COLUMNA

Fatalismo de los mexicanos 

Apolinar Castrejón Marino
 Es tiempo de vacaciones, sinónimo de viajes, de visitas y de descanso. Dicen que los viajes ilustran y algo hay de cierto, pero cuando algunas gentes de otros países visitan nuestro México, dicen que cuando saludan a un mexicano y le preguntan como está, casi siempre responde con aire de sufrimiento y tragedia: "Más o menos" regular, "ahí, pasándola" ¿Por qué nunca dice que está bien, sano, rico, ilusionado, feliz?

Algún psicólogo dijo que nuestros compatriotas son tan débiles por dentro, que necesitan simular fuerza y poder por fuera. Necesitan mostrase agresivos y machos. En su lenguaje utiliza con demasiada frecuencia interjecciones como: “órale”, “épale”, o “éjele”. Aunque esta terminación "le" es un pronombre neutro completamente vacío.
Y quizá tengan razón de ser pesimistas nuestros compatriotas. Nietzché (Nitsé) menciona una “Ley del Eterno Retorno” en su libro “Así habló Zaratustra”. Intrigado por la sabiduría del filósofo griego Heráclito que expresaba imperativamente “¡No te bañas dos veces en el mismo río!” para indicar que todo está en perpetuo movimiento, que nada permanece como lo conocemos. 
Entró en “shok” cuando conoció la teoría diabólica de otro filósofo (de Abdera) llamado Demócrito, quien se reía de la tesis de Heráclito, y aseguraba que los cambios que vemos solo son superficiales, y que la esencia de las cosas es inmutable, y en el paroxismo de la birla, aseguraba que nuestro cerebro es tan pequeño que no puede comprender la idea del devenir ni la evolución.
Demócrito ponía como ejemplo la idea de puerta, y les preguntaba a sus enemigos ¿Cuál es la puerta? ¿Ese hueco en la pared, o ese estructura de madera o metal que el constructor pone para cubrir el hueco? También decía que puede morir el hombre llamado Platón, o Sócrates, per “El Hombre” es inmortal, no desaparece, es indestructible.
La idea de Nietzché era eminentemente antropológica, pues aseguraba que el individuo (hombre o mujer) realiza bastantes cosas en la vida, en algunas triunfa y en otras fracasa, pero los avatares del destino hacen que en la madures o vejez regrese a la categoría desde la que partió. Un campesino puede llegar a obtener riquezas, pero al final retornará a ser campesino. Del mismo modo, un noble puede jugar y exponer su fortuna y perderla, pero a la menor oportunidad, puede recuperar sus riquezas.
En la ciudad de Chilpancingo, encontramos infinidad de casos de movilidad social y económica. Tomemos por caso el de los maestros. Como sabemos es una de las profesionales más lucrativas y cómodas, pues gozan de un salario seguro, tasado por encima de la media regional, y del producto “per cápita”. Gozan de sendos periodos vacacionales, y lo que es mejor, las autoridades no les exigen productividad.
Muchos “maestros” provienen de familias campesinas o comerciantes, e inclusive de mozos. Con mediano esfuerzo, cursan los estudios correspondientes y se convierten en educadores (profesores, licenciados y educadoras), y ya en “el servicio”, pueden conseguir “tiempo completo”, o doble plaza, o se hacen sindicalistas, y entonces multiplican sus percepciones. Algunas nada más con ser nalgonas.
Como sea. En algún momento, les da por invertir sus ganancias, y entonces, regularmente ponen algún “negocio” y se dejan llevar por la fascinación de algún giro comercial que conozcan: ponen un restaurante o una pozolería, o una tienda de “chácharas”, o una tienda de abarrotes. Y si revisáramos su historia personal encontraríamos que su familia se mantenía de vender comida o de un tendajón.
Y eso les provoca felicidad y comodidad. Tienen impregnada la sangre de los hábitos y costumbres de los oficios y actividades familiares. Entrevistamos a algunas personas y nos dijeron que el olor de la piel de los zapatos, o de las telas, o de la madera, o del barro, les despiertan recuerdos agradables. 

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