ARTICULO

Héctor Astudillo Flores,
 política y demagogia

Efraín Flores Maldonado*
“Que una persona o grupo gobernante esté dispuesto a ceder el poder, después de haberlo obtenido en una elección democrática, sería un comportamiento inusual y jamás una opción racional”. Seymour Martin Lipset.
 En la primera década del siglo XX, el filósofo español José Ortega y Gasset público en la revista de Occidente y después en la colección “El Arquero” varios libros interesantes; uno de ellos fue titulado “Vieja y nueva política”, en cuyas entrañas ideológicas destilo como producto genuino de su
inteligencia, visionarias pinceladas mentales en las que afirmaba que en la política deberíamos cuidarnos de gobernantes cuyas cualidades estén caracterizadas por el “No”; no son perversos, no roban, no mienten, no agreden físicamente, no ofenden; cuidarnos de esos seres comunes y corrientes cuya cualidad fundamental es el “No hacer”, pero que social y políticamente el nada sirve para resolver los problemas de la sociedad. Seres que “en la tranquilidad de cualquier amanecer, son electos o designados representantes o gobernantes”. Digo lo anterior, porque en la vieja política mexicana, el político y gobernante clásico eran los demagogos; los que mintiendo atraían la simpatía popular, los que convertían las verdades en mentiras y las mentiras en verdades. Esos seres carismáticos que atrapaban la voluntad popular con promesas de oropel que  desde el poder, jamás cumplían. Entonces la política se convirtió en la mente popular como demagogia, cinismo, descaro público y desprecio a la esperanza de sus electores. En el fondo los demagogos se fueron dibujando como aspirantes y gobernantes incompetentes cuyo espacio de credibilidad y prestigio es cada día más pequeño. En una realidad social y económica distinta, el poder y la política están emplazados a resolver problemas concretos de la sociedad, a rendir cuentas a la población y a obrar de manera pública con dosis creciente de honestidad. Creo sinceramente que la ineficiencia y la corrupción son en estos momentos lo que está quebrantando las máscaras de los gobernantes demagogos. Hay un proceso real de concientización popular sobre los gobiernos y gobernantes que tenemos. De la cultura política parroquial y de súbdito a la que se refiere acertadamente Gaetano Mosca, nos encontramos en un proceso social de cultura política “participativa”. En esta última, el ciudadano apoya y critica al gobierno, cuando acierta y cuando falla. Está exigiendo honestidad, eficacia y franqueza en las palabras del Poder; claro que, como decía José Francisco Ruiz Massieu abundan todavía oficiantes de la vieja política. Ahí están concentrados los enemigos de Guerrero y emboscados críticos del gobernador Héctor Antonio Astudillo Flores. Esos, quisieran que el gobernador, en lugar de hablarnos con la verdad, nos cautivara con mentiras; que nos diga que no hay problema económico en el Estado, que las finanzas públicas están boyantes; que no existe en Guerrero la delincuencia organizada; que no tenemos deuda pública y que terminara con la violencia “en quince minutos”, para después acusarlo de mentiroso. Desde luego el gobernador de los guerrerenses, como bien lo decía Nicolás Maquiavelo, en estos momentos de agresión política y de crisis real… y ficticia, que se deriva al magnificar la crisis verdadera, debería reflexionar, si cerca de su persona se encuentran los mejores hombres y mujeres dotados de competencia y visión política para superar este momento difícil del Estado de Guerrero. Es todo.*Doctorante en Ciencia Política.

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