martes, 5 de abril de 2016

COLUMNA

Los valores en el siglo 21


Apolinar Castrejón Marino
Hoy le contaremos de un niño muy pobre, pero muy listo, que decidió timar a la gente con la mentira de que se podía comer una piedra.
Buscó una piedra de tamaño de una manzana y la lavó muy bien. Luego se presentó a una casa, donde tocó la puerta, y cuando salió la dueña, le dijo que tenía hambre, y que si le podía dar de comer. La señora lo miró un poco, y luego de percatarse de que no era un indigente, le dijo que no le daría de comer a un vago.

El bribón entonces le dijo que si no le daba de comer se tenía que comer su piedra. La mujer lo miró muy intrigada, y más se sorprendió al ver que sacaba de su bolsa una piedra. La mujer le dijo que nadie podía comerse una piedra, y entonces el bribón le dijo que el si podía hacerlo….si le daba alguna ayuda.
Con tal de ver semejante proeza, la mujer le dijo que qué necesitaba. Entonces el pillo le dijo que no se podía comer su piedra así sin algo atractivo, y que le podía dar algunas verduras. La ingenua mujer se fue a la cocina y trajo jitomate, cebolla y lechuga, que pensó harían atractiva la piedra.
No conforme con eso, el pillo le pidió un poco de sal, salsa, y pan. Ya que tuvo todo, lo acomodó en el plato que le dio la señora. Y se puso a comer alegremente, todo lo que rodeaba a la piedra. Estaba por terminar, cuando la mujer le exigió que se comiera la piedra. 
Entonces el chiquillo le dijo que estaba muy lleno y que no le cabría la piedra, además le dijo que no se la quería a cavar, pues el solo caldo que le había escurrido estaba muy delicioso. Agarró la piedra y se la guardó en el bolsillo. Salió de la casa, dejando a la pobre mujer muy confundida, sin saber que decirle.
El motivo de este cuentecito es para destacar la falsa la percepción de que en la actualidad se han perdido los valores en la sociedad, cuando en realidad, sólo se han transformado. En los antiguos códigos robar, asesinar y mentir era malo. En la actualidad, esas conductas han pasado a ser normales. Para efectos prácticos, algunos pecados bíblicos dejaron de ser graves, como “No mencionaras el nombre de tu Dios en vano”, y “Honrarás a tu padre y a tu madre”.
“No desearás a la mujer de tu prójimo”, amparaba la fidelidad y la integridad del matrimonio, pero los legisladores y juristas manejaron mañosamente los códigos para restar gravedad a la infidelidad y la violación.
El gobierno es quien más promueve malos hábitos como la pereza y la vagancia, el despilfarro y la tracalería. Promueve el clasismo, y con esto, ocasiona que los jóvenes se afrenten de su origen, de su tierra, y de sus padres.
La tolerancia del gobierno ha permitido que los arquetipos de culto a la personalidad, estilo, figura atlética y “salud”, proliferen en los “mass media” y en ellos vemos como natural que los hijos no estudien ni trabajen. También se considera normal que los jóvenes exijan dinero para el gimnasio, ropa deportiva, y aparatos de ejercicios. Y ahí tiene usted a los pobres padres muy preocupados porque no les pueden comprar todas esas cosas a su hijitos, muchas veces mayores de 25 años.
Otra exigencia recientemente adoptada por los jóvenes, es de los teléfonos celulares, argumentando que son indispensables. Pero un “cel” no tiene chiste sin internet, y ahí encontramos que ahí hay muchos sitios para comprar y vender cosas usadas. 
Tiempo atrás, era considerada una mala costumbre ir por ahí comprando y vendiendo cosas usadas o de mano en mano. La gente prefería comprar en las tiendas, y el gobierno patrocinaba campañas en que se veía que comprar en las tiendas era más seguro. 
La compra-venta de mano en mano se llamaba despectivamente “tracalería”; y ser “tracalero” era una mala cosa. El Facebook es fuente principal de chismes y rumores, cuando antes, ser “chismoso” era vergonzoso. Los niños y jóvenes que se pasan hurgando lo que aparece en las “redes sociales”, son algo tolerable y comprensible, pero que lo hagan hombres adultos, casado y con hijos, es por lo menos, patético. 
Lo más grave, es que diariamente vemos las sartas de mentiras que salen de la boca del Presidente de la República, con absoluta falta de vergüenza, creyendo que todos los mexicanos somos tontos. Entonces, desde aquí se extiende la mentira, y se considera normal que los gobernadores, presidentes municipales, diputetes y senadores, digan las más grandes mentiras a los ciudadanos.
Los titulares de todas las dependencias conservan tranquila su consciencia, sabiendo que el presidente es el primer mentiroso del país. Debería ser un delito la mentira en boca del presidente. Y cuando fuera castigado, y no dijera mentiras, los demás se cuidarían de decirlas. 

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