lunes, 7 de marzo de 2016

ARTICULO

El Caballo Zapatista

(Fragmento)
 Eduardo Isaías Gómez Ozuna*
 Sonesito para cantar con mis amigos
Letra y música de Isaías Alanís
 Me dijo el general 
que en esto de la toreada
más vale tener amigos
que monedas de oro y plata
 Historia y literatura
¿Cuánto sabemos en realidad de ese ser tan familiar y a la vez tan mítico, como es el caballo? Desde tiempos inmemoriales, el corcel ha acompañado al hombre, tanto en el trabajo como en la guerra, la aventura, la juerga y las lides amorosas; de tal suerte que ha llegado a ser considerado como el animal más influyente en la historia de la humanidad. A lomo de caballo se han descubierto nuevas tierras y se han ganado grandes guerras.

La historia patria
A nuestros antepasados indios la desgracia les llegó a lomo de corcel. De manera similar a los antiguos griegos, pero en circunstancias muy distintas, también creyeron ver en el jinete y su montura a un solo ser, fuerte y poderoso, contra el cual era casi imposible luchar. 
“Y mandó Cortés a Pedro de Alvarado que todos los de a caballo se aparejasen para que aquellos criados de Moctezuma los viesen correr, y que llevasen pretales de cascabeles, y también Cortés cabalgó… Y a Pedro de Alvarado, que era su yegua alazana de gran carrera y revuelta, le dio el cargo de todos los de a caballo; todo lo cual se hizo delante de aquellos embajadores… y los gobernadores y todos los indios se espantaron de cosas tan nuevas para ellos, y todos lo mandaron pintar a sus pintores para que su señor Moctezuma lo viese”. Esto nos dice Bernal Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.
Como cité ya, para los antiguos griegos la figura de El Centauro tenía una connotación negativa, ruda, contraria a lo civilizado. Probablemente es esta percepción la que la sociedad porfiriana de la capital del país tenía de Villa y el puñado de norteños que, a caballo, llegaban raudos a trastocar el régimen imperante. Villa, El Centauro del Norte.
Centauros fueron todos ellos: Villistas, zapatistas, carrancistas y obregonistas, norteños y surianos por igual: Felipe Ángeles, Rodolfo Fierro, Pánfilo Nateras,  Pascual Orozco, Benjamín Argumedo, Genovevo de la O, Amador Acevedo, Benigno Abunde, Cliserio Alanís, Juan Andrew Almazán, Petronilo Campos, Ignacio Castañeda y Francisco Alarcón Sánchez, entre muchos otros.
 El libro y el autor
 Cierto día, en mi juventud, caminando en la estación del metro Zócalo, en la Ciudad de México, llamaron mi atención dos grandes fotografías que adornaban las paredes del andén: la primera de ellas se titulaba “Zapatistas desayunando en Sanborn´s”, y la otra “Zapatistas en el centro de la Ciudad de México”, ambas fechadas en diciembre de 1914. La segunda era especialmente ilustrativa y se marcó en mi mente con mayor nitidez: un enjuto campesino, curtido por el sol y el trabajo, seguramente originario del estado de Morelos, al lado de su también escuálido caballo, con la carabina asida al lomo del animal, como el centro de las miradas de los curiosos, que parecen pensar en ese momento “Este es un soldado zapatista y su caballo”. 
Es este caballo el que hizo la Revolución en el Sur del País, al que le escribe el tocayo Isaías Alanís; el caballo que montaron Emiliano y sus seguidores.
Alanís es poema y prosa; es verso, rima y copla; es literatura, es arte. En él descubro a Fuentes y a Rulfo; es la letra entrañable de un México milenario, cuya raíz más profunda se encuentra asida a una realidad cotidiana entre la vida y la muerte; es la voz del mexicano que no sabe si vive o muere, o deambula entre dos mundos, cuya única certeza es el profundo amor a la tierra que lo vio nacer y de la cual no quiere desprenderse o no se desprende nunca, y sigue habitándola después de muerto ¿Acaso no era por la tierra la lucha de Zapata?*Comentarios de Eduardo Isaias Gómez Ozuna, al libro “El caballo Zapatista”, de Isaias Alanis, en Atoyac de Álvarez.

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