martes, 5 de enero de 2016

PRIMERA PLANA

Memoria de Zihuatanejo 

Don Ramón Hernández 
Vera Ramón Corona  


Raúl Román Román.--¡Buenas Días! ¡Nextili! ¡Good Mourning! ¡Bion Giorno! Gütern Morguen! ¡Buon Jour!…Este día se abordará una raíz histórica de gran impacto comunitario e invaluablemente hermosa, tan bonita, que se estremecerán todas las fibras del corazón.

De entrada, fue Toño Urbina “El Marinero”, mi hermano del alma, quien escarba en el tiempo y recuerda el calibre de estas huellas de la vida… inmediatamente me manda el telegrama digital y acuerda con José Guadalupe Hernández la entrevista que abre esta vena de la historia regional, tan preciosa como inolvidable.
La cita fue a las 10:00 de la mañana, en el hotel “Conchita”, en el mero corazón del hermoso “lugar de mujeres”. Pepe, el hijo de nuestro protagonista, se encontraba en la calle, en espera, expectante y emocionado, su rostro denotaba un gran amor y respeto por su padre, cuya historia narró así…
“Mi padre se llamó Ramón Hernández Vera, y a pesar de que toda la gente pensaba que era de Petatlán, mi papá nació en San Felipe Torres Mochas Guanajuato, en la mera tierra del bajío mexicano.
En sus hermosos recuerdos de niño siempre evocaba a su madre, doña María Concepción Vera, también de Guanajuato, porque ella andaba a caballo, fumaba puro y sabía florear la reata, tanto así que ahí tenemos las fotos que nos muestran su afición… hasta que se cayó de un caballo y se fracturó una pierna… aquí la tuvimos hasta el momento en que falleció, siendo una excelente madre y mejor abuela.
A la vez, papá Ramón siempre añoró la belleza de su lugar de origen y, debido a la cercanía geográfica con Dolores, toda la vida fue amigo del gran compositor de México: José Alfredo Jiménez, quienes se profesaron una gran amistad desde niños y jóvenes… y de aquí se desprende una anécdota muy estimada por mi padre, pues una vez que don José Alfredo da a conocer ese portento de canción que es “Caminos de Guanajuato”, en una de las pláticas le comenta con una actitud un poquito subida de tono:
-¡Oye José! ¿Pero por qué en esta canción no mencionas a mi pueblo? ¿Por qué lo haces a un lado? Pues es igual de importante que todos.
Por lo que el mejor compositor mexicano se apenó y le contestó inmediatamente:
-¡A ver pues, vente… vamos arreglándola!
Y empezaron a trabajar sobre el tema y la inquietud de mi señor padre, que finalmente quedó plasmada en un disco donde José Alfredo se toma la foto con su traje de charro y teniendo atravesado entre el hombro y el pecho, su zarape… y fue la única versión adonde incluyó la siguiente estrofa:
“Pueblito de San Felipe,
que tiene mochas sus torres
que lindas son tus mujeres
cuando nos hablan de amores,
por eso en San Miguel Allende
tenemos muchos primores”.
¡Ay, corazón, como no te vas a emocionar así, con estas vivencias que mi padre traía en su mente y en sus sentimientos y, aunque no aparece en la versión oficial ni son tan conocido estos versos, finalmente ellos descansaron el alma, en nombre de su amistad tan preciosa.
En ese mismo tiempo también cultivó una gran amistad con aquel político que llegó a ser secretario de estado en el tiempo de Salinas, y también gobernador del estado guanajuatense por unos meses, conocido como Ramón Aguirre, con quien siempre establecieron comunicación.
A la vez y con la misma confianza, la relación fue perenne con aquel legendario cantante llamado Fernando Fernández, hermano del “Indio”, y siempre estaban al tanto uno del otro, y a mi papá le daba risa con sus canciones como las de Paquita la del Barrio, siempre desdeñosas, irreverentes y contra ellas… pero una vez que se ponía a trabajar y le comentábamos que iba a salir en la tele, inmediatamente afirmaba:
-¡Miren hijos, con Fernando nos conocemos bien y ahorita lo que importa es mi trabajo… si en la noche lo vuelven a pasar, lo veré, mientras a trabajar!
Dentro de los recuerdos tristes que ensombrecían la cara de mi padre, nos comentaba a sus hijos que ya un poco mayorcito su papá lo corrió de su casa, por lo que con pesadumbre y un poco de temor se tuvo que ir a Monterrey adonde desarrolló muchísimos oficios, pues fue bolero, mozo y anduvo consiguiendo trabajo aquí y allá… después y siguiendo a una hermana se vino para Acapulco adonde se puso a trabajar en el hotel “El Mirador”, ahí sobre La Quebrada, cuyo propietario era don Carlos Barnard, adonde entró como lava-platos pero también cultivó grandes amistades entre sus compañeros de trabajo, y bien bonito, pues las veces que volvimos con él a este lugar una de sus amigas conocida como La Güera, inmediatamente lo saludaba:
-¡Ramoncito! ¿Cómo estás?
Y lo abrazaba con cariño.
Así llegó el día en que se empleó en la Cervecería Corona, barriendo todas las bodegas y donde conoció y trató a don Nemesio Díez, el padre y dueño de la empresa nacional, que le dijo:
-¿Bueno “Chino” y no sabes manejar?
-¡Sí, don Nemesio!
-Entonces toma una camioneta y ponte a repartir cervezas en las tiendas.
Por lo que inmediatamente aceptó.
Así empezó a vender dentro de las rutas de Acapulco, que por 1945 eran muy cortas, hasta que pensó que si ya conocía la ruta de La Costa Grande se iba a aventurar a repartir su producto. Hizo del conocimiento a don Nemesio de sus planes y éste inmediatamente le dio luz verde para trabajar la ruta, siendo que la cerveza más vendida en el estado era la “Superior”.
¡Y vámooonooos! Pronto hizo sucesivos viajes cargando una camión lleno de cervezas “Corona”, pasando por Coyuca de Benítez, San Jerónimo, Atoyac, Tecpan, Petatlán y Zihuatanejo… ya sabrán… entre brechas llenas de tierra y lodo, sorteando los vados y corrientes de los ríos, tratando de evitar los derrumbes, teniendo atascamientos adonde a él le tocaba sacar a los autos más chicos y cuando se atascaba y se atoraba su camión, entonces los lugareños le ayudaban a desatorarla con una yunta de bueyes.
De esta forma pasó muchos años repartiendo y surtiendo la cerveza “Corona”, ensanchando y prestigiando el negocio y el producto, por lo que fue muy conocido en todas las poblaciones costeñas al grado que lo empezaron a conocer como Ramón “Corona”, en sus diversas facetas de comerciante.
En ésas estaba cuando un ama de casa tecpaneca le solicita sorpresivamente un favor:
-¡Oiga Ramón, estoy cansada de cocinar con leña y cada vez se pone más difícil el comal! Pero dicen que hay unas estufitas de petróleo que salen baratitas. De casualidad usted no me la podría traer.
A lo que mi papá contestó:
-¡Cómo no doña, se la traemos!
Al pasar unos días llegó mi padre con una estufa que tenía conectado al lado un recipiente para el petróleo y se la dejó a su clienta. Más adelante, la misma señora le pidió otra para la vecina y otra para la hermana, hasta que se fue haciendo una cadena de pedidos necesarios y entregas oportunas en toda la línea de distribución, de las cuales adquirió un nuevo prestigio, un innovador negocio y amistades al por mayor, pues las fue trayendo en el mismo camión destinado para el reparto de cerveza, aunque bajo su responsabilidad, riesgo e iniciativa… más que podía tener algo de malo, al contrario, trajo el beneficio directo para todas las amas de casa, que vieron reducidos sus esfuerzos al momento de cocinar las viandas para sus familias. Así distribuyó mi padre decenas de estufas que necesitaban del petróleo, que él mismo distribuía, o bien, llegaba a través de las barcazas que transportaban y comerciaban en las costas guerrerenses.
Entonces, a la vez que seguía repartiendo la cerveza también vendía las estufas, el equipo, las refacciones y el combustible a todas las mujeres que cocinaban.
De tal manera fue pasando el tiempo inexorablemente, con mi padre en su faceta de comerciante y, para completar sus ideas e iniciativas llegó el momento en que las estufas con petróleo cumplían su ciclo para dar paso a las nuevas estufas de gas, en la que don Ramón se convirtió en su más grande promotor, distribuidor y vendedor en los caminos costeños tan recorridos y sabidos, con este tipo de diálogo con la misma señora con que había iniciado esta línea comercial…
-¡Patrona! ¿Cómo está? Ahora le traigo una estufa nueva, que ya no usa petróleo.
-¡Entonces, como vamos a cocinar!
-¡Va a ser con gas… mírela!
Y mostrándola, la señora quedó maravillada y animada.
-¡Pero a ésta, cómo le hago, de dónde agarro el gas!
-¡Pues aquí también le traigo el tanquecito!
Y a darle a la vendimia… salieron pedidos tras pedidos y la gente le compraba todo el equipo de cocina, al grado que no sé si “le dieron aire” en la “Corona” o él renunció para iniciar su negocio ya en forma.
Entonces cambió el giro y se animó a poner una mueblería en Petatlán llamada “La Moderna”, adonde siempre puso todo su esfuerzo para trabajar y porque en ese tiempo, más o menos en 1955, era el centro comercial de toda la región pues ahí llegaban a comerciar de todas las poblaciones circunvecinas.
Ahora, además de vender estufas, gas y refacciones, trajo refrigeradores y las marcas propias del negocio, haciendo acuerdos y potenciando su comercio.
Ahí en Petatlán conoció a mi mamá, la señora María Haydee Maciel, ella era de la colonia Zapata, de aquí del puerto, y tenía 17 años de vida y de soltera cuando se enamoró de mi papá. De esta unión nacimos Ramón, Patricia, José Guadalupe y Jacobo, y a mí me puso así en recuerdo de un hermano que se había accidentado siendo muy joven.
Cuando fuimos creciendo recuerdo que siempre nos decía y con muchísimo sentimiento afirmaba:
-¡El hombre debe de saber poquito de todo, entrarle a la mecánica, a la electricidad, a la plomería, a amarrar los cables! ustedes son privilegiados, tienen todo… a veces, por su forma de ser ya los hubiera mandado por allá lejos, a mí mi padre me corrió y nunca volví a saber de él! ¡Y para poder mandar hay que saber hacer las cosas! – nos decía un poquito alterado.
Pero siempre siempre fue excelente padre y mejor amigo, gran compañero y un hombre muy trabajador y visionario.
Por eso siempre fueron sus amigos los soldadores, los mecánicos de motores y de cocinas, electricistas, plomeros… de todos los oficios.
De manera especial, siempre recordaba su amistad y sus andanzas parranderas con “Cheque Cisneros”, el compositor petatleco más connotado por su canción “Cerca del mar”, y con el que pasó muchas peripecias y convivios.
Y aunque dejó el negocio de la cerveza, hizo amistad con todos los gerentes de la región, que al saber su historia le dispensaban su amistad; así se llevaba muy bien con don Luis Pérez Grovas, con los señores Gutiérrez y Sandoval, fue muy amigo del señor De la Barrera el del restaurant “El Pueblito” y, aunque mi padre nació el 26 de agosto de 1925 su aniversario siempre se lo festejaba el 30, día de San Ramón, entonces traía mariachis, mandaba a hacer su comida y se echaba unas cervezas.
Y aquí cabe esta anécdota que viene a colación, pues años después y en una ocasión en que mi padre y yo pasamos a comer unos tacos por una de las calles principales de Tecpan, mientras la señorita nos servía los alimentos, en el fondo de la casa se encontraba una señora sentada en una mecedora…
Y una vez que escuchó la voz, como pudo se fue acercando a las mesas para preguntarle:
-¿Oiga, cómo se llama usted?
-¡Ramón Hernández!
-¡De casualidad, no eres “Ramón Corona”?
-¡Síii!
Y reconociéndose como amigos se abrazaron con sincera estimación.
Para ese tiempo, sobre la década de los 60´s, varias personas de Petatlán, entre ellas mi papá, tuvieron la visión de venirse a radicar a Zihuatanejo, pues empezaba a planearse este destino turístico que contemplaba el aeropuerto y la construcción de Ixtapa… y ahí se viene con toda la familia.
Así es como compra este terrenito, en el mero centro de Zihuatanejo, que lógicamente pues no estaba así como ahora. Aquí era una terminal adonde se guardaban los autobuses de la Estrella de Oro que estaban de turno para salir, tanto así, que una vez que mi hermana se animó a pintar el hotel, en la recámara No. 2 encontró fondeado la leyenda y el letrero de la empresa auto-transportista.
Entonces, mi padre se relaciona con don Javier Alcaraz padre, quien era el distribuidor mayoritario del “Gas Mundial” desde la ciudad de México, y se anima a poner una distribuidora en Zihuatanejo, misma que alcanzaba a surtir desde Papanoa hasta cerca de Lázaro Cárdenas, por lo que mi papá tiene que ir a registrar su empresa a la capital mexicana en la Asociación de Gaseras y, ante la premura y la solicitud de ponerle un nombre a su negocio para el registro, decide en el momento llamarlo “Flama Gas de Petatlán”, lo que tiempo después le valió una plática amistosa con don Ricardo de León, que era el dueño de Flama Gas de México, que le permitió desinteresadamente usar el nombre por su excelente relación amistosa que se profesaban.
A su regreso hace las gestiones y las negociaciones pertinentes y establece su gasera en lo que hoy es la parte de atrás de los pollos Bakity, de donde empieza la distribución al menudeo de este elemental servicio doméstico, poniendo ritmos de trabajo de gran intensidad pues durante el día y parte de la noche tendría que atender su empresa gasera.
Y a propósito, siempre hizo negocios para comprar sus camionetas que tenían que ser Chevrolet invariablemente, con don Raúl Dorian, de México, porque hasta allá íbamos por sus vehículos para el trabajo.
En estas actividades pasó una y mil peripecias, pues en el temblor del 85 la carretera se rompió, o también, uno o dos puentes quedaron cuarteados, por lo que no se permitía el paso de vehículos y entonces todo lo que se traía para refaccionar a la población se escaseó, por lo que papá Ramón inmediatamente dispuso que las pipas, que venían desde San Juan Ixcuhatepec en el Estado de México, llegaran hasta donde pudieran y de ahí esperar con otras pipas al otro lado de la carretera o del río, y con mangueras de hasta 150 metros para pasar el producto de una pipa a otra, que fue una labor muy agotadora pero necesaria, lo cual mi papá cumplió a cabalidad.
¡Qué orgullosos nos sentimos sus hijos al saber todo el esfuerzo de mi padre por mantener su negocio y darle este servicio a la sociedad a la que se debía! sin una falsa modestia, pues nosotros participábamos, le escuchábamos y vimos todos sus esfuerzos, preocupaciones y esperanzas. ¡Todo un gran señor y trabajador hasta las cachas!
Sin embargo, el tiempo pasó y se vino la gran devaluación salinista del 88 que desgració a millones de mexicanos, entre lo que se fue el negocio de don Ramón… ¡ni modo!… ahí quedó parte de la historia.
Pero nunca se dio por vencido, en una de tantas visitas que hacía a la ciudad de México, se puso a ver unas estufas y a idear como reproducirlas en la costa, por lo que se desarrolló el siguiente suceso:
-¿Oiga, puedo ver estas estufas de parrilla?
-¡Claro que sí, pásele!
-¿Puedo sacar algunas medidas para adaptarlas a las cocinas?
-¡Sí, adelante!
Tomó su metro de cinta, hizo sus movimientos y cálculos, realizó las medidas y captó los modelos.
Con la idea ya redondeada y con gran determinación llegó a Zihuatanejo e imaginando mil formas de armar estufas de parrillas a la medida, diseñando las formas y llegando a construirlas a base de mucha imaginación y trabajo. Así empezó a instalar estufitas, estufotas y superestufisimas, a las fondas, en los mercados y restaurantes, con los hoteles y adonde quiera que sus clientes lo llamaran, fueron decenas de parrillas las que construyó y entregó, con la mirada agradecida de sus amigos, compañeras y cocineras, para bien de las viandas costeñas, eso sí, todas debían de ser con fierro calibre 30 para que aguantaran por años y años.
Traía quemadores hechos de aluminio, llevaba las muestras y mandaba a hacer sus refacciones con los obreros mexicanos. Siempre llevó una vida de trabajo, de innovación y progreso, de sana convivencia y amor por su familia… aquí tuvo a su madre hasta que falleció y a nosotros nos amó por siempre.
En una de tantas vivencias llegó su amigo el de la pozolería “El Gallo” y venía con él uno de los grandes cantores de Guerrero, por años: Darvelio Arredondo hacía su entrada triunfal al Hotel “Conchita”, e inmediatamente se abrazaron y mandaron a servir unas cervezas para recordar viejos tiempos, mi papá consiguió una guitarra y aquí se pasaron como 3 días, dándole y dándole a la cantada, sobre todo cuando Darvelio decía:
-¡A qué tu padre… como le gusta la fiesta, y está dale y dale que le cante a cada rato /// “Hace un mes que no baila el muñeco”///. ¡Ja, jaa, jaaa!
Al último le regaló muchísimos discos de su autoría sellando una amistad imperecedera y hermosa.
Qué días aquellos… bueno, el final ya lo saben sus familiares y amigos, mi padre falleció de cáncer y lo lamentamos mucho. ¡Fue un excelente hombre! Dejó una estela de amor y de trabajo, nos heredó sabiamente el ejemplo de su comportamiento y dignidad. ¡Para nosotros será inolvidable!”
Y la entrevista se cerró cuando Toño, Pepe y el escribiente comprendieron la entrega, el tesón de don Ramón Hernández Vera, conocido cariñosamente como “Ramón Corona”, que promovió un gran avance comunitario en la costa y supo leer el destino de su tiempo para facilitar el trabajo de las reinas de la casa.
Aquí dejamos esta historia que es una de las raíces más hermosas y románticas del pretérito de la Costa Grande de Guerrero, para orgullo de sus moradores. (sintesisdeguerrero.com.mx).  




Don Ramón Hernández Vera “Ramón Corona”.

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