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No te sofoques Donald Trump


Juan López
Las imágenes de inconformidad y vandalismo que enmarcaron la toma de posesión de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, me remitieron sin propósito alguno a una de esas naciones “bananeras” que con tanto desprecio las califican las élites gringas.

Washington, D.C., es el sitio donde una vez juró Tomás Jefferson salvaguardar la Constitución de las trece colonias y donde Abraham Lincoln abolió la esclavitud. Pero nadie previó que en este siglo esa ciudad tan entrañable para los estadounidenses se vería convertida en una Caracas como la de Nicolás Maduro, donde ciertas pandillas alocadas por la oratoria pedestre del presidente, nos convencieron de que el imperio no está zafo de contaminarse del mismo síntoma  que padecen otras sociedades, catalogadas como del tercer mundo: la rebelión de su sociedad civil, harta o desesperada de las tretas de su clase política en detrimento de las libertades democráticas. 
No existe en Norteamérica esta clase de precedente con ninguno de los cuarenta y cuatro presidentes que le antecedieron a Donald Trump. Le tocó a él inaugurar la discordia social y paladear con tales motines el sabor a hiel de sus sermones iracundos.
El alboroto de la calle, la sedición civil, los gases intoxicantes de la guardia nacional, exponen un estado anormal de la situación. Que las barricadas se instalen en torno a la Casa Blanca le dan la razón al señor Trump: su presidencia sí necesita un muro, pero en las riveras del río Potomac.
Los Estados Unidos son una gran nación. Resultado de la suma de muchos esfuerzos y tantas osadías. A este continente los irlandeses llegaron a fincar Manhattan. Compraron Alaska y la Louisiana. Con la mitad de la república mexicana se quedaron a la brava. A Panamá la desmembraron de Colombia y le ensartaron la daga de su eterno Canal colonial. No se quedaron con Cuba pues los mosquitos de ese  trópico palúdico los acosaron y diezmaron a la tropa pero, a Puerto Rico le hicieron la lucha y lo denominaron un Estado Asociado. Ricki Martín ni Marc Anthony, necesitan pasaporte.
Con el tesón y coraje de todas sus migraciones los Estados Unidos se convirtieron en el gigante que hoy son. La pizca de hortalizas, la siembra y cosecha de sus frutas, el cultivo de los níveos campos de algodón. Las obras de albañilería, el trajín de las fábricas y el motor de la industria; ahí donde la mano de obra es ruda y temeraria está el migrante como un hijastro de esta pudiente economía.
Pero no hicieron menos, Señor Trump, los científicos alemanes que te dieron la bomba atómica y la supremacía electrónica y digital. El genio judío-semita que escogió Wall Street como madriguera de tus sociedades anónimas y acciones al portador. Sí, en Estados Unidos nació y creció y existe el Ku klux klan, pero también dio a luz a Walt Whitman. Es la patria de Harry S. Truman quien arrojó las nucleares en Hiroshima y Nagasaki, pero a la vez es la de Martín Luther King, el que tuvo ese “sueño” de una sociedad sin prejuicios raciales, por lo cual Barak Obama pudo ocupar la Casa Blanca.
No te ofusques Donald Trump. No salieron ilesos de ésta Caín, Gengis Kan ni Napoleón. Serénate. El sol sale mañana nuevamente.
PD: “Lo tienes todo, sólo te falta Dios”: Rubén Darío.

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