viernes, 14 de octubre de 2016

COLUMNA


 Los demonios que nos vigilan

Apolinar Castrejón Marino
Utilizamos indistintamente los términos Diablo y Demonio para referirnos a seres malos que nos amenazan y dañan. Pero es necesario precisar que usualmente no son humanos, entonces no puede tratarse de los diputetes ni de los senadores.Hablaremos de los demonios alados, chupadores de sangre y transmisores de enfermedades, tan pequeños que viven con nosotros en nuestras casas, y nos atacan a cualquier hora y en cualquier, lugar de manera tan impune que parecen burlarse de nosotros.

En la línea histórica de la humanidad, nos han enseñado que el hombre prehistórico luchó contra dinosaurios, tigres dientes de sable, y pterodáctilos. Venció a grandes mamuts para comérselos, y dominó a bestias y fieras.
Inclusive llevó a tantos a la extinción como los búfalos, los lobos, y los jaguares. Pero fue derrotado olímpicamente por animales más pequeños como las ratas que terminaron con más de la mitad de la población de Europa entre los años 1346 y 1361.
La peste bubónica o muerte negra era ocasionada por la bacteria Yersinia pestis que inoculaban las pulgas, que a su vez eran transportadas por las ratas. En varios países de América se presentó la peste del tifus transmitida por los piojos, que eran transportados por las ropas de los viajeros, y ocasionó gran cantidad de muertes.
Y luego están los mosquitos y zancudos, insectos del orden de los dípteros, suborden de los nematóceros, de la familia de los culícidos. Estos pequeños demonios que se alimentan de nuestra sangre, han azotado a la humanidad en todos los tiempos.
Por mencionar algunos daños hablemos de los miles de trabajadores que murieron de paludismo durante la construcción el canal de Panamá. Y también vale mencionar los miles y miles de brasileños que murieron víctimas de la malaria transmitida por estos bichos.
En el año de 1956 el paludismo afectaba al 58.3 % de la superficie de nuestro país. Ante esta emergencia el presidente norteamericano, Gral. Dwight D. Eisenhower brindó apoyo al gobierno mexicano para que iniciara la aplicación general de insecticidas de acción prolongada, con el propósito de erradicar el paludismo.
La Comisión tenía siete direcciones técnicas y administrativas: Epidemiología, Rociado, Educación Higiénica, Adiestramiento, Investigación y Fomento, y Logística y Administración, que detectaron 26 especies de mosquitos anofeles involucradas en la transmisión de la enfermedad SO11-2: Anophles pseudopunctipennis y A. albimanus.
A través de 25 años, la comisión consiguió su objetivo, y el paludismo fue declarado erradicado. Pero los mosquitos aún seguían ahí, y pronto diversificaron sus ataques, ocasionando muchas otras enfermedades, que han llamado la atención en los años recientes como el Dengue Hemorrágico, el Zika y el Chicunguya.
Los pequeños demonios alados han evolucionado de manera rápida y en extremo efectiva. Se han hecho resistentes a los insecticidas y los repelentes, y nada impide que se alimenten de nosotros. Se reproducen con extrema facilidad, y en cantidades gigantescas. Una vez que han dejado su estado larvario en el agua, se aprestan a atacarnos.
Para tal efecto pueden pasar mucho tiempo espiándonos, para invadir nuestros hogares, especialmente nuestras recámaras. Con habilidad y paciencia se colocan cerca de las entradas, y cuando abrimos la puerta o ventana, se “cuelan” sigilosamente. Enseguida se ocultan tras las cortinas, tras la ropa colgada, o los adornos que acostumbramos tener en nuestros dormitorios.
Y no hay poder humano que pueda sacarlos, espantarlos con una tela, rociarles insecticida, o colocar “insectrónicos” no sirve de nada, aunque los veamos en su vuelo incierto y alocado. Y por la noche se desquitan sangrándonos a placer.
Saben cuáles son los puntos más vulnerables: nuestras orejas, el dorso de nuestras manos, y la frente. Ahí se posan y encajan su aguijón, una, dos, hasta 8 veces, como si disfrutaran jugando con su poder, y nuestra indefensión.
Inyectan una sustancia que nos anestesia y hace nuestra sangre más líquida, y la absorben llenando sus panzas con nuestra sangre tibia y dulce.  Al llenar su estómago, se ven obligados a despejarla de la comida anterior, para llenarla con el nuevo alimento, y con esas secreciones depositan en nuestra piel, los virus y bacterias que nos infectan.  
En pocos instantes pasa el efecto anestésico, y cuando sentimos el dolor de la picadura, instintivamente nos rascamos, y con esta acción hacemos que los gérmenes se introduzcan en las escoriaciones que nos producimos.
Entonces, lo mejor es que ante la picazón que sentimos, mejor nos lavemos con alcohol, procurando lavar los excrementos y orines que nos hayan dejado los demonios ¿No cree usted?


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