martes, 26 de abril de 2016

COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista 

 Canto al Laurel del Templo
   de Chilpancingo
  Lamberto Alarcón Catalán
  He vuelto a mi ciudad sólo por verte,
  por estar a tu sombra,
  por escuchar bajo tus verdes ramas 
  la charla de mi novia,
  mientras arriba de nosotros tiemblan  
  la seda de las alas de los pájaros,
  el cantar de la brisa, como un río
  de corriente lejana y rumorosa.
    He vuelto a la ciudad de mis ensueños
  porque siempre, a la hora
  en que vuelven  al alma los recuerdos,
  los nidos de tu fronda
  desde lejos me hablan de unas voces
  que llenaban de nuevo el pensamiento
  y cantaban de nuevo en la memoria.
  He vuelto a mi ciudad, porque mis ojos
salían de sus órbitas
anhelando siquiera adivinarte,
adivinar tu forma
y columpiarse en el vaivén del viento
que mece las hamacas de tus pájaros
al rumor cadencioso de tus hojas.
    Porque tú no has pensando en arrojarme
  jamás de tu memoria;
  porque eres fiel como el recuerdo mismo,
  por eso canto ahora,
  y en el yunque de plata de mi verso
  forjo el cantar que te diré mañana
  cuando venga a dormir bajo tu fronda.
    Por bueno te quisiera diminuto, 
  casi como una rosa;
  quisiera que cupieses en el hueco
  que mis manos te forman
  y llevarte conmigo por los rumbos
  abiertos de la vida, mientras tanto
  vuelvo a charlar de nuevo con mi novia.
 Pero ya que jamás he de lograrlo,
te pediré una cosa:
que cuando sola junto a ti pasare,
le digas en tu lengua rumorosa
que no olvide traerme cuando muera
a descansar bajo tu verde fronda,
para que pueda en la compacta sombra 
del sepulcro, saber cuándo amanece,
porque escuche la orquesta de tus pájaros.

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