jueves, 16 de junio de 2016

COLUMNA

Y sin embargo, se mueve 

Apolinar Castrejón Marino
Durante muchos siglos, la Iglesia católica tuvo un gran dominio sobre la humanidad, tanto o más que los reyes. Tenía en sus manos las más grandes riquezas, tenía como aliados a los más poderosos casas gobernantes, y era dueña absoluta de la vida de las gentes, a través de una organización terrorífica a la que llamó La Inquisición.
Nadie escapaba a la inquisición: ciudadanos, reyes ni banqueros. Inclusive los escritores, poetas y científicos, debían tener sumo cuidado con lo que escribían o decían, pues si llegaba a oídos de la inquisición, podían ser acusados de herejes, libertinos o impíos, y el Tribunal del Santo Oficio de La Inquisición, los condenaría a una muerte espantosa: quemado en la hoguera, frito en aceite, o descuartizado.

Ni siquiera los científicos escapaban a esa amenaza, como es el caso de Galileo Galilei, pues cuando escribió un libro en el que hablaba de que la tierra es redonda y se mueve alrededor del sol, de inmediato fue capturado, encarcelado y sometido a torturas, para que se retractara de lo que había escrito, porque contradecía el dogma de la iglesia, que enseñaba que la tierra fue hecha por Dios Padre.
Galileo fue un físico y astrónomo que estudió con ahínco la física clásica, para lo cual inventó un telescopio que le permitió ver más allá de que alcanzaba el ojo humano. Así, pudo ver que había otros planetas además del nuestro, y pudo distinguir que son ellos, quienes se mueven alrededor del sol.
Pero los sabios de la iglesia aseguraban que Dios había hecho la luz, los océanos, y la tierra, y que además, la tierra era plana. También estaba de moda la creencia difundida por el científico Nicolás Copérnico, quien aseguraba que en el centro del universo se encontraba nuestro planeta, y que todos los objetos celestes, giraban en torno de nosotros. 
En 1616, el Santo Oficio colocó las obras de Galileo en un Índice de libros prohibidos  y le advirtió que no debía exponer públicamente sus tesis en las clases que impartía. Como no hizo caso de las advertencias, el Santo Oficio lo capturó y lo encerró en la cárcel. Lo sometió a torturas, y lo sometió a juicio acusado de herejía.
El 22 de junio de 1633. En Florencia, Italia, la inquisición consiguió que Galileo Galilei abjurara de sus teorías de la rotación de la tierra, y solo lo condenó a cadena perpetua, y a que no volviera a escribir. Por intermediación de su hija Virginia, la pena le fue conmutada al para que la cumpliera en su villa de Arcetri.
Hay una leyenda que asegura que cuando, cuando salía de la sede de La Inquisición pronunció una rase: “Y sin embargo, se mueve”. Esto es definitivamente falso, porque esta frase fue pronunciada por Giordano Bruno. Fueron sus últimas palabras al morir en la hoguera. Por no retractarse.

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