miércoles, 11 de mayo de 2016

COLUMNA

Amor costeño 

Apolinar Castrejón Marino
David y miguel habían terminado muy jóvenes su carrera de maestros, y se fuern a trabajar a la costa chica del estado de guerrero. El supervisor de la zona los separó para que prestaran sus servicios en las escuelas de unas poblaciones cercanas una de la otra.       
Se visitaban frecuentemente, y los fines de semana se la pasaban junt
os, platicando de su tierra y de su familia que habían dejado. Ah, y también disfrutaban de una “chelas” bien frías acompañadas de sus respectivas botanas de mariscos, que son abundantes en la región.
Sucedió un día en la comunidad del maestro Miguel, que al calor de las chelas, se puso ocurrente, y le dijo al maestro David, que fueran a visitar a “una persona”. Así lo hicieron y se fueron a la casa del comisario, que se encontraba cercana. 

El andaba de viaje, pero su esposa, que era muy amable, joven y guapa, los invitó a que pasaran, para que les invitara “un refresco”. No se hicieron del rogar y pronto se instalaron en el corredor, porque ahí estaba más fresco, a saborear unas “caguamas” acompañados de unos deliciosos camarones “a la diabla”.
Durante algo así como una hora estuvieron “pisteando” tranquilamente, con sus respectivas visi9tas al “pipis rum”. En uno de esos viajes, la señora siguió discretamente al maestro Miguel, y se metieron a un cuarto, porque él le dijo que le quería contar un cuento.
El maestro David nada sabía de los “encuentros cercanos” de los adultos, y siguió muy entretenido con las caguamas y los camarones. Habían pasado unos minutos, cuando se escucharon fuertes toquidos y luego, los gritos del “comi” exigiendo que le abrieran la puerta.
Adentro, cundió el pánico, y a la carrera, salieron la “ñora” y el “profe” acomodándose la ropa. Al pasar junto al maestro David le dijo: “córrele que es el comisario”, mientras la señora les enseñaba con la mano, que corrieran al fondo de la casa. Así lo hicieron, y al llegar a la barda del fondo, se encaramaron para saltar al otro lado y ponerse a salvo. 
Esto era más fácil de decir que de hacer, pues el maestro David iba un poco mareado por el efecto de las caguamas. El “comi” empujó fuerte la puerta de madera, y se abrió. El “comi” entró como bestia de carreras, dirigiéndose a su recámara, y en menos que se lo cuento, salió con tremendo rifle en la mano.
El maestro Miguel ya estaba arriba de la barda como chintete, pero el maestro David resoplaba tratando de llegar, pero no podía subir más. Migue lo jaló de la camisa, y al fin pudo llegar arriba. Se tiraron hacia la calle, en el preciso instante en que el “comi” les disparaba con su rifle.
Ambos maestros cayeron  al suelo, y se echaron a correr “por sus vidas”. David cojeaba un poco, pero no se podían detener, hasta que llegaron a la casa. El pantalón de David estaba manchado de sangre, y su compañero lo revisó ligeramente, dándose cuenta que el “comi” tenía buena puntería y le había acertado el disparo.
Como medida precautoria se fueron en busca de un doctor, y cuando lo encontraron, le pidieron que curara al herido. El matasanos acostó a David boca abajo y le bajó los pantalones. De inmediato se dio cuenta que la sangre brotaba de un pequeño orificio por donde había entrado una posta en la parte baja de la nalga izquierda.
Antes de empezar a curarlo, el médico les dijo autoritario: “Esta es una herida de bala. Tengo que dar parte a la policía”. Rápido de reacciones el maestro Miguel le contestó” No tiene que darle parte a nadie, puede quedárselo todo. Además fue un accidente, un error de cálculo”. Incrédulo, el médico dijo: “¿Un accidente?”. Y el maestro, muy consternado agregó: “Si, es que se quería suicidar”.
Felicidades a los maestros en su día. 

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