lunes, 14 de agosto de 2017

ARTÍCULO

La Corrupción Avanza
Juan López
En cierta época fue seguro que un kilo despachado en la tortillería no llegaba a los novecientos gramos y el ama de casa tenía que  resignarse a comprar gato por liebre. Los pobres eran sinónimo del peor epíteto, como si la corrupción fuese una condición propia de las clases marginadas y las modestas familias. Pensar que una dama encopetada o un caballero de abolengo hurtaran algo ajeno, era inimaginable. Casi una calumnia. Los pudientes eran rectos. Asaltar, merodear, robar, fue oficio
de tunantes antisociales y vulgares.
Los rancheros que traían del campo la leche en peroles al pasar el río acostumbraban agregar agua bronca a sus depósitos. Diez litros  los aumentaban a trece: el excedente se convertía en la ganancia compensatoria  a su ardua labor y fatigas extremosas.
Ladrones los albañiles: hurtaban un puño de clavos cada jornada. Las domésticas que se embolsaban algunos alimentos al concluir su horario. Los barrenderos que no devolvían los objetos perdidos. Los holgazanes, los viciosos, los pobres en general eran objeto-sujetos de desconfianza. Pero…
Honestos, confiables, rechinantes de limpio los magistrados, los políticos de la alta jerarquía, los togados, industriales, cardenales y comerciantes de librea. Quienes no osaban arrojar la piedra y luego esconder la mano y menos robarse los votos o estafar al prójimo. Se tenía a las clases adineradas como ejemplo de virtudes frente al hambre de los indigentes a quienes la estrechez obligaba a cometer ilícitos y comportarse impropiamente con el decoro y la dignidad.
Pero… Que hoy un kilo de novecientos gramos de carne cueste en Walmart  trescientos pesos, es un robo. Ver anaqueles en tiendas de autoservicio donde paquetes de arroz, frijol, avena de marca son de kilos incompletos. Aceite embotellado de 900 mililitros, ya es la costumbre confirmativa de que la rapiña ha escalado los altares de magnates que cotizan sus acciones en la bolsa de valores. Pequeño el timador de cacahuates y chicles le está abriendo camino a los corporativos de las grandes cadenas comerciales. Un frasco de jarabe medicinal mitad líquido, mitad aire. Una pizza más chiquita. Un pollo rostizado de seis semanas. Los minúsculos intereses que bancos transnacionales pagan a sus ahorradores cautivos. Hemos llegado a la conclusión que los ladrones de hoy, abigeos, granujas, rapaces y trinqueteros son los hombres más relamidos de la banca, la industria, los monopolios y las transnacionales que medran reduciendo el peso de la tonelada, disminuyendo el kilogramo y multiplicando los billetes hasta llegar al Bitcoin: riqueza ficticia, fábula onírica de nosotros hombres telúricos que somos.
La corrupción avanza. De acuerdo al tamaño del caudal son los grados de la sospecha.
PD: “No hay capital lícito ni poder con razón”: Aforismo.   

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