátiles. Respondió Eliahú.
-¡Dátiles! repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez.
-El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea, vamos a la tienda a beber una copa de licor.
-No. Debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos...
-Está bien, pero dime: ¿Cuántos años tienes?
-No estoy seguro, porque he olvidado cuando nací, pero han de ser como ochenta años, pero ¿eso que importa?
-Mira amigo, las palmeras de dátiles tardan más de 50 años en crecer y estar en condiciones de dar frutos. Yo no creo que vivas, para que puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. 
-Es cierto, pero yo comí los dátiles que otro sembró, y que sembró quizá sabiendo que él no comería sus frutos. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles. 
-Me has dado una gran lección. Déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que me has dado. Y puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.
-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú creías que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Y mira, todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
-Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy. Déjame que te pague con otra bolsa de monedas.
-Y a veces pasa esto, dijo el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas. Antes de terminar de sembrar ya coseche no solo una, sino dos veces.
-Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte.

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